Cunas Doradas

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La tensión en el palacio era casi palpable. Finalmente, la verdad era imposible de negar: Hürrem Hatun estaba embarazada. Las sospechas se confirmaron tras una revisión médica ordenada por la madre Sultana y Hatice Sultan, quienes discutieron largamente antes de aceptar la evidencia.

La doctora, aún nerviosa por la tensión entre ambas mujeres, dio la noticia con la frente en alto.

—¿Está segura? —preguntó la Valide Sultan, con voz dura.

—Sí, gran madre Sultana. La Hatun espera un hijo —respondió con firmeza.

—¡Sümbül! —gritó la Sultana Hafsa. El eunuco del harén entró rápidamente, haciendo una reverencia. Al pasar la mirada por la habitación, sus ojos se cruzaron brevemente con los de la pelirroja, que permanecía cerca de Hatice Sultan. Sin saberlo, había ganado una aliada inesperada.

—Quiero que repartan oro y dulces por el harén mañana por la mañana. Que todos sepan que la señorita Hürrem dará un hijo a nuestro glorioso sultán.

—Sí, Majestad —respondió Sümbül con prontitud, antes de salir corriendo, consciente de que se avecinaba otra tormenta en el Palacio.

Hatice, en voz baja, añadió:

—Le he escrito a mi hermano. La carta ya fue enviada.

—¿Con qué permiso, Hatice? —preguntó la madre Sultana, endureciendo el tono.

—Creí que sería lo mejor. Además, si el sultán lo sabe, tal vez adelante su regreso de campaña.

—Tiene meses para volver —susurró Hürrem débilmente. Estaba exhausta, somnolienta, pero alerta. Sabía que la Valide aún podía intentar matarla.

—Hatun, si algo le pasa a ese niño… juro que te mataré —sentenció la madre Sultana antes de salir con un portazo que estremeció los muros.

Hatice se acercó a Hürrem y le tomó la mano.

—No te preocupes. Nada te pasará ahora.

—¿Cómo lo sabe, Sultana?

—Te protegeré. Pondré criadas de mi confianza a tu servicio y un agha en tu puerta. Probarán tu comida antes que tú, para evitar envenenamientos.

—Sultana Hatice... Le juro por Allah que no lastimé a la Kadin Mahidevran.

—Lo sé, Hürrem. Por eso te defendí —mintió Hatice con dulzura. Aunque apreciaba a la pelirroja, no permitiría que nadie supiera de su traición a su sangre.

—Me enteré de su compromiso, lo lamento. Sé que no es lo que usted desea.

—No, pero es mi destino.

—Si pudiera cambiar su destino, lo haría, Sultana. Usted no merece eso.

—Entonces hazlo, Hatun. Si alguna vez tienes una hija, cambia su destino. No permitas que se convierta en otra Hatice Sultan.

—Si tengo una hija, querría que fuera tan bella y fuerte como usted, y que ame a este Imperio tanto como usted lo hace.

—Llámame Hatice, después de todo, llevarás en tu vientre un hijo de mi hermano.

—Llámame Hatice, después de todo, llevarás en tu vientre un hijo de mi hermano

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Serpiente Rusa |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora