Prólogo

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Una última calada al único cigarro que le quedaba, después de aquello tendría que pasar unos días sin fumar, intentando no caer en una depresión o algo parecido por el mono. Marc miró el cigarrillo a modo de despedida: Eso y el iPod eran las dos únicas cosas que le habían acompañado después de la guerra, siempre eventualmente: O se le acababan los cigarros o el reproductor se quedaba sin batería y tenía que esperar a llegar a algún refugio para poder reponerla de nuevo.

Finalmente expulsó el humo por la boca y la nariz, casi al mismo tiempo, y tiró el cigarro al suelo, cerca de un charco de gasolina. A lo que segundos después se escuchó un silbido y la gasolina se incendió, empezó a andar y cuando llevaba varios metros recorridos, el camión que había dejado atrás explotó.
En cuestión de minutos aquél lugar se llenaría de criaturas, lo que le dejaría el camino libre.

Y no se equivocaba: Pocos segundos después un Aullador se cruzó delante del chico, y se quedó ahí frente a él. Y cuando clavó su mirada vacía en la figura del chaval, abrió su enorme boca llena de carne humana. Pero justo antes de que emitiese algún grito, Marc sacó rápidamente un cuchillo y le atravesó el cráneo, matándolo al instante. Dejó caer el cadáver al suelo y limpió el cuchillo con una de las mangas de la chaqueta, suspiró y continuó caminando, ésta vez algo más rápido, mientras se colocaba los cascos en las orejas y encendía el iPod.

No sabía cuánto tiempo llevaba andando, sabía que Madrid estaba cerca, ya que había mirado el mapa no hacía mucho. Pero antes de llegar tendría que buscar algún sitio donde descansar, ya que empezaba a anochecer, y salir a oscuras era una locura y algo muy peligroso.

Aumentó la velocidad de la marcha, tratando a la vez de estar atento y pasar desapercibido. Salió de la carretera y continuó su camino por el campo, que era un lugar abierto y siempre podría encontrar alguna casa de esas que tan difícil acceso tenían en coche.

La suerte pareció haberle sonreído y cuando ya había caminado durante unos minutos, avistó una especie de chalet abandonado a lo lejos. Y sin dudarlo un momento, corrió hacia ella. Cuando llegó, observó la casa y, en efecto, no se había equivocado: Se trataba de una pequeña construcción de un piso, no muy vieja y lo suficientemente amplia como para aguardar a un matrimonio antes del apocalipsis. Por el estado en el que se encontraba, Marc pudo deducir que estaba abandonada desde el inicio de la Guerra.

Sacó la pistola, solo por si acaso, y se acercó con cautela, al pisar el primer escalón del porche, la madera crujió un poco, lo que le dió a entender que quizás a causa de los temporales y del descuidado de la casa, la madera estaría algo desgastada, algo evidente si no vivía nadie allí desde hacía diez años. Subió el siguiente peldaño y se acercó a la puerta, la abrió despacio, pero pese a eso, la puerta chirrió un poco, lo suficiente como para avisar a alguien que estuviera dentro de que él estaba entrando.

Soltó una maldición para sí mismo y terminó de abrirla de un empujón, pues al fin y al cabo, ya no podía volver atrás, menos aún si estaba anocheciendo, y acto seguido apuntó al frente, al pasillo que se presentaba a sus ojos, esperando durante unos segundos a que algo o alguien apareciese por alguna de las puertas de la casa. Pero nada, esa casa estaba totalmente vacía.

Suspiró y, procurando no tardar mucho, inspeccionó cada habitación. En total había 4: Una cocina, un baño, un salón con una chimenea y por último una habitación de matrimonio.

Por desgracia no había encontrado nada de comida ni en la cocina ni en ninguna de las habitaciones, por lo que la poca comida que tenía tendría que raccionarla hasta llegar a Madrid. Y lo mismo pasaba con el agua.

Se dirigió a la habitación de matrimonio, casi arrastrando los pies, estaba agotado, no podía más... Llevaba dos días sin dormir y la falta de sueño empezaba a pasarle factura. Dejó caer la mochila junto a la cama y luego se tiré sobre el colchón, y en cuestión de segundos se quedó dormido.

Más tarde, al despertarse, se dió cuenta de que ya era de noche, no sabía exactamente qué hora sería ni cuánto tiempo había pasado, pero por el dolor que tenía aún en el cuerpo, no debía ser muy tarde.
Tenía hambre, eso sí lo sabía: Las tripas le rugían casi como lo haría un Aullador, y es que llevaba sin dar bocado desde por la mañana. Por lo que en ese momento, ya necesitaba cenar algo. Se levantó de la cama y se acerqué a la mochila y, con ayuda de una linterna, buscó en el interior alguna lata de conservas. Cuando ya tenía a su lado una lata de judías y la cantimplora medio llena de agua, volvió a la cama con todo y apagó la linterna. La única luz que tenía después era la que entraba por una de las ventanas, la luz de la Luna.

Con ayuda del cuchillo, abrió la lata. Y comió directamente de ella, con las manos, despacio. Cuando acabó, se limpió en una parte de las sábanas que sabía que no iba a utilizas y bebió algo de agua, finalmente volvió a meter la cantimplora en la mochila y la lata la dejé a un lado. Vacía.

En el exterior podía oír ruidos lejanos, gritos sobre todo, y no eran en absoluto humanos. Seguramente serían Aulladores.

Me tumbé en la cama, mirando al techo, escuchando aquellos gritos. Solo esperaba que aquella noche no entrase ninguna criatura a la choza y pudiera pasar la noche tranquilamente. Por la mañana continuaría con mi viaje, y esperaba llegar a Madrid en ese mismo día, por la noche más o menos.

Pasaron dos horas, y los ojos se me empezaban a cerrar, y sin resistirme demasiado me quedé dormido. Aún con aquellos ruidos resonando aún en mi mente.

I'm not DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora