𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 1 [Parte 2]

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Entré en la sala de reuniones, era enorme; una pared tenía unas ventanas del suelo al techo que ofrecían una vista maravillosa del paisaje de Japón desde una altura de dieciocho pisos.
Empezaba a oscurecer y los rascacielos salpicaban el horizonte con sus ventanas iluminadas. En el centro
de la sala había una impresionante mesa de madera maciza, y mirándome desde la cabecera estaba el señor Ryan.
Estaba ahí sentado, con la chaqueta del traje colgada en una silla detrás de él, la corbata aflojada, las mangas almidonadas de la camisa blanca remangadas hasta los codos y la barbilla descansando sobre
sus manos cruzadas. Me atravesó con la mirada, pero no dijo nada.

-Discúlpeme, señor Todoroki -dije con voz temblorosa y con la respiración entrecortada, no me gustaría salir despedido-. Las copias me han llevado... -me paré en seco. Las excusas no iban a mejorar mi situación. Y además, no le iba a
permitir echarme la culpa de algo que yo no podía controlar. Que se fastidiara. Con mi recién recuperada valentía en su sitio, levanté la barbilla y caminé hasta donde él estaba sentado.

Sin mirarlo, busqué entre los papeles y coloqué una copia de la presentación sobre la mesa.

-¿Listo para empezar?

-No dijo una palabra, pero su mirada atravesó mi valiente coraza. Todo aquello hubiera sido mucho

más fácil si él no fuera tan guapo... Sin decir nada, señaló el material que le había puesto delante para


que continuara.


Me aclaré la garganta y empecé la presentación. Repasé los diferentes aspectos de mi propuesta y él

permaneció en silencio, con la mirada clavada en su copia. ¿Por qué estaba tan tranquilo? Podía manejar

sus arrebatos de ira, pero ese misterioso silencio... Me estaba poniendo de los nervios.


Estaba inclinado sobre la mesa, señalándole unos gráficos cuando sucedió.

-La línea temporal para el primer objetivo es un poco ambi...

Dejé la frase a medias y el aire se detuvo en mi garganta. Había puesto la mano en el final de mi

espalda antes de deslizarla poco a poco hasta posarla sobre la curva de mi trasero. En los nueve meses


que llevaba trabajando para él nunca me había tocado intencionadamente.


Y eso era sin duda intencionado.


El calor de su mano me quemaba a través de la falda hasta llegar a mi piel. Todos los músculos de mi

cuerpo se tensaron y sentí cómo se licuaban mis entrañas.

¿Qué demonios estaba haciendo? Mi cerebro

me gritaba que le apartara la mano y le dijera que no volviera a tocarme, pero mi cuerpo actuaba en

solitario.
Se me endurecieron los pezones, y apreté la mandíbula en respuesta. «¡Traidores!»

El corazón me martilleaba en el pecho, pasó al menos medio minuto sin que ninguno de los dos

dijera nada. Mientras, su mano seguía bajando por mi muslo, acariciándome. Nuestras respiraciones y el


ruido de la ciudad que llegaba amortiguado desde la calle era lo único que se oía en el aire inmóvil de la

sala de reuniones.

-Dese la vuelta, señorita Bakugo.

Su voz queda rompió el silencio y yo me erguí, mirando hacia delante. Me volví lentamente y su

mano me fue rozando, deslizándose hacia mi cadera. Podía sentir cómo la extendía, desde las yemas de los


dedos que tenía sobre la parte baja de mi espalda hasta el pulgar que en ese momento presionaba la piel

suave que quedaba justo encima del hueso de mi cadera. Bajé la vista para mirarlo a los ojos y nuestras

miradas se encontraron.

Notaba su pecho subiendo y bajando, cada respiración más profunda que la anterior. Un músculo se

contrajo en su dura mandíbula a la vez que el pulgar empezaba a moverse, deslizándose lentamente a un


lado y a otro, mientras sus ojos no se apartaban de los míos. Estaba esperando que yo lo detuviera; ya

había transcurrido tiempo más que suficiente para que yo lo apartara de un manotazo o simplemente me

alejara y me fuera. Pero tenía demasiados sentimientos que gestionar antes de poder reaccionar. Nunca


me había sentido así, y mucho menos había esperado sentirme así con él. Quería darle una bofetada y

después agarrarlo de la camisa y lamerle el cuello.

-¿Qué estás pensando? -me susurró con una mirada entre burlona y nerviosa.

-Todavía intento averiguarlo.

Con sus ojos fijos en los míos, sus dedos empezaron a descender por mi muslo hasta llegar al borde

de la falda. Después metió la mano por debajo y sus dedos recorrieron las cintas de mi liguero y el borde

de encaje de una de las medias que me llegaba hasta el muslo. Un dedo se coló entre la media y mi piel, y

tiró un poco hacia abajo. Inspiré bruscamente, sintiendo de repente que me estaba fundiendo desde el


exterior y hasta lo más profundo.

¿Cómo podía dejar que mi cuerpo reaccionara así? Todavía quería darle un bofetón, pero ahora

deseaba con más fuerza que continuara. El ansia que sentía entre las piernas no dejaba de aumentar.


Llegó al borde de mis bragas y metió los dedos bajo la tela. Sentí que se deslizaba contra mi piel y me

rozaba el clítoris antes de meter un dedo en mi interior. Me mordí el labio e intenté (sin éxito) contener un


gemido. Cuando volví a bajar la vista para mirarlo, unas gotas de sudor empezaban a formarse en su

frente.

-Joder -dijo con voz baja y grave-. Qué húmeda estás -dejó que se le cerraran los ojos. Parecía

estar librando la misma lucha interna que yo. Le miré el regazo y vi que la tela de sus pantalones estaba

muy tensa. Sin abrir los ojos sacó el dedo y apretó el fino encaje de mis bragas en el puño. Cuando me

miró estaba temblando, con una clarísima expresión de furia. Con un movimiento rápido me arrancó las


bragas, y el sonido de la tela al rasgarse pudo oírse en silenciosa la sala.

Me cogió bruscamente, me subió a la fría mesa y me separó las piernas. Gemí sin querer cuando sus

dedos volvieron, deslizándose y entrando de nuevo.

Odiaba a ese hombre de una forma especialmente

intensa, pero mi cuerpo me traicionaba; quería más. Maldita sea, se le daba muy bien. Las suyas no eran

las caricias amorosas a las que estaba acostumbrada. Era un hombre que solía conseguir lo que quería y

por lo que parecía, lo que quería en ese momento era a mí. Dejé caer la cabeza a un lado y me eché hacia

atrás hasta apoyarme en los codos, sintiendo precipitarse el orgasmo.


Y para mi horror absoluto incluso llegué a suplicar:

-Por favor...

Él dejó de moverse, sacó el dedo y cerró la mano en un puño. Yo me incorporé, le agarré la corbata

de seda y acerqué su boca a la mía con agresividad. Sus labios eran tan perfectos como parecían: firmes y suaves. Nunca me había besado nadie que conociera hasta el último ángulo, punto de profundidad y

movimiento de provocación posible. Me estaba haciendo perder la cabeza.

Le mordí el labio inferior mientras mis manos se apresuraban a desabrocharle los pantalones,

liberando el cinturón de las trabillas.

-Será mejor que estés preparado para acabar lo que has empezado.

Continuará...

-Me emocioné, Dios, solo me inspiró para escribír cochinadas T-T-

•Un tipo Odioso•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora