Preguntas sin respuesta

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Si hay una sola cosa de la que esté segura, es de que hay una pregunta que ronda en la cabeza humana constantemente, una pregunta que mínimo una vez nos quita el sueño y que si alguien niega haber pensado en ella, miente.
Yo admito que nunca había pensado en ello profundamente, cierto es que era una idea que estaba ahí de vez en cuando, pero más como una curiosidad en vez de una preocupación; o al menos así fue hasta la noche del 9 de Octubre de 1956.
Era una tarde de Octubre como otra cualquiera, el cielo estaba nublado y una brisa fresca me revolvía el cabello.
Me dirigía a la cafetería de la esquina tras un largo día de escuela, estaba cansada y tenía frío, por lo que pensé que una taza de chocolate caliente me subiría la moral y me ayudaría a reponer las energías gastadas.
Tomé el chocolate caliente sin prisa alguna, escuchando disimuladamente las conversaciones de los demás clientes para entretenerme mientras bebía. Eran conversaciones en su mayoría bastante aburridas, pero seguían siendo mejor que nada.
Fue justo cuando ya había terminado de beberme mi tazón de chocolate que sonó la campana de las cuatro. Había tardado mucho más de lo esperado.
Me levanté como una exhalación y pagué al señor Crawford, el dueño de la cafetería; tras ello salí corriendo, de lo contrario llegaría tarde al ensayo con la orquesta y el director me castigaría de nuevo.
Corrí por las calles, tenía aproximadamente una media hora de carrera si quería llegar a tiempo. Mis pulmones ardían, para ser octubre hacía un frío demasiado intenso, y de ellos salía el aire en forma de una nube de vapor de agua.
Miré al cielo, estaba empezando a llover. Maldije en un susurro mientras continué corriendo.
Giré la esquina, y me resbalé, cayendo a la calzada.
Me levanté, un poco descentrada, y miré a mi alrededor; sin embargo no pude ver ni dos segundos de lo que ocurría a mi alrededor cuando escuché un chirrido intenso, el chirrido de unos frenos siendo apretados desesperadamente, después de ello, un gran estruendo me cegó.
Caí al suelo, no podía ver nada, solo escuché gritos ahogados, que cada vez se perdían más y más en la distancia.
Sentía un dolor intenso, insoportable, fue entonces como, por primera vez en mi corta vida comencé a preocuparme por la muerte, por qué pasaría después, ¿Iría al cielo? ¿Acaso era real? ¿Lo merecía? Nunca había hecho nada de lo que debiese disculparme, pero comencé a preocuparme, empecé a temer a la muerte...¿Sería real la reencarnación? ¿O quizá nuestras almas se reciclaban?, Todas las preguntas por hacer resonaban en mi cabeza, pero... ¿Donde van las muchachas de 15 años cuando mueren?
Mis pensamientos me distrajeron de mis penas, mis dolores y mis miedos mientras la oscuridad me tragaba, ahogando conmigo todos los gritos, ruidos y sirenas a mi alrededor.

AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora