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¡Oigan, malditos idiotas, reúnanse!¡La reunión ya va a empezar!

¡Vamos, estúpidos!

El sonido sordo pero fuerte que produjo la lengua de Mucho al chasquearse contra sus dientes obligó a Sanzu a volver a la realidad; su rostro se había desviado ni bien había alcanzado a escuchar el eco de los primeros gritos que ahora ya se estaban transformando en advertencias y amenazas de violencia entre los propios miembros de cada división. Lo que sucedía siempre que Mikey llamaba a una reunión con la banda al completo, de hecho.

Sin embargo, aquella noche había un aire enrarecido en el ambiente de las inmediaciones del templo donde solían llevarse a cabo aquellos encuentros. Un aire pesado, electrificado, tenso.

Tardó varios minutos después de llegar — antes de la hora pactada — en percatarse que el que estaba enrarecido y cargado era él y no el lugar. No había tenido nada que ver con la reunión, ni con Mikey ni con cualquier aviso importante que fuese a realizar.

Aquello, aunque no quisiera admitirlo, tenía que ver en realidad con el mensaje de texto que había recibido aproximadamente una hora atrás. Había parpadeado al leerlo, al releerlo. Al leerlo otra vez. Incluso había vuelto a leer el mensaje en el metro y de nuevo al llegar al templo, casi como si pensara que había malinterpretado alguna de las palabras que conformaban una oración más que clara.

"Reúnete conmigo antes del anuncio de Mikey. Tenemos que hablar."

¿Qué clase de mensaje oculto estaba buscando en un texto tan escueto y simple? Yasuhiro Mucho siempre había sido un sujeto de pocas palabras. O ninguna, dicho sea de paso. Sanzu había tardado su bien tiempo en interpretar las pocas oraciones que soltaba, pero más en descifrar los silencios, sus miradas y sus gestos. Aún así, cuando había logrado hacerlo se había encontrado incluso con un lenguaje completamente nuevo y vasto, si es que esa palabra podía definir a Mucho en algún aspecto que no fuese el físico.

No, no había un mensaje oculto. Era simplemente eso: ir antes de la hora pactada por Mikey — quien, de hecho, siempre llegaba tarde a sus propios anuncios —, encontrar a Mucho y...¿hablar con él?

¿De qué quería hablar?

Sanzu no era estúpido, Mucho aún menos. Si había algo que había aprendido durante aquellos meses en los que había permanecido a su lado en la quinta división era que al capitán no le gustaban las mentiras, por muy ingenuas e inofensivas que fueran...y la omisión de la verdad era considerada una de ellas; en efecto, Sanzu había dado rienda suelta a la paranoia en cuanto había leído aquel mensaje escueto y cargado de una amenaza implícita que al principio no había detectado pero que, conforme los minutos pasaban y lo había releído una y otra vez, se volvía cada vez más y más evidente.

De nuevo, Sanzu había caído en aquella "debilidad" que Mucho aborrecía: enfrentarse a sujetos que lo habían provocado de la forma más estúpida posible con el objetivo dudoso de demostrar su valía y la de la ToMan de forma solitaria sin avisarle a su jefe de escuadrón ni a ningún miembro de la división. Por supuesto y desde la primera ocasión en la que había sucedido algo así, Sanzu tardó en percatarse del verdadero motivo por el que Mucho se enfadaba.

Porque creía que no confiaba en él, porque pensaba que no lo tenía en cuenta.

Aquello había sacado de sus casillas a Sanzu por varios motivos; ¿por qué carajo tenía que ir contándole a Dios y medio mundo acerca de lo que hacía y lo que no hacía, de adónde iba y por qué?¿Acaso Mucho pensaba que no podía defenderse solo, que no sabía pelear? Ya le había demostrado lo contrario en varias ocasiones y aún seguía jodiendo con intentar "protegerlo".

Hasta que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora