Día 7: viviendo juntos

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Fue idea de Canadá, que le sugirió a la joven pareja tomar el paso de vivir juntos. Ambos aceptaron porque claro, no era mala idea...

La vida de ambos era dinámica, siempre buscaban espacios para convivir con el otro entre el trabajo. Habían aprendido a separar la vida privada y a perdonar.

Por supuesto, su relación no era ajena a las peleas, y en dos o tres ocasiones el estadounidense se vio en la penosa situación de dormir en el sofá, mientras el mexicano y su "perro terremoto" como el estadounidense le apodaba a Paco, el chihuahua invensible, dormían cómodamente en la cama tamaño King size, ajenos al frío que la noche pudiera ofrecer.

Antes de comprar la casa, sucedieron una serie de cómicas discusiones (a los ojos del angloparlante) acerca de la decisión, la más complicada de todas, ¿dónde carajos iban a vivir?

Ambos tenían un buen sueldo dado por la ONU además de que México sembraba Maíz y Aguacate en su hacienda, el cuál llegada la temporada exportaba hacía países como Rusia y Francia con ayuda de una pequeña empresa de barcos de carga. Esto generaba una buena inversión para el mexicano.

El dinero no sería ningún problema.

Sin embargo, la ubicación de la vivienda fue un tema que ambos debatieron durante un largo tiempo.

Estados Unidos era un hombre ocupado, que necesitaba tener todo a la mano para llevar a cabo sus actividades en el menor tiempo posible, por lo cual, para él, Nueva York era su ciudad predilecta.

Sin embargo, Mexico amaba su patria, amaba los paisajes que el campo podía ofrecerle, amaba a su gente y amaba su cultura, no le interesaba vivir en otro lugar fuera de su amado país, y por mucho que amara al gringo, no abandonaría el país.

-Si no vamos a vivir en México entonces no quiero ni madres- fue lo que dijo el mexicano cuando el estadounidense le mostró un lujoso y espacioso apartamento en el centro de Nueva York, una zona comercial dónde nadie tendría problemas en vivir.

El gringo tuvo que resignarse a que no explotaría su adicción a las compras en tiendas departamentales.

Sin embargo, ver a su mexicano tan feliz como cuando sembraba su aguacate valía la pena.

Tras una exhaustiva búsqueda que tardó alrededor de 3 meses, la pareja norteamericana encontró una casa espaciosa en la ciudad de México, cercana al aeropuerto para que el anglosajón no tuviera muchas dificultades al necesitar transportarse.

Aunque no era lo que el mexicano soñaba, era feliz.

No era despertar cada mañana en una hacienda a las afueras del estado, con los rayos del sol en tu cara y el suave aroma a café de olla por toda la casa, ni respirar el aire puro que su parcela le ofrecía, ni mucho menos el relajante estilo de vida que se podía encontrar en el pequeño pueblito que no pasaba las 200 personas.

No era reproducir la misma playlist descargada en su celular por horas mientras regaba sus cosechas, ni la puesta de sol en su cara mientras montaba a caballo.

Pero era feliz.

Tal vez ahora su casa era demasiado silenciosa, sin estados peleándose por cualquier tontería, pero ahora se levantaba entre un suave "good morning sweetheart" de parte de ese otro americano al cual amaba como nunca.

Tal vez ahora el tiempo no les daba para un café de olla recién hecho, pero siempre les daba para un desayuno con café de máquina y una pequeña pero nunca olvidad sesión de besos.

Tal vez ahora no hacía 2 horas desde su casa al palacio de gobierno, pero siempre le era divertido tomar el metro y transbordar en estaciones.

Tal vez, el mexicano podía acostumbrarse al bullicio de la ciudad, y a toda la vida que esta cobraba de noche, a comparación del suave canto de los grillos que su ranchito llegó a ofrecerle.

Tal vez ya no era lo mismo. Pero no estaba mal.

Cada fin de semana lo pasaban en la hacienda, rodeados no solo de estados mexicanos, si no también en algunas ocasiones conviviendo con los estados norteamericanos.

Y con esos momentos le bastaba, para llenar infinitamente su corazón.

Y para hacerle ver, que pese a que ambos tuvieron que acomodarse al estilo del otro, habían tenido suerte al acomodar tan bien la rutina, suficiente como para no caer en la monotonía, pero tampoco para llevar un estilo de vida agitado y cansado.

Tal vez, con un poco de suerte, todo seguiría funcionando tan bien.









En mi defensa, estaba demasiado ocupada defendiéndome de la asesora de grupo.

Nah, a quien engaño, me enamoré y se me olvidó hasta como sumar.

Maestra Jazmín pidoperdon nuevamente por gritarle a la mitad del pasillo con unas 20 personas viéndonos.

🌼 te amo 😻 aunque no tengas wattpad y nunca llegues a ver esto xd

Censura al nombre por si la persona de mi grupo que me sigue llega a ver esto.

En fin, perdonen los 6 meses en floop, ahora desaparezco a leer justinxpeña porque dependo emocionalmente de ellos.

Sin más que decir: bayyy

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