Capítulo 1

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La mañana que el policía Hortensio Villalba supo de la muerte de su padre fue una tarde como cualquier otra en la Ciudad de México. No estuvo nublado, ni llovió, ni sopló un fuerte viento y tampoco hubo un terremoto. Una mañana cualquiera en un momento cualquiera y se le salió el corazón del pecho en un simple WhatsApp. "Oye, Hortensio, es mi papá."

Al uniformado le tomó un momento calmarse, probablemente su color canela se había perdido entre un pálido blanco de terror e incertidumbre. Luego de eso, la llamada.

―¿Qué pasó, hermana? ―preguntó de manera temerosa Hortensio.

―¡Ay, no mames! ―la voz se escuchaba dolorosa y entrecortada, ya sabía la noticia.― ¡Se nos murió, Hortensio! ¡Mi papá acaba de morir!

Unas lágrimas se le escaparon, intentó contener el llanto y sintió un fuerte nudo en la garganta, pero no logró ser lo suficientemente fuerte, era su viejito.

―¿Puedes venir por favor? Vamos a ver si el seguro nos entrega el cuerpo y ya sabes cómo es todo el pinche papeleo.

Hortensio se tuvo que tomar un momento para calmarse y aclarar su garganta. ―Si, ahorita le aviso al jefe y en chinga te caigo allá.

Respiró profundamente, tenía muchas ganas de llorar y de maldecir a todo lo que existiera, tanto como sus pulmones y su garganta se lo permitieran; pero ya habría tiempo para ese tipo de cosas más tarde. Volvió a sacar su teléfono y mandó un WhatsApp al jefe avisando de la situación. Luego avisó a sus compañeros por su radio y se dirigió a su automóvil, un Tsuru. Una broma irónica de la vida que siendo policía Hortensio condujera el modelo más robado de toda la república, pero Dios sabe que sin las mordidas los policías ganan una mierda.

Tomó el circuito interior y en cosa de minutos había llegado al hospital de La Raza. Cruzó la entrada principal, caminó por los pasillos de terapia intensiva y, en la sala de espera, estaba su hermana, esperándolo.

―Mija, ¿qué pasó?

Ella se abalanzó sobre él, dándole un abrazo y soltando un par de lágrimas y sollozos, de los pocos que le quedaban, pues tenía su cara hinchada y sus grandes ojos color miel ahora parecían unas ventanas entrecerradas, sin luz.

―No tiene mucho, como hace cincuenta minutos. Le dio un paro respiratorio y los doctores no pudieron hacer nada.

Hubo un silencio corto, pero a Hortensio le pareció eterno. Durante diez segundos admiró cada detalle del hospital y jamás lo olvidaría. Las lámparas de halógeno, viejas y tintineantes, testigos de tantos milagros y tragedias por igual. Las sillas frías de acero en la sala de espera, formando filas, habiendo acogido en su metálica forma las plegarias y súplicas de tantas personas. Finalmente, miró el suelo pulido y perfectamente brilloso que reflejaba el reloj, pero no estaba avanzando.

―¡Hortensio! ―Su hermana interrumpió el divagar de su mente.

―Perdón, Amelia. Es que aún no puedo hacerme a la idea.

―Te estaba preguntando que si quieres pasar a verlo o mejor que el seguro se encargue de todo. Ya sabes, lo van a arreglar bonito en la funeraria, así que, si quieres verlo antes de eso, vas.

La duda lo carcomía, nunca fue de ver a los muertos, prefería recordarlos con el júbilo que tuvieron en vida, antes de que la enfermedad y la tristeza carcomiera sus cuerpos. Recordó por un momento cuando su amado y querido tío Narciso falleció diez años atrás, recordó que se acercó al féretro y miró su pálido rostro, carente de sus mejillas rosadas y vivas tan características. No quería ver a su padre de una manera tan demacrada y triste, no podría perdonarse guardar un recuerdo tan lamentable sobre otros más alegres.

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⏰ Última actualización: Jul 14, 2022 ⏰

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