PREFACIO

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Algunos días después


Yo no sabía nada sobre la desaparición de Vera. Ella era mi amiga. O al menos eso le dije a los policías.

Una de esas respuestas era una verdad a medias y la otra una mentira. Pero era lo mejor que podía ofrecer bajo el tormento de las circunstancias.

Estaba lo suficientemente asustada cuando fue mi turno y a duras penas pude caminar hacia la mesa y sentarme frente al pupitre. No oí nada más que el sonido de mi corazón latir en mis sienes mientras me leían mis derechos y me limité a sentarme como había aprendido en mí lectura del fin de semana.

Espalda recta, postura segura, manos sobre el pupitre y evitar gestualidades bruscas. Tuve que contener la respiración disimuladamente unas tres veces, las conté, porque todo movimiento en mí cuerpo estaba bien estudiado.

El punto es, que yo no maté a Vera. Porque ella estaba muerta y desde el viernes en la noche su cuerpo sin vida llevaba pudriéndose. A esta altura los gusanos ya habrían empezado a comerse su putrefacto cadáver. Quizá las primeras larvas crecerían en las cuencas de sus ojos. Y eso me revolvía el estómago.

Pero yo no la maté.

Para este punto el pensar que estaba solo desaparecida era esperanzador para su familia, aunque muchos pensaban en la tonta idea de que ella se había ido con algún chico.

No se fue con nadie. O al menos... No bajo las circunstancias que se rumorean.

Pero yo no la maté. Aunque alguna que otra vez haya fantaseado con hacerlo. Y no iba a decir nada porque la investigación iba a llevar a todo a su punto. La iban a dejar de buscar, y así todo volvería a la normalidad. O eso quiero creer.

Muerdo el interior de mí mejilla cuando el oficial apoya la punta del bolígrafo sobre el papel y me observa, esperando que responda a su primer pregunta.

—¿Cuál es tu nombre?

—Cielo —pronuncio mi nombre— Cielo Angellí.

El oficial a su lado ve en una planilla el nombre de mis compañeros de curso y tacha el mío. Solo faltan dos más, y el día habrá terminado.

Quiero volver a casa. Nunca lo deseé tanto como ahora.

Vuelvo mí atención al oficial frente a mí. Puedo leer en su gafete su apellido junto a su cargo. Comisario Lire. Mí cabeza no deja de darle vueltas a la idea de que sus años de experiencia o su instinto lo lleven a describir mis nervios. Pero lo dudo, ensayé bien las preguntas frente al espejo.

—¿Cómo te encuentras Cielo? Pareces cansada —inquiere con perspicacia observando mis ojeras.

Yo sonrío con cordialidad, evitando sentir el latir de mí corazón zumbar mís oídos.

—Ayer trabajé hasta tarde —le digo y él anota eso en su libreta.

Los dos pares de ojos puestos en mí me ponen ansiosa, pero hago mi mejor esfuerzo por fingir. Así como en toda mi vida.

—¿Cuántos años tienes?

—Tengo diecisiete años, cumpliré dieciocho en dos meses —agrego un poco más de información a la respuesta, porque según estudié, eso les hace ver que estoy predispuesta a hablar.

El hombre asiente sin dejar de mirarme fijamente, posando sus ojos marrones en los míos. Lo analizo a tanto detalle que puedo descubrir que está casado o al menos eso delata el anillo de oro en su dedo anular, no así como el policía parado cerca de la puerta que no deja de observarme. Su apellido es Luca, o al menos eso dice su gafete.

Debe tener unos veinte años, aproximadamente, y su gran parecido al comisario me hace pensar en la probabilidad de que sea su pariente. Tal vez un sobrino.

—Bien Cielo, ahora te voy a hacer unas preguntas, ¿Está bien? —el comisario me observa asentir con la cabeza así que prosigue—¿Podrías decirnos qué estuviste haciendo la madrugada del viernes de la semana pasada?

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HEIRS

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