1. Un libro, un dibujo y una taza de té.

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Los días cálidos, acostumbra tomar café helado; los días más fríos, prefiere tomar té, mientras que los días invernales, acostumbra a tomar chocolate.

Hoy el caso fue el segundo.

La persona al otro lado del mostrador ya le conocía. Suele ir allí a menudo, por no decir que todas las tardes. Mientras le cobra su pedido, le regala una amable sonrisa.

El chico recibe su bebida y se despide con un cortés agradecimiento. Toma la taza en su mano, con cuidado de no volcar el líquido y camina hasta su lugar habitual. Sobre la mesa, deja el té, al igual que el libro que cargaba consigo. Toma asiento en el sofá y emite un largo suspiro, dando así por terminado su largo día.

Aquel es siempre su momento de paz. El sentarse a disfrutar de una deliciosa bebida, en un lugar acogedor; a solas, pero a la vez en compañía de sí. La cafetería es tranquila. Los colores neutros dan una sensación relajante, que era acompañado con una melodía suave de música de fondo, coreada por el tintineo constante de cucharitas en tazas y las bajas conversaciones de los presentes.

Tras retirarse el abrigo, lo dobla cuidadosamente y lo apoya junto a él, antes de finalmente, tomar la taza de té entre sus manos, soplar el contenido y dar un primer sorbo.

Acto seguido, abre su mochila. Hurga un poco el interior, guiándose por la sensación de la interminable cantidad de cosas que trae en ella, hasta dar con los auriculares, hechos un nudo, al fondo del equipaje. Descansa la espalda contra el respaldo del sofá y se dedica con todo esmero a deshacer el desastre del cable. Sabe que debe ser más cuidadoso con ellos, pero si bien lo intenta, a la semana ha perdido el hábito y vuelve a dejarlos caer a su suerte. Espera no terminen por romperse, porque actualmente no tiene suficiente dinero para conseguir unos nuevos. Finalmente, gana la batalla, y logra desanudarlos. Alegremente, conecta el cable a su celular. No tarda mucho en buscar algo para escuchar, simplemente vuelve a dar play a la última canción que había escuchado aquella mañana antes de salir de casa. Esta había quedado por la mitad, la voz del cantante reanudó poco después del coro.

Está dispuesto a tomar su libro, cuando levanta la mirada al local.

Un chico le observa.

El desconocido porta anteojos de marcos finos. Un mechón castaño cae por la mitad de su frente y viste con un hoodie deportivo color azul. Se encuentra sentado hacia adelante, con los brazos recargados sobre su mesa.

El contacto visual no dura mucho, pero no deja lugar a dudas de que las miradas van dirigidas el uno para el otro. El desconocido es el primero en desviar los ojos, mirando hacia abajo, hacia su mesa.

Él mira con disimulo y nota que el otro ha abierto un cuaderno. Pasa las hojas con fervor. Sin darle mayor importancia, regresa la atención a su libro y su taza de té.

Cruza una pierna sobre la otra y apoya su lectura sobre ellas. Abre el libro en la hoja en la que ha quedado y bebe de su taza un poco más. Pero no se dispone a leer. Porque, como por acto de fuerza de atracción, sus ojos vuelven a viajar hasta la mesa del desconocido.

Éste le miraba otra vez. La interacción es exactamente la misma de antes; unos instantes de miradas y el castaño volvía a mirar hacia abajo. Pero esta vez, nota cómo mueve un lápiz sobre el cuaderno de antes.

¿Estaba…?

El joven entrecierra los ojos en sospecha y apoya su mano en la página de su libro para evitar perderla, mientras se dedica a seguir observándole. Pasan unos segundos, cuando levanta la cabeza una vez más.

El contacto ahora es más largo. El desconocido parece haberse dado cuenta de que lo han descubierto, pero no se ve intimidado por ello. Contrariamente, una media sonrisa se cuela en sus labios. Casi parece coqueta.

Él sonríe a su vez, pero el otro no lo nota, ya que ha vuelto a mirar en dirección a su cuaderno. Decide que no es momento de lectura, así que cierra el libro y lo deja a un lado, cruzándose de brazos.

El de anteojos le mira otra vez, pero ahora parece encogerse de hombros. Deja el lápiz sobre la mesa y se hace hacia atrás en la silla, dejando los brazos cruzados contra su pecho también. Mantiene su mirada fija en la de él, pero ninguno hace nada.

Él se cuestiona si debería acercarse.

¿Estará el otro esperando que lo haga?

El último nombrado agarra el lápiz, pero no vuelve al papel, mas ahora se dedica a jugar con este entre sus dedos, sin dejar de mirarle. Entonces comprende lo que quiere.

Frunce los labios y, todavía un poco confundido, vuelve a tomar el libro y a abrirlo sobre su regazo. Esto parece satisfacer al artista, ya que no tarda en regresar a su actividad previa.

Él ríe.

La próxima vez que el desconocido le mira, él ha hecho una expresión divertida, con una ceja levantada y una sonrisa ladina. Una carcajada se forma en sus labiales. Pone los ojos en blanco y, aún entre sonrisas, vuelve a mirar hacia su cuaderno.

Y a la siguiente vez que le mira, él ha vuelto a cambiar; ahora con la lengua afuera y levantando los dedos índice y medio de una de sus manos. El dibujante no ríe, pero sí que sonríe; y parece morderse el labio al instante de regresar a su obra.

Tardó en volver a mirar, por lo que él aprovecha para tomar un poco más de té. Para cuando el contrario le observa una vez más, él se encuentra reacomodando la postura anterior.

Eventualmente, se ha cansado de interactuar. Baja la mirada a su libro por fin decidido a enfocarse en su lectura, cuando una figura alta aparece junto a él. No tiene tiempo de reaccionar, cuando dicha figura se vuelve a alejar.

Mira hacia atrás.

El dibujante desconocido ahora sale del local, con un bolso de tela negro colgándole al hombro. Éste le regala una última mirada sonriente, antes de cerrar la puerta vidriada y desaparecer por la calle.

Él está desorientado. Sigue sonriendo tontamente cuando se vuelve. Y entonces, sobre su mesa, identifica un papel.

Se estira hacia adelante y lo toma. Deshace el único doblez y lo abre, revelando el dibujo.

Era él. Con su camiseta de rayas y sus auriculares. Era un sketch muy rápido, sombreado y detallado con líneas rectas en zonas como los dobleces de la ropa o en su cabello. Iba firmado con dos letras mayúsculas.

Y, sobre el borde inferior de la hoja, un número de celular.

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2022 ⏰

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tdah (y un poquito de inspiración) • tokyofeeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora