Ya en calma tras la tormenta, refugiado en la quietud de mi apartamento, puedo permitirme rememorar todo aquello que deseo narrarte:
Mi embarcación fue devorada, sin más, por un oleaje monstruoso del que jamás había oído hablar ni en las más tenebrosas historias de marineros expertos. Aquellas olas demostraron el poderío de la naturaleza, y de cómo puede someter a cualquier hombre que se le oponga, por muy inteligente que éste se crea.
Aquellos veinte hombres que me acompañaban, cesaron sus llantos agonizantes a medida que caían a aquellas aguas oscuras y turbulentas. Mientras la embarcación cedía, yo observaba agarrado al mástil cómo ese remolino los callaba a todos, y rugía dominante por encima de sus quejidos.
No consigo recordar cómo logré aferrarme al bote de emergencia, pero si tuviera que dar una respuesta, en lugar de atribuir la hazaña a mi persona, diría que la suerte me hizo acabar dentro de éste una vez acabó el tormento. Y no miento cuando digo que no fui dueño de mis acciones en aquel momento, pues aquella monstruosa fuerza me hizo dejar de pensar de forma racional. Para el momento en que el barco se hundió completamente, mi cerebro dejó de funcionar, y simplemente me resigné a seguir luchando contra algo que no podía controlar.
Dentro de esas aguas agitadas dejé de sentir y acepté mi destino, pero no quiso esta maldita vida despedirse de mí tan pronto, y desperté desorientado encima del dichoso bote. Mi cuerpo ardía, pero sabía que la sal acabaría aliviando aquellas horribles heridas. No sabía qué había pasado estando dentro de aquella masa de oscuridad.
Esos primeros dos días, solo pude moverme ligeramente para refrescar mi cuerpo con aquellas aguas que tenían el poder de matarme, y de curar mis heridas al mismo tiempo. Y miraba al cielo, completamente estirado y deseando sanar rápidamente para poder moverme libremente de nuevo y sobrevivir. En las noches no me atreví a introducir ninguna parte del cuerpo en el agua, pues recordaba, cada vez que apartaba la vista de la luna, que aquella oscuridad podía ser letal.
Tal fue mi suerte que al tercer día conseguí sanar lo suficiente como para moverme (aún con muecas de dolor en cada gesto, pero al fin y al cabo podía moverme). Y además, mi camino fue bendecido por la aparición de una pequeña ave que se posaba en el bote cada vez que me veía tumbado. Aquella fue mi primera y última comida aquel día, pues a pesar de que el hambre me controlaba, no podía controlar el cómo mi cuerpo procesó aquella carne sangrienta. Y comencé a rodar sobre mi estómago, con todo el cuerpo ardiendo.
No recuerdo con exactitud cuánto duró el malestar, pues después de horas de agonía, comencé a dar cabezadas que eran interrumpidas por el inmenso dolor que sentía, haciéndome llegar al punto de no distinguir entre el mundo de los sueños y la realidad. Hasta el momento en que el bote chocó contra algo duro, y desperté por completo.
Me incorporé lentamente y me giré para observar qué había impedido el avance del bote, y en cuanto procesé que aquello era una isla, y que el bote volvía hacia atrás después del choque, comencé a remar desesperadamente hasta que estuve lo suficientemente cerca de la orilla, momento en el que subí el bote a tierra, sin saber de dónde había sacado la fuerza. Hacía muchísimo frío.
La isla se sentía muy extraña, pues sus bordes eran de una rectitud enfermiza, como si alguien los limara todos los días. Fue justo después de admirar los bordes que daban directamente a la profundidad abismal, que me giré y reconocí el final de la isla y su contenido. Una cabaña.
Mi cuerpo se vio invadido a partes iguales por la alegría más inocente, y el terror más puro. Alegría porque al fin entraba en contacto con algo donde el humano tenía (o había tenido) control, y terror porque el hecho de que aquello hubiera sido erigido allí, significaba que la civilización todavía se encontraba muy lejos de mí.
Aseguré el bote y comencé a andar hacia aquella cabaña destartalada, fantaseando sobre sus contenidos. A partes iguales, deseaba que hubiera y no hubiera nadie habitándola. Si había alguien, podía darse el caso de que no me quisiera allí. Sin embargo, si no lo había, a pesar de la soledad, podría encontrar algo que me salvara durante el tiempo necesario para preparar un plan. De igual manera, estaba preparado para cualquier situación.
Me acerqué a lo que parecía ser la entrada y me detuve, fijándome en cómo el tiempo no había pasado en vano por esa madera que lucía mohosa, pero estable. La puerta estaba adornada por unas cadenas que imitaban a una cortina, las cuales comenzaron a tintinear a medida que la puerta se abría, chirriando.
-¿Hay alguien ahí?- un anciano barbudo, asomó medio cuerpo por el hueco de la puerta.
-Tranquilo, no vengo a hacerle daño, verá…
-¡Dios mío! ¡Al fin!- el anciano dejó que la puerta se abriera por completo y se llevó las manos a la cabeza, eufórico. Llevaba ropa de invierno y guantes. El frío me hizo envidiarle.
-Siento decirle que estoy perdido, mi embarcación y todos sus tripulantes desaparecieron.
-Bueno chico, no eres el único en el club. ¡El fundador te da la bienvenida!- el hombre no pareció desmotivarse ante aquella noticia.
-¿Le importa si le pido un favor?- observé que el anciano movía sus dedos dentro de los guantes, como si agarrara algo- Verá, no he comido nada en días y no sé cuánto más podré mantenerme en pie. ¿Podría disfrutar de su hospitalidad?
-Tendría que consultarlo con el dueño- ahora su expresión se había vuelto seria.
-¿Hay más personas con usted?- este dato despertó en mí incertidumbre, no sabía si de verdad eso sería de ayuda.
-Sí, dame un momento- el anciano se giró, y susurró algo que no llegué a escuchar mientras entrecerraba la puerta. No logré ver el interior.- ¡Por supuesto que estaré encantado de hospedar a otro buen hombre!- el anciano ahora se había girado y había cambiado su acento. Su pelo enredado acompañaba aquella actuación a la perfección. Definitivamente había perdido el juicio.
-Estaré encantado entonces de ayudarle en lo que pueda, pero antes necesitaría llevarme algo a la boca, si no es mucha moles…
-¡Por supuesto que no! Justo esta mañana desenterré mi primera creación, ¡mis primeras patatas!- su tono de voz triunfante me dio ternura.- Por favor, pasa e instálate.
El interior cumplía con las expectativas que creaba la fachada, pero aun así, no podía permitirme ser exquisito. Todo estaba desordenado, y el olor era un tanto desagradable, pero me refugiaba del aire frío del exterior.
El anciano agarró una de las miles de cajas de cartón que había apiladas y sacó dos patatas.
-¿Quieres que les quite la piel, o te las apañas tú solo?-su forma burlona de preguntar, obligó a mi orgullo a arrebatarle los alimentos de la mano y morder uno de ellos con ansia. El sabor era ácido, pero sabía a algo, después de todo.
Devoré esas dos patatas en menos de cinco minutos mientras el hombre estiraba unos cuantos cartones en el suelo. Me estaba preparando la cama.
Cuando terminé, encendió un pequeño montón de madera en un rincón y se sentó a mirarlo fijamente, mientras hablaba. La noche comenzaba a caer.
-Chico, no quiero llenar de nubes tu esperanza, pero me temo que nos espera una larga temporada aquí. Si te contara cuánto tiempo hace desde que clavé la primera madera en el suelo…- hizo una pausa- Yo… pasé por un naufragio también, y acabé en esta tierra en medio de la nada. He pasado por tanto que ya no recuerdo a qué me dedicaba, pero eso ya no importa. Ahora mismo, para el resto de la humanidad hemos desaparecido, hemos perdido nuestro puesto en la vida. Pero no te preocupes, yo aún no he perdido la esperanza, y como dos cabezas son mejor que una, te aseguro de que podremos sobrevivir hasta ser encontrados.
Lo primero que me vino a la mente, fue “también dos estómagos son peor que uno”, pero el anciano había conseguido emocionarme con sus palabras, por lo que este pensamiento se esfumó y acabé dándole las gracias por su trato y su apoyo.
A pesar de sus momentos de locura, el hombre me iba a servir para regresar sano y salvo. Tenía experiencia, y recursos (justo todo lo que me faltaba a mí). Le conté sobre mi vida, y parecía recordar similitudes con la suya, pues su cara se iluminaba de vez en cuando, y no precisamente por las ascuas que saltaban de aquella hoguera improvisada.
Pasamos un par de horas charlando, pero a pesar de que el pensamiento era reincidente, no me atreví a preguntarle cómo había conseguido sobrevivir. Lo que conseguí deducir después de estudiarlo, fue que llevaba aquí demasiado tiempo como para que su supervivencia fuera creíble. Y mientras yo divagaba, el anciano se quitó por primera vez los guantes para calentar sus manos en la hoguera, que ahora había quedado en ascuas.
A pesar de tener mis ojos fijos en él (físicamente, pues en realidad mis pensamientos habían robado todos mis sentidos), no distinguí aquellas manos hasta que él no habló. Esta vez, su voz había cambiado, parecía un gruñido de un animal salvaje.
-Tu presencia aquí… me alivia. Me da esperanzas de que lograré vivir un poco más, de que conseguiré recuperar mi puesto en la vida- hizo una pausa, y cuando mis ojos apartaron la vista de aquellas manos huesudas y mordisqueadas, vi su sonrisa, y sus dientes desgastados. No tenía colmillos.- No dejé de creer, ningún día, ninguna noche. Y por fin he obtenido mi recompensa para progresar- el anciano comenzó a incorporarse lentamente, haciéndome temblar.
Una vez completamente erguido, llevó sus horrorosas manos a su boca y vi que tampoco tenía uñas. Aquel monstruo grotesco estaba vivo, de eso no había duda. Él mismo había conseguido mantenerse vivo.
-Ahora, joven huésped, sé un buen ciudadano y alimenta el alma de otro hombre, para que pueda volver a ser considerado como tal.
El anciano se abalanzó contra mí con tal velocidad, que tuve que tirarme al suelo sin pensarlo para lograr esquivarlo, y tropecé con la multitud de cajas de cartón esparcidas por la cabaña. Lo tenía encima, había caído en su red.
Mientras mordía fuertemente mi antebrazo, notaba como sus dientes perforaban el tejido. Iba a tirar en cualquier momento.
Mi otro brazo encontró algo sólido dentro de la caja de cartón rota donde este reposaba, y lo usé contra él. El golpe fue seco y brutal. Pero el anciano se incorporó de nuevo y se lanzó a cazar. Él había estado comiendo, yo no.
En una de sus embestidas, esparció por toda la cabaña el contenido de aquella caja donde había encontrado mi arma, y el suelo se llenó de restos humanos, producto de una anterior comida.
Torpemente, alcancé la puerta y logré cerrarla, aprisionando sus dedos huesudos y carentes de piel entre la puerta y la pared.
Después de un quejido espantoso, retiró sus dedos y yo me alejé de aquella cabaña, cayendo finalmente dentro del bote. Después del golpe, me incorporé y elevé mi cabeza por encima del borde del bote para ver al anciano, que venía corriendo hacia mí.
Se escuchó un gran golpe, en el que sentí su cuerpo chocar contra el mío a pesar de tener el bote en medio, y después de esto no recuerdo nada a pesar de la sensación de flotar.
Al despertar, unas manos calientes golpeaban mi cara, y la voz potente de varios varones me hizo despertar e incorporarme.
-¿Dónde estoy?
-Tranquilo hombre, primero céntrate en recuperar fuerzas. Estás a salvo- el hombre me estudió con la mirada, de arriba abajo. Se detuvo en un punto concreto y comenzó a reír- ¡Traedle algo de comer, que si no lo hacéis pronto se sirve él solo!
Todos los hombres que me rodeaban comenzaron a reír, y confuso, me limité a esperar mi comida.
Al terminar, comencé a recuperar mi rango de visión, y mi pulso volvió a la normalidad. Comencé a observar mi estado físico, y pasé el resto del viaje de vuelta a la civilización llorando y gritando desesperadamente, al ver aquellas marcas de dientes en mi brazo.