La Hermana de Raven Queen

Capítulo 5

La Reina retrocedió un paso, tambaleándose ligeramente como si la visión frente a ella hubiera arrancado la seguridad que siempre había ostentado. Sus dedos enguantados se aferraron a los pliegues de su vestido, en un gesto inconsciente de autoafirmación. Su voz, que antaño era como un filo de hielo, salió temblorosa, cargada de incredulidad y algo que podría haberse confundido con miedo.

—Ha pasado tanto tiempo... No creí que te volvería a ver.

Ravenna avanzó un paso, con una elegancia que era casi sobrenatural, sus movimientos fluidos como si fueran parte de la oscuridad misma. Su mirada, gélida y penetrante, se clavó como dagas en la figura de su madre. Había en ella una quietud inquietante, como si cada palabra y cada gesto estuvieran calculados para infligir el máximo dolor.

—Y mírate ahora. —Su voz cortó el aire como un látigo, tan fría y afilada como un cristal quebrado—. Encerrada en lo que más adorabas. ¿No es una ironía deliciosa? Una prisión hecha de espejos, el único lugar donde siempre te veías reflejada, donde admirabas tu belleza eterna. Y ahora, ni para eso sirves. —La palabra "sirves" salió de sus labios como un veneno, cargada de desdén.

La Reina Malvada tensó los labios, su postura rígida como si intentara mantener la dignidad que le quedaba. Pero sus ojos oscuros, siempre tan inescrutables, traicionaron una chispa de algo más profundo: una mezcla de arrepentimiento y vulnerabilidad que luchaba por no salir a la superficie.

—Ravenna... Yo... —La pausa en sus palabras fue un golpe en sí misma, un reconocimiento silencioso de todo lo que nunca había dicho—. Nunca imaginé que llegarías a esto.

Ravenna soltó una risa corta, vacía, que resonó en la estancia como un eco siniestro. Era el sonido de alguien que había sido despojado de todo salvo del odio que la mantenía en pie.

—¿A esto? ¿A ser lo que soy ahora? —Su sonrisa era una máscara, cruel y burlona, pero sus ojos ardían con la intensidad de años de resentimiento contenido—. Todo esto es gracias a ti, madre. ¿De verdad creíste que podía salir indemne después de lo que me hiciste? Después de los años de abandono, de dolor, de tu desprecio constante porque no era como Raven. —Por un instante, su voz se quebró, como si la herida todavía estuviera abierta, pero enseguida volvió a endurecerse, ahora más feroz—. Lo único que me diste fue sufrimiento... y eso lo moldeé en poder.

La Reina apretó los puños, sus uñas arañando la tela de su vestido. Su rostro era un lienzo de emociones en conflicto: orgullo, culpa y un intento desesperado de no ceder ante el peso de las palabras de su hija.

—Sé que cometí errores... muchos. Pero todo lo que hice fue por el bien de nuestra familia, de nuestro destino.

Ravenna dejó escapar un bufido, un sonido seco y lleno de desprecio. Dio un paso más hacia el espejo, su figura proyectando una sombra que parecía envolver a la Reina en una penumbra asfixiante.

—¿Errores? —Su tono ahora era puro veneno, cada palabra un dardo directo al corazón—. No fueron errores, madre. Fueron decisiones. Elegiste ignorarme, encerrarme, tratarme como si no existiera. No buscaste el bien de nadie más que el tuyo. Y ahora, aquí estás, atrapada en tu propio egoísmo, pagando por todo lo que hiciste.

El silencio que siguió fue tan pesado que parecía aplastar la habitación. Por un instante, la Reina bajó la mirada, sus labios temblando mientras un destello de verdadera culpa asomaba en sus ojos. Pero cuando alzó la cabeza de nuevo, su expresión había cambiado, endureciéndose en un intento de recuperar algo de control.

—Quizás merezca este castigo... pero tú no. —Su voz tenía un tono urgente, casi suplicante, como si buscara romper la barrera que ahora existía entre ambas—. No tienes por qué cargar con esta oscuridad, Ravenna. Aún puedes elegir algo mejor.