Prólogo.

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Memorias de alguien del pasado que tras cuatro años se personificaban frente a él, olores evitados por el recuerdo de una noche segura que ahora provenían del vaso que él sujetaba, palabras dichas en un idioma repudiado por no conocer la traducción de una despedida.

Y ahí estaban ambos, en la proa de un barco a medianoche conociéndose por segunda vez.

Ahora ha pasado un mes de aquel 17 de julio, y la risa del contrario ha dejado de provenir de un extraño.

A menudo se miran a los ojos e intentan encontrar aquella versión que conocían del otro, pero solo hallan pequeñas moléculas de ella, como la manía de Horacio de fruncir el ceño ante cualquier situación que le alerta o la chispa en la mirada de Volkov cuando alguien menciona su bebida favorita.

Horacio viste apagado, se percata Volkov, viste parecido a él y eso le quema por dentro, porque el pensamiento de Horacio pareciéndose un mínimo a lo que él es, o fue, le repatea el corazón. Se angustia a diario por sentir que Horacio ya no es la persona que tanto le llamó la atención (no a nivel romántico, sino por su simple presencia) años atrás, pero tiene claro que tras esa tela oscura y esa aura de tristeza, está el Horacio de siempre.

El Horacio de siempre, el que él conoce, es el que le pica con temas que sabe que genuinamente le molestan, el que bromea con asuntos tan sensibles que más de uno le pegaría una paliza al escucharle, el que desearía que todos los robos terminasen a tiros por la simple sensación de adrenalina, pero ese es el Horacio de siempre, el Horacio que le ha hecho coger el primer vuelo desde Rusia después de una llamada de menos de dos minutos.

Y volvería a hacerlo, porque algo dentro, que ni él mismo sabe el qué, le impulsó a sentir que debía estar cerca de él. Todos los años que ha estado fuera, divagando entre países y cometidos, le han sabido a poco; nunca fue ni libre ni feliz, y la sensación de soledad es una que no le desearía ni a su mayor enemigo.

Volkov llegó a estar varios días seguidos sin hablar por no tener con quién hacerlo, y ahora se reúne a diario con una persona que no calla. Y nadie sabe lo mucho que lo agradece.

Horacio le tira de la lengua, pero se hace el aburrido cuando siente que ya ha escuchado demasiado (aunque por dentro se tiraría horas escuchándole), y le pica.

—Joder ruso, ¡cuantísimo texto!— rebufa, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento.

—¡Pero si me has preguntado tú!— frena en seco el patrulla a un lado de la carretera.

—Simplemente te he preguntado si crees en los ovnis, ¡es un sí o un no!

—Hombre, pero si me preguntas entiendo que quieres saber más a fondo lo que yo opino al respect-...

—¡Aviso! ¡Robo de casa; tira que a este llegamos!

Volkov realmente quiere aprender a sintetizar, pero es de esas moléculas de la versión beta que jamás van a cambiar, por mucho que lo intente. Igual Horacio también debería aprender a no ser tan impaciente, pero, de nuevo, moléculas.

Horacio siempre ha sentido que nunca podría superar a Volkov, aunque durante los años que estuvieron separados desarrolló interés (mayoritariamente sexual) por varias personas e incluso llegó a tener una relación seria con una chica, Kalimba, algo que no pudo prosperar debido a la incompatibilidad de horario laboral y, siendo honestos, la confianza de Horacio sobre ya haber encontrado al amor de su vida y, por más a su pesar, no siendo ella.

Siente que jamás va a volver a experimentar lo que ha sentido por Volkov con otra persona, y eso le aterra, porque Horacio ama amar, y amaría que le amasen; pero en cuanto le volvió a ver, después de esos cuatro años viviendo de recuerdos, maldijo en todos los idiomas posibles por sentir de nuevo el aleteo de las mariposas dentro de su estómago.

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⏰ Última actualización: Aug 13, 2022 ⏰

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Treinta días. - volkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora