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Leonardo Salas, hombre de 35 años, detective del CICPC (cuerpo de investigaciones científicas penales y criminalísticas) su piel es oscura, es alto y algo subido de peso, siempre vistiendo de traje así haya calor, usando un chaleco de kevlar debajo, "prefiero desmayarme por calor que por desangrado" decía siempre.

El detective era y sigue siendo una persona de personalidad seria, con un carácter casi imperturbable y con un aspecto algo amenazante para algunos, dedicaba su vida al cuerpo de investigaciones, llevaba poco más de diez años viendo la maldad del mundo, y los que faltaban... Tal vez por eso siempre tenía esa mirada distante y enojada.

Salas iba en su carro, un corsa blanco cuarto puertas, con una  abolladura en una puerta y el hueco de un tiro en la otra, estaba camino al trabajo cuando lo llaman para que se presente en el Terminal de Maracay.

¡Ay el Terminal! De ese lugar viene todo el mundo y siempre está lleno, más que un terminal parece una pequeña ciudad sin ley, desde la entrada se ven un montón de pequeños locales que venden hasta lo que no deben; maletas, ropa, comida, teléfonos, piercings, brackets, drogas, mujeres... Que va, ahí se encuentra de todo y todo tipo de gente pasa por ahí.

Cuando el detective Salas llega al terminal era apenas las 8 de la mañana, la gente iba y venía, yendo para sus trabajos o llegando a la ciudad, la mayoría amotinados producto del sueño y la agotadora rutina que llevan, incluyendo a Leo.

Había una bulla constante, los buhoneros vendiendo sus caramelos, las cocineras ofreciendo sus  empanadas, los cristianos con sus altavoces dando las buenas nuevas, y por último, los colectores, hombres vestidos con un traje azul marino que te inundan con preguntas sobre hacia donde te diriges.

Con estos se topa Leonardo, después de pasar a los numerosos pasajeros y vendedores, escucha en todas direcciones gritos de estos hombres diciendo hacia donde van, unos alzando la voz más que otros, como si fueran gallos.

-¡Caracas, Caracas, Caracas! - gritaba uno

-¡Barquisimeto! - decía otro más alto, alargando la "o" como si cantara opera

Tal bullicio era molesto, pero efectivo, todos los pasajeros sabían a dónde ir apenas ponían un pie en ese terminal. Uno de los colectores lo ve, un señor flaco y canoso, apenas ve al detective abre mucho sus ojos azules y le apunta con su mano temblorosa.

-¡Usted! - le dice en voz alta, llamando su atención, camina de forma encorvada y se acerca al detective - ¿Es usted del CICPC? - pregunta con cierto entusiasmo

-Si señor - Le contesta y luego le muestra su placa

-¡Yo fuí quien los llamó! - Exclama - Venga conmigo por favor - El viejo sin ningún tipo de pena y actuando como un amigo de toda la vida, pone su mano sobre el hombre del detective y lo guía hacia el sitio de suceso.

Al detective Salas le pareció muy raro la confianza de este señor, disimuladamente le quitó la mano del hombro y mirando a su entorno, vió a los criminalistas, hombres con trajes blancos que les cubren todo el cuerpo, tomándole fotos a uno de los autobuses.

-¿Verdad que esos bichos parecen fantasmas? - dijo el viejo que lo acompañaba

Aunque al detective le hizo un poco de gracia el comentario, prefirió mantener la seriedad y le dijo

-¿Cómo se llama?

-Marcos Andrade

-Ok Marcos ¿Puede quedarse aquí? Voy, hablo con los "fantasmas" y después lo llamo a usted ¿Le parece?

Marcos asintió con su cabeza - bueno voy pa' allá - apuntando a un puesto de empanadas - ¿Quiere que le brinde una?

No señor, gracias - dijo el detective sonriendo un poco

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