Prólogo.

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Me encontraba el último de la fila, los pies me dolían y estaba sudando, el sol hacía que el calor fuera insoportable y el camino estaba lleno de piedras que, evidentemente, no paraba de pisar. Las excursiones de senderismo nunca me habían gustado.

–Hey, Fran, vamos, no te quedes atrás. –escuché la voz acompañada de un ligero eco, aunque no la conocía de nada parecía que la persona que me llamaba me trataba con confianza.

Seguí subiendo la cuesta con dificultad ya que la mochila me impedía un paso más ligero, me detuve unos segundos y me dediqué a observar el paisaje. A veces se me olvidaba lo bonito que era todo esto. Era precioso, las vistas desde esta sierra son increíbles, podía contemplar los preciosos bosques formados por árboles cuya copa parecía no llegar a su fin, entre algunas montañas se podía ver todo el campamento, rodeado de montes y colinas y alejado de la vida urbana. Las cumbres de aquellas elevaciones, la mayoría estaban acompañadas con un ligero manto verde, y las aves viajando de un lugar a otro continuamente con sus cantos incesantes formaban una imagen espectacular.
Sonreí y respiré el aire fresco del entorno escuchando los sonidos que la naturaleza me regalaba. Seguí con mi camino hasta llegar a una superficie rocosa sin salida, era una especie de boquete enorme en la pronunciada cuesta de la montaña. A la izquierda y al frente había un barranco, no me quise asomar mucho así que no lo vi del todo bien. A la derecha estaba la pared de la montaña, y detrás mía el camino por el que había llegado hasta ahí. Intenté buscar a alguien pero todos habían desaparecido, no había nadie aunque eso me resultaba imposible, el único camino para llegar hasta aquí es por donde yo había llegado y la montaña no tenía ningún tipo de camino por el que subir sin disponer material específico de escalada. Por un momento pensé en la estupidez de que estuvieran agarrados del suelo colgando sobre el barranco. Comencé a inspeccionar el lugar para ver si encontraba huellas o indicios, aunque no tardé mucho en terminar, estaba cansado y estaba claro que no iba a encontrar a nadie, así que me apoyé de espaldas a la pared de la montaña y cerré los ojos. Una pequeña pausa antes de volver al campamento. No me encontraba con ánimos de averiguar qué estaba pasando, de un momento a otro me mareé, probablemente debido al calor, pero no era eso por lo que no tenía fuerzas, notaba algo raro en mí y no me sentía bien, no me sentía yo. Oí algo detrás mía pero no logré entender nada, estoy seguro de que era una voz grave susurrándome, asustado, me aparté de inmediato y miré hacia el lugar donde estaba apoyado. Una entrada tapada con tablones de madera había aparecido como de la nada.

–Entra... Entra... –Esta vez era la voz de una chica, me sonaba bastante familiar. La voz desapareció dejando un total silencio, ya no se escuchaba el leve suspirar del viento, ni los pájaros cantando, ni siquiera podía escuchar mi propia respiración, nada.

...
Todo estaba oscuro, no sabía qué hacía aquí ni como había llegado. No tenía mi mochila ni ninguna de mis cosas, solo tenía una linterna en mi mano derecha y un reloj de bolsillo y una nota en mi mano izquierda. Apunté a mi alrededor con la luz de la linterna y pude ver que me encontraba en una especie de cueva estrecha y larga, era un lugar seco y las paredes tenían un color marrón claro. El suelo estaba parcialmente cubierto de polvo, había una gran mancha roja y a su lado una mancha amarilla un poco más pequeña las cuales parecían estar expandiéndose, en ese momento no le di mucha importancia. Después de descubrir dónde me encontraba apunté al reloj, pero no me desveló absolutamente nada, estaba roto. Entonces abrí la nota con cuidado ya que el papel estaba arrugado y roto, aún estando en el delicado estado en el que se conservaba, pude ser capaz, con ayuda de la linterna, de ver algo escrito con mala letra; 1257. Miré al frente y pude ver una luz blanca cegadora acercándose cada vez más, cerré los ojos lo más fuerte que pude y me tapé la cara con mi brazo derecho.

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