Prólogo.

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"Il sangue che sanguini è solo il sangue che devi."

Busan, una bella ciudad, principalmente conocida por lo apacible que se encuentra la mayoría de los días. Sin embargo cuando el manto nocturno se plasmaba por sobre esta, las tranquilas brisas de las playas se convertían en sangrientos huracanes.

Tal vez siempre fue así, pero los habitantes preferían vivir en la ignorancia.

¡Y cómo no! Sí la ignorancia es felicidad.

Si sobrevivir conllevaba ser egoísta y pensar sólo en ti, ignorando los desgarradores gritos que desesperadamente pedían por ayuda e imploraban piedad, entonces sí, todas las familias en Busan lo eran.

Un claro ejemplo, lo era esa misma noche; Mientras los habitantes, dormían plácidamente en sus camas acolchonadas, bajo los cálidos cobertores, resguardándose del frío aire de las madrugadas aún oscurecidas, claro que toda esta rutina se daba por hecha justo después de asegurarse que los seguros en sus puertas estén bien colocados, y por supuesto tener su celular con marcación rápida al novecientos once en la mesa de noche en la cual casualmente se aloja un cuchillo de cocina, teaser o si bien si las circunstancias están a tu favor, un arma de fuego de corto alcance.
Tal vez era simple paranoia, sin embargo ser precavido nunca estaba de más, mucho menos cuando hace unas horas el alcalde Park Hyung-Joon había declarado toque de queda antes de las diez de la noche.
No se dieron detalles, sólo se comentó a la ciudad por medio de noticieros e interrupciones en todos los canales televisivos y estaciones de radio, que era un asunto de conmoción interna, por lo tanto, nadie entraba ni salía de Busan.

Justo en la costa que durante el día son la atracción principal de las familias ignorantes del peligro, ahora la arena en la que miles de niños jugaban a construir castillos de arena, correteaban felices o simplemente se sentaban a relajarse, se teñían de carmesí.
Las olas arrastraban hacia la orilla, una clase de espuma marina que intentaba fallidamente borrar con su blanquecina pureza los rastros de sangre que salían descontrolados causando un dolor agonizante al Alfa que en un intento por detener su casi hemorragia, cubría su herida con su mano izquierda mientras con la otra intentaba arreglárselas como podía para lograr comunicarse por medio de la radio que sostenía.

— ¡Mierda!

Exclamó el hombre cuando el mar, juguetón salpicó al sujeto, haciendo que la sal entrase en su herida abierta, ardiendo en su interior, carcomiéndose vivo solo por unas gotitas de agua salada.

Sin poder evitarlo sollozó.
No sabía cuánto tiempo llevaba caminando o en que playa se encontraba con certeza, su único conocimiento era que estaba perdido. A donde volteaba la mirada sólo observaba paisajes pintados de negro, a excepción del ruido de las olas del mar tampoco se escuchaba civilización.

Quería detenerse y tomar un respiro, sentía que se ahogaba, no podía respirar, pero tampoco podía parar de caminar, podrían encontrarlo en cualquier momento y esta vez no le darían la oportunidad de escoger en qué asiento quería sentarse para dirigirse a su destino.

No, en realidad, le dispararían sin más, es decir, de nuevo, pero seguramente esta vez sería directamente a quemarropa.

Jadeó con dificultades sintiendo como de inmediato la sensación de ahogamiento se incrementaba al perder el poco aire que podía retener, desperdiciaba saliva y fuerzas, estaba malherido, semidesnudo y desangrándose.

Gruñó cuando sintió la tela alrededor de su cadera reteniendo el sangrado de su otra herida, se hacía pesada, se colgaba comenzando a sentir el frío atravesar por esta e ir directamente atacar sus entrañas, al pasar su mano-en la cual aún sostenía el radio- superficialmente notó lo mojada que se encontraba, ojalá fuese agua, y no litros de sangre perdida.

Nascita di Venere  | HYUNINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora