-Buenas tardes - llamó a mi puerta una voz suave y clara (como la necesaria para exponer ideas en una junta directiva o para conducir un programa de radio).
- Buenas tardes - respondí ante la llegada de una muchacha de rasgos finos pero muy desarreglada, de no ser por el lugar en el que estábamos hubiera asegurado que acababa de limpiar toda una mansión. Sus ojos color miel, su nariz fina y un tanto alargada y sus labios poco carnosos mostraban un rostro perfecto. Alguna vez alguien dijo: "El rostro es la portada del alma", y me atrevería a decir que esta chica contenía naturalmente esa portada que muchas modelos pagan y sufren por alcanzar. Llevaba un ancho vestido de flores rojas y fondo oscuro, el cuál presentaba algunos remates en la parte superior de los hombros y en el antebrazo derecho. Dichos "arreglitos" eran notables a simple vista, pues utilizar hilo color blanco era el mayor contraste para esta pieza, y era precisamente el color utilizado. Su cabello color miel estaba tremendamente enrredado, pues la coleta parecía haber sido víctima de un evento meteorológico o de una niña de seis años aprendiendo a peinar, y sinceramente no se cuál me daría más miedo teniendo el pelo a media espalda como esta chica (al menos esa longitud intuía a simple vista).
- ¿Esta es la consulta del Doctor Máximo?
- Sí, yo soy Máximo. Enseguida la atiendo. Tome asiento por favor.
- Gracias doctor - respondió tras sentarse en el sofá rojo, lo cuál me llamó mucho la atención, pues era el único de ese color en el salón, los restantes eran grises y negros.
Me demoré unos minutos terminando de organizar los expedientes, cuando son tantos pacientes el estante parece que caerá en cualquier momento y por lo visto tenía sentada en mi salón a un expediente más. No pude evitar mirarla entre un libro y otro, pues su forma de actuar se robaba mi atención. Habían momentos en los que miraba a su alrededor detallando cada objeto que la rodeaba, o miraba su vestido y frotaba la palma de su mano derecha en pequeños circulos como si quisiera eliminar una mancha.
- Discúlpeme por hacerla esperar - le dije una vez terminada la tarea. Sentado en mi escritorio, con un expediente en blanco delante y mi bolígrafo azul cielo de tinta negra en la mano izquierda, comencé con las preguntas de rutina:
- Dígame su nombre, por favor.
- Adriana.
- Sus apellidos.
- No me los sé - me respondió con cierto miedo en su voz (¿o tal vez era pena?). Ante su respuesta quedé totalmente enmudecido. En mis años de trabajo había tratado con muchísimas personas, con variedades de situaciones tanto familiares como sociales y económicas, pero era la primera vez que un paciente no conocía su propio nombre. Pasó por mi mente la idea de que me podía estar tomando el pelo, pero esta hipótesis tal y como llegó a mi pensar se fue, pues era mayor la pena que sentía por ella. Decidí entonces continuar con las preguntas:
- Carné de Identificación, por favor.
- No tengo.
Justo en este instante siento que llaman con un suave toque a la puerta de mi consulta, estiré mis brazos, arreglé mi camisa y orienté:
- Adelante, puede pasar - ver entrar en mi salón a mi amiga Dora fue un aire de alivio.
- Maxi, vine a traerle la indicación de una paciente que se atenderá con usted - me dijo mientras miraba a Adriana con cierto disimulo, al parecer no estaba segura de conocerla.
- Buenas tardes Dora, ¿no se acuerda de mi? - interrumpió Adriana. Comprendí entonces que sí se conocían, y que se tenían gran aprecio, pues la manera en que se miraban no era menos tierna que la de una madre y su hija.
- Adriana claro que sí. ¿Cómo has seguido? - preguntó tras darle un cálido abrazo.
- Mucho mejor. ¿Esa es mi indicación?
- Sí, te me adelantaste.
- ¿Entonces la indicación es la suya Adriana? - pregunté.
- Sí Maxi, mañana a primera hora nos reunimos y te explico su situación - respondió Dora rápidamente y cerró la puerta a tal velocidad que no me dio tiempo siquiera de revisar mi agenda.
- Entonces Adriana, mañana a las 10 es tu primera consulta.
- Que termine bien su día, nos vemos mañana - se despidió rápidamente y balanceó la puerta, para que se cerrara a su paso.
El sonido de la puerta al cerrarse fue uno de los más placenteros que he oído durante muchos años. No entiendo porqué la presencia de Adriana me revolucionó el ánimo, miro para el sillón y todavía creo verla sentada, mirándome como si quisiera desafiarme. Sentía cierta lástima por ella, o quizás era curiosidad por conocer la situación que la había conducido hacia allí. Eso ya tendría que descubrirlo poco a poco, por el momento solo quedaba irme a casa y esperar al día siguiente. Recogí mi bolso, cierré bien mi consulta y voy conduciendo camino a mi casa. Allí me espera mi futura esposa, aún no sabe que nos casaremos, el anillo viaja sentado a mi lado. Una pequeña caja negra con detalles dorados que esconde una pieza única, un aro dorado de un tamaño promedio para un dedo anular, que contiene una piedra preciosa en forma de rosa. Lo compré hace una semana pero quiero esperar a una fecha especial para dárselo. Me considero un hombre demasiado romántico para estos tiempos, pues a la mayoría que conozco (y son muchos debido a mi profesión) se le olvidan hasta los cumpleaños de sus familiares, sin embargo, yo soy muy cuidadoso con las fechas, considero una irresponsabilidad olvidarse de una, por ello, el anillo se lo regalaría un día conmemorativo.
Lo recojo y guardo en el bolsillo secreto de mi bolso. Freno el auto en una gasolinera para rellenar el tanque de combustible, pero antes de bajar la ventanilla guardo en ese mismo bolsillo el futuro expediente de Adriana. No me gusta traer el trabajo a casa, pero esta muchacha creo que será la excepción. Por la expresión del rostro de Dora me imagino que no será una paciente fácil.
Unos minutos después ya estaba en casa, abrazado al caluroso cuerpo de Vania.
- Amor vamos a cenar y luego vemos una película de las que te gustan - me dijo con esa voz tan dulce, que no me permite nunca dar un no por respuesta.
Durante la cena conversamos sobre nuestros trabajos, como cada día. Vania es profesora universitaria en la Academia de Artes de Madrid, a menudo viaja con sus alumnos a distintas ciudades de España en busca de los teatros y cines más famosos y representativos. Según me ha contado, pronto tendrá un viaje, serán sólo tres días, pero para mi es como si fuera una eternidad. Cuando fue mi turno, le hablé sobre Adriana y lo rara que era.
- Amor, yo creo que esa muchacha te miente, no es posible que alguien desconozca sus propios apellidos - me dijo.
- Sé que es rara, pero no creo que mienta.
- Espera a reunirte con Dora, a lo mejor tiene explicación tanta rareza.
- Sí, creo que esperar es lo mejor - dije unos segundos antes de perder el hilo de la conversación. Después de un largo día de trabajo mi cuerpo se sentía débil y mis párpados ya no respondían a ninguna acción.
- ¿Sucede algo? ¿Te sientes mal? - me preguntó Vania un tanto preocupada.
- Estoy agotado, ha sido un día sin descanso.¿Por qué no vemos mañana la película?
- Está bien, pero dame un besito de buenas noches.
- Claro amor, uno y mil besitos.
Luego subí al dormitorio, me puse mi pijama y me acosté a dormir. Tenía la impresión de que mañana sería un día muy largo.
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Inefable
Teen FictionEl pasado es muy necesario para entender cómo somos y porqué somos así...necesitamos conocer nuestro pasado, y eso le faltaba a Adriana: SU PASADO...y yo la ayude a recuperarlo.