"Permanezco inerte en el abismo, como la nada. Me niego a irme hasta saber qué es lo que busco."
07/SEP/2020
Mi historia comienza aquí, en la bella época de mis 17 años.
Las bolsas bajo mis ojos y las manos acalambradas podrían decirte cuan duro había trabajado toda esta semana. 6:00 am, la noche había terminado y yo aún me encontraba sentado en mi escritorio tarareando suavemente alguna canción de nombre incierto, mientras que mis ojos estaban cansados por la brillante luz de mi computadora. En las noches, cuando no puedo dormir, me gusta escribir conforme las ideas llegan a mi mente.
La fragancia de mi ciudad entrando por mi ventana, me motiva a escribir sobre lo que en sus matices percibo. El olor a pan y café recién molido que proviene del piso de abajo, me llevaba a recordar cuando era un niño; mi madre solía comprar pan para mi hermano y para mí, nosotros comíamos mientras ella tomaba una taza de café. Por mi ventana también podía oler la humedad del día —los días lluviosos siempre me provocan algo de tristeza—, olía la indiferencia de la gente fuera del edificio y la amargura de los trabajadores que esperan en la parada del bus bajo la tenue llovizna.
Regados por mi cama se encuentran algunos lápices, libretas y sobre la mesa de noche mi despertador anunciando estruendosamente que ya era hora de irse.
El trayecto en metro de mi casa a la universidad es largo, así que aprovecho todo el tiempo que tengo para escribir borradores en mi libreta. Una mujer vestida de un blanco impecable se detiene frente a mi asiento y me sonríe tan ampliamente que temo que vaya a fracturarse la mandíbula. Me extiende un folleto y tan pronto como lo tomo ella continúa su camino, en él se encontraba la foto de una bella chica extendiendo su mano como si tratara de tocarme, en la parte superior se podía leer «INSTITUTO ELPIDA». Había escuchado sobre este lugar por un amigo y hace una semana pusieron un espectacular al costado de nuestro edificio, una institución mental donde algunas personas abandonan a familiares con los que no pueden lidiar, un lugar que prometía rehabilitar a cualquiera en cuestión de meses.
Pienso en lo triste que debe ser vivir en ese lugar, sabiendo que eres una carga para los que amas y la cantidad de medicamentos que deben tomar —preferiría que me dejaran en la calle a estar adormecido todo el día—. Cuando llego a mi aula tomo asiento y me arrepiento de perderme tan profundamente en mis pensamientos, porque mi ropa está empapada; mi paraguas tiene un agujero tan grande que me avergüenza no haberlo visto antes. Pensar en los problemas de alguien más, antes que en los míos suele traerme problemas más seguido de lo que me gustaría.
Mientras el profesor explica su clase, yo pulo los detalles de mi borrador, continúo hasta que esté listo para reescribirlo en casa.
Mi amigo Erick se mudó hace tres meses del apartamento de al lado a alguna parte del sur, ya no somos tan cercanos como solíamos ser, pero seguimos en contacto. Él es un año mayor que yo y cuando lo aceptaron en la universidad salimos a festejar, no lo dejaron entrar a ningún lugar conmigo y peleamos al menos durante una semana por eso —ahora es algo de lo que podemos reírnos, pero en ese entonces no era para nada divertido—. Hace poco me llamó porque necesitaba ayuda con un proyecto que está organizando con algunos chicos que conoció en la universidad, un cortometraje que él va a dirigir y quiere que yo escriba el guion. Cuando dudé sobre aceptar su oferta, él no vaciló al recordarme que años atrás me apoyo cuando yo solía escribir sentimentalismos en una libreta y la gente no podía —o tal vez no querían— entenderlo, pero él me pedía leer lo que escribía, sin importar cuan malo fuera en ese entonces y me hablaba sobre el talento que creía que tenía. Alentado por aquellos tiempos, no pude negarle mi ayuda. Es solamente una historia corta y quien sabe, tal vez todos podrían reconocer el talento de ambos cuando terminemos.
Los días como este suelen ser largos y agotadores, pero las noches no eran más tranquilas que el día. He tenido que subir las escaleras de este edificio prácticamente toda mi vida y puedo decir con seguridad que se vuelve cada vez más difícil. Abro la puerta silenciosamente e inspecciono el área antes de entrar, veo a mi padre dormido en el sillón y es entonces cuando entro; enciendo el televisor y me siento a sus pies sin miedo a que despierte, últimamente bebe tanto que no despertara al menos hasta que sea media noche.
Me canso de lo que sea que estaba viendo poco después de las 4:00 pm y decido de manera casi inmediata llamar a mamá, escucho sonar el teléfono en el cuarto de mis padres, pero nadie contesta, el buzón de voz me pregunta si quiero dejar un mensaje para ella y me digo a mí mismo — ¿Por qué no? —, escucho el tono y hablo «Mamá...» y solo eso me atrevo a decir, el silencio en la habitación me mata y me pregunto ¿Qué es lo que ella querría saber? ¿Qué puedo contarle que ella no supiera ya?
Se me congelan las manos y entonces me doy cuenta de que las ventanas están abiertas, me acerco para cerrarlas y veo a tres niños jugando en los charcos de agua que quedan en los huecos de la acera, uno de ellos salta y cae en el agua fangosa, lo escucho llorar e inmediatamente su madre se acerca a él para levantarlo. La puerta de la entrada se abre tras de mí, finalmente cierro la ventana y al dar la vuelta la silueta de mi madre entra por el marco de la puerta, pero se desvanece conforme se acerca hasta desaparecer por completo y en su lugar la figura de mi hermano se vuelve clara. Max toma mi mano y dejo de temblar de inmediato.
—Aléjate de la ventana, te estás congelando Pablo.
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De vuelta al otoño
Romance¿Alguna vez sentiste que algo faltaba en tu vida? Pablo es un chico de 17 años, que sin buscarlo, encuentra en Isabel algo que llena un vacío en su corazón. Su vida disfuncional parece mejorar, pero cuando el destino decide darle una vuelta al juego...