13 años. 13 fueron los que soñé, manifesté, trabajé y logré tener la casa de mis sueños. Una pequeña vivienda a las afueras de mi ciudad, rodeada de margaritas y árboles frondosos que protegían a la casa del sol en los veranos sofocantes, y del viento o el frío en los inviernos crudos.
Mi país no era conocido por tener una economía estable, y todo terminaba aumentando desmedidamente con solo un año de diferencia, por lo que al principio parecía lo más alejado a la realidad el poder ser propietaria de esa casa que, sin miedo a caer en clichés, yo consideraba la casa de mis sueños. Pero un despido prematuro y una indemnización que no imaginaba adquirir en el paraíso de las injusticias, me dieron el último empujón que necesitaba para decidirme a invertir todo el capital que había ahorrado, en Liberté.
Liberté era el nombre que siempre había colgado de un cartel hecho a mano, justo en el porche que poco a poco se iba deteriorando con los años. Más de una vez me encontré imaginando en mi cama quién habría hecho ese cartel. Cómo se había decidido por aquel nombre tan simple, pero que envolvía un millón de significados distintos. ¿Quizás era un inmigrante francés buscando la libertad que no pudo conseguir en su tierra? ¿O alguien que se sintió tan libre allí, que una definición en su idioma natal no alcanzaba para describirlo? ¿O quizás alguien que nunca pudo salir de aquí y buscó su propio pedacito parisino del otro lado del mundo? Había tantas preguntas como posibilidades. Hasta llegué a imaginar que quizás nunca nadie vivió allí.
Pero ahora era mía y no podía estar más feliz con eso. Pensar en todas las cosas que podría conocer ahora que la llave era mía, me generaba un revuelo en mi vientre, porque por más que hiciera mucho tiempo que sabía de su existencia, jamás había podido entrar. Ni siquiera antes de comprarla, creo que por eso el ahorro de mi vida alcanzó, porque estaba explícitamente detallado en el contrato que solo podía entrar una vez que mi firma estuviera inmortalizada en el documento, no antes, y no voy a negar que eso me hizo desconfiar mucho al principio, hasta el punto de titubear en comprarla o no. ¿Por qué no iba a poder entrar para ver lo que compraría? ¿Y si era un absoluto desastre adentro, y terminaba costando más el arreglo, que la casa en general? El cuero cabelludo me picaba de los nervios que esas preguntas me provocaban y es que siempre fui una persona que pensaba y repensaba todo antes de tomar una decisión, pero esperaba que la primera vez que me decidí por algo haciéndole caso al cien a mi corazón, no me saliera el tiro por la culata.Mi idea era conocerla y después mudar mis cosas, pero la notita de mi casero pidiendo que desalojará el departamento lo antes posible, cambió mi tarde. Terminé en un camión de mudanzas, sacando hasta lo último de la vida que había creado en esas paredes con humedad y mala iluminación, para crear una nueva muy lejos de lo que, hasta ayer, pertenecía a mi día diario y a la realidad que pensaba que iba a esclavizarme de por vida. Una parte de mí se sentía muy feliz de empezar de nuevo y de no gastar ni un centavo más en un alquiler, pero la otra parte estaba llorando pensando en qué íbamos a hacer sin trabajo y lejos de el contacto humano. Callé a esa vocecita que me gritaba que estaba haciendo todo mal y cerré el camión para subirme al auto de mi abuela, emprendiendo camino a mi nuevo hogar.
— No me gusta que estés tan lejos. — Murmuró mirando fijamente el camino y suspiré, pensando que ahora tenía que aguantarme un sermón hasta que llegáramos sobre las decisiones que tomaba con mi vida, pero antes que pudiera contestar algo, continuó. — Pero me siento muy orgullosa de que tengas algo propio y que puedas finalmente decir que esa es tu casa. Tengo miedo y no soy muy fanática de la idea de tenerte a más de cinco cuadras de mi casa, pero me pone feliz verte cumplir de a poco los sueños de los que siempre te escuché hablar. —
Me dejó atónita y mi corazón se hizo chiquito, porque no me había puesto a pensar que ahora si me quedaba sin azúcar, no iba a poder caminar hasta su casa y quedarme hasta la madrugada charlando sobre nuestros días o simplemente mirar una película juntas. Ahora estaría sola. Y no sabía qué tan preparada estaba para estar sola.
El resto del viaje fue silencioso, me conocía el recorrido de memoria porque siempre íbamos a ese campo abierto a acampar, pero esta vez pasamos más allá de la entrada marcada por el paso de alguna pala que, en algún momento, hizo el camino que nos llevaba directamente a Liberté.
El camión comenzó a dejar mis cosas afuera y yo prácticamente corrí hasta la puerta. El momento había llegado al fin, podría llenar mis pulmones del aire de aquel lugar tan mágico que albergaba todos los sueños que podría cumplir de ahora en adelante.
La llave dorada entró como anillo al dedo y un giro a la derecha destrabó el seguro que separaba mi existencia de aquel maravilloso lugar. La madera rechinó y se abrió.
Ahí estaba.
Y entré.
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Liberté.
Teen FictionTras años detrás de una casa, ubicada muy lejos del ojo público, Adèlie logró juntar el dinero que la inmobiliaria pedía por ella, sin imaginar que no solo estaba firmando una escritura que la hacía dueña de aquel terreno, sino también de algo más q...