La tarde de aquel día de otoño, parecía realmente agradable, las hojas secas de los árboles caían como lluvia al ligero soplar del viento fresco de octubre, haciendo sonar un satisfactorio crujir al ser aplastadas. Las cafeterías estaban considerablemente llenas a aquella hora y el olor del café al pasar llegaba con delicadeza a su nariz.Mientras se dirigía a la estación del metro, contemplaba la inmensa ciudad en la que se encontraba desde hace unos cuantos días, perdiéndose con la mirada entre todas aquellas luces neón y los llamativos carteles del centro que llamaban su atención, olvidándose por completo de la presencia de sus compañeros por un momento.
Aún sumergido en su mundo se preguntaba: "¿el aire siempre se había sentido así de fresco en el exterior?" O "¿es que él jamás se había permitido disfrutar de estar más allá de su habitación?"
Conforme más preguntas resonaban en su cabeza, menos se daba cuenta de por dónde caminaba, dejándose guiar solamente por el sonido de las pisadas de sus amigos y la escandalosa conversación imposible de ignorar aún entre todo el bullicio de las calles.
Sin darse cuenta, ya habían llegado al destino final de aquel día; la estación de metro que les llevaría de vuelta al hotel donde se hospedaban.
Debido a la falta de asientos desocupados para esperar el metro a esa hora, por la cantidad de personas que terminaban su jornada laboral, disfrutaban de un buen paseo o simplemente terminaban sus compras de la semana -porque después de todo era viernes- los cinco chicos se dispersaron en busca de algún sitio libre en el cual descansar después de una larga y algo agotadora salida.
Despreocupado, el más pequeño se acomodó en un rincón en el suelo con las piernas cruzadas, los codos sobre éstas y su cabeza siendo acunada por sus manos.
Uno, dos, tres...
Observaba a la gente que entraba y salía de los vagones desde su lugar.
Cuatro, cinco, seis...
Y conforme los minutos pasaban, una extraña sensación que hacía erizar los vellos de su piel se hacía presente.
Siete, ocho, nueve...
Al llegar por fin el metro que le llevaría de vuelta a su cómoda habitación, se encaminó a paso lento a la gran boca de la gigantesca máquina que parecía querer devorarlo al hacer escuchar el estruendoso abrir y cerrar de sus puertas. Y como si no estuviera lo suficientemente sedado ya, sintió como su cuerpo se volvía cada vez más pesado al pasar junto al gran espejo frente al metro.
Observo su reflejo, y se quedo paralizado al ver las cuencas de sus ojos vacías y su cuerpo desgarrado por la mitad desde su torso.
Diez.
Podía ver sus entrañas; y del lugar de sus faltantes globos oculares veía escurrir el líquido rojo y caliente con el que soñaba a menudo.
Se sintió vacío, como si su conciencia se desvaneciera; como si su alma dejara su cuerpo, pero su cuerpo siguiese ahí, intacto.
Involuntariamente dio media vuelta sobre sus talones, guiado por una segunda y desconocida voz que repetía al cantar:
"Una invitación para ti que deseas morir
Además tu vida es efímera y dolorosa
Aquí es un agradable y dulce paraíso
¿No vienes?"
Mientras la tétrica melodía de un violín desafinado le hacía compañía al otro lado de las vías.
Completamente hipnotizado, siguió su inconsciente andar, sin despegar la mirada del lado opuesto a las maquinarias, donde se suponía no debía pasar. Su mente estaba completamente en blanco, y como una marioneta se dejó guiar por la extraña fuerza metafísica que mecía su cuerpo una y otra vez para avanzar, maravillado por brillantes luces de diferentes colores que tintiteaban del otro lado. Parecían llamarlo en suaves y débiles susurros que no podía entender del todo, mas, entre todos aquellos ligeros balbuceos percibía su nombre.
Embelesado, el ingenuo chico estiró una de sus manos en busca del tacto de aquellas luces, aportándola de inmediato al sentir el intenso calor de las susodichas, las cuáles en un abrir y cerrar de ojos se convirtieron en gigantescas llamas de rojo vivo que pudieron habérselo tragado entero de no ser por un estirón a su abrigo que le hizo caer de sentón.
O eso creyó.
Parpadeó para despabilarse y se dió cuenta de que estaba parado justo en la entrada de un vagón que se dirigía a la dirección contraria a la suya, con un montón de gente detrás esperando impaciente a que avanzara.
Aún algo ajeno al ambiente y con esa misma sensación incómoda de hace rato, se retiró de la fila y frotó sus ojos.
Fue entonces cuando sintió el cálido roce de una mano aferrada a su muñeca que lo devolvió a la realidad.
Era SooBin.
-Estas yendo al lado equivocado- rió y sin soltarlo, le encaminó hacía las puertas del transporte correspondiente a la dirección de su hotel.
Después de eso, toda sensación de desconexión se esfumó.
Kai suspiro aliviado.
Sin embargo, su corazón aún latía con fuerza y sus manos estaban atrapadas en un incesante temblar.
Al entrar tomó asiento junto a los demás. Por instinto, fijó su vista en el otro lado de la estación a través de la ventana, inquieto y algo mareado por su medicina, observaba como las altas figuras oscuras lo miraban con sus ojos rojos, brillantes y una sonrisa burlona.
A los segundos, cayó dormido.
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しかばねの踊り - 𝐂𝐨𝐫𝐩𝐬𝐞 𝐃𝐚𝐧𝐜𝐞
Fanfiction❝𝙎𝙞𝙜𝙖𝙢𝙤𝙨 𝙚𝙡 𝙚𝙟𝙚𝙢𝙥𝙡𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙘𝙖𝙙𝙖́𝙫𝙚𝙧𝙚𝙨 𝙮 𝙗𝙖𝙞𝙡𝙚𝙢𝙤𝙨❞ 「 🥀 」El 16 de Agosto del año 2007, un misterioso asesinato en uno de los vecindarios más tranquilos de Seúl dejó huérfano al único varón de la familia Huening...