Un caballero sincero.

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La mirada que Sukuna le dedica luego de verlo entrar a su oficina con el cuerpo a maltraer es digna de tener todavía el zumbido del disparo en sus oídos.

Más cuando lo observa con esos ojos marrones preocupados y le dice con esa alegría sin reacción visible más allá de lo grande de sus ojos que pensó que estaba muerto, sin necesidad de reconocer cuánto lo reconforta la verdad.

Las cosas cambian luego de ese día, no sabe bien cómo pero lo siente. Es un maldito empata. Pero es que se encarga de acompañar Sukuna a su casa, preocupado él también, y si se queda esa noche es porque está muy lejos y sus perros bien cuidados por Nobara quien se ofreció.

Pero es cosa de que Sukuna vuelva ya al trabajo para que lo llame y le diga. —Creo que podría ser neurológico por lo que pasas, Megumi. Tus síntomas me han abierto la mente a la posibilidad de que se nos esté pasando de verdad una dolencia física.

Megumi se congela mientras sigue arrodillado repartiendo caricias después de jugar con sus mascotas. —¿En serio? ¿No estás siendo simpático porque te sientes mal de que esté cada vez más fuera de mis sentidos?—

Una suave risa hace que sonría como un idiota. —No, Megumi, no fingiría tal cosa contigo. Conozco un neurólogo que podría ayudarnos y sacarnos de la duda cuanto antes.—

No se diga más.

Y esa es la forma en la que Megumi se entera que vivir con el cerebro en fuego es otra más de las cosas de mierda que puede anotar en su diario de vida, si tuviera uno... tendría tantas páginas. Tantas.

Con tiempo, recuperándose y sintiéndose tan feliz de no estar más loco que de costumbre, los minutos libres los pasa con Sukuna.

Porque sí, resulta que en las siguientes semanas, no ha dejado su lado. Su elegante rostro siempre atento al igual que su voz en el auricular, su tratamiento de Megumi como si fuera especial, incluso llevándole comida.

Y Megumi admite en lo profundo de su corazón y de su soledad que lo más probable es que ya se enamoró, si esa sensación de agrado que lo posee cuando está en su presencia sucede tan a menudo. Y por la facilidad con la que lo lee; cómo ve esa manta de humanidad que Sukuna usa porque le es tan notorio lo mucho que desprecia la ordinariez.

Lo muy ajeno a ciertas cosas; esa otredad que lo acompaña en cada oración.

Y lo poco que a Megumi le importa.

Lo mucho que quiere besarlo, sentir sus brazos rodearlo, poner su cabeza en su clavícula y apoyarse en él... el de verdad se siente como un maldito adolescente hormonal cuando piensa en Sukuna.

Podría sincerarse, no es como si Sukuna fuera a rechazarlo solo por esto. O fuera a mirarlo como si se tratara de una cosa más que lo convierte en material dañado.

Para nada, Sukuna lo respeta demasiado.

O podría tratar de pensar más en el hilo conductor de la oscuridad que esconde Sukuna. Porque desde que se curó su encefalitis es que la nota más y más: la máscara que utiliza.

Pero la calentura, complejo problema cuando la masturbación ya no es suficiente, se centra solo en pensar en qué mierda debe hacer para tener una relación romántica con él.

Están ahora bebiendo de un vino carísimo con Sukuna comentándole algo de la universidad y de los problemas que tiene el revisionismo histórico cuando Megumi no se aguanta más. Es que ni las películas románticas que ha visto; ni la sabiduría de Maki, siempre dispuesta a escucharlo; ni los comentarios impertinentes de Nobara; han sido suficientes.

—¿Tienes algún designio romántico hacia mí?— ¿Por qué está hablando como si fuera una doncella victoriana? Sukuna lo mira sin mover sus músculos faciales, en clara señal de notar que Megumi es rarísimo. —Lamento hablar de imprevisto sobre esto y me estoy muriendo por dentro con cada palabra que estoy soltando, pero lo necesito saber.—

—¿Te molestaría si fuera así? ¿He sobrepasado algún límite?

—Porque ustedes los loqueros todo lo preguntan de vuelta?— suspira, dejando su copa en la mesa y cruzándose de brazos, fingiendo que su cara no está roja como un tomate. Es la palidez natural de su piel y la maldita falta de sol. —, y no, digamos que no me ofendería, precisamente.

Y ahí están, esos ojos sonrientes. Dios santo. —Mi querido Megumi, no sé si te lo he comentado, pero en mi juventud un momento que definiría al hombre en el que me convertí fue mi vida en Kūy. Ahí encontré mi propósito, el camino hacia el futuro que hoy es mi presente, observando con placer y reverencia La Primavera, viendo una magnífica obra hecha por el hombre, un diseño compitiendo con la obra divina.

Megumi solo guarda silencio, confundido pero tan estúpidamente atrapado por ese acento y en esos monólogos poéticos que le encanta analizar. —La obra de Botticelli te mostró la divinidad humana, ¿no? Te conmovió y te dejó en evidencia la falencia divina; el camino de tu propia cercanía a ese ego que hoy mantienes. Aunque no entiendo a qué viene tu reflexión...

Y aunque sus palabras serian ofensivas para cualquier otra persona, la sonrisa de Sukuna baja de sus ojos hasta sus labios. —Es así como dices, fue un antes y después para mí. El hecho preciso que me elevó, único e inigualable. Y así lo creí por años, incluso cuando me pareció curiosa la historia de un perfilador empático y la oportunidad para ver su trabajo. Pero no fue hasta enfrentarme a tu terrible disposición y la serie de encuentros que han creado nuestra relación que me he dado cuenta que aún había mucho por encontrar en este mundo y que mi éxtasis no era eterno. El antes y el después de conocerte, Megumi.

Y bueno, nadie en su jodida vida le ha dicho algo tan increíblemente romántico e íntimo porque nadie lo ha conocido tan a fondo y se ha dejado ver de igual manera. Así que Megumi no es culpable de levantarse y tirarse encima de Sukuna, con choque de brazos y piernas, un semi golpe en la ingle y sus narices atropellándlse hasta que sus labios se encuentran y simplemente se besan.

Sukuna lo ayuda acomodándolo bien en su regazo, tomando con una de sus grandes manos su nuca y besándolo como si Megumi fuese una copa del mejor vino que ha probado, algo digno de ser saboreado, un placer esperado.

Se separa respirando profundo y porque es Megumi Fushiguro y no conoce cómo no producir torpeza, en vez de decir algo sensual solo confiesa: —Nunca he hecho esto.

Sukuna detiene sus manos que con una increíble rapidez le están sacando la camisa y desabrochándole el pantalón. —La sexualidad es fluida y-...

Lo interrumpe. —No, nunca he tenido sexo. En mi vida. Con otra persona.

El rostro que tiene al frente retorna a cero expresión con su cara robot, que es tan rara, de verdad que Megumi no entiende como nadie más nota que Sukuna es tremendamente extraño. —¿No has mantenido coito?

Sucedió. La palabra dicha que no suena nada sensual. Suspira, soltando la camisa que estaba agarrando con fuerza para rascarse el cuello, mirando hacia abajo. Ahora el sonrojo no lo intenta ni evadir. —Eso es lo que te he dicho.

Sukuna, con suavidad, le acaricia la mejilla. —No es algo que hayamos conversado en nuestras sesiones. ¿Es algo físico?

—No, no, nada de eso. ¿Es que la ventana se cerró?— ya totalmente incómodo se levanta con torpeza, volviendo a arrodillar sin querer la ingle de Sukuna, y regresa a su asiento, pensando en cómo irse con su dignidad intacta. —Una cosa llevó a la otra y así fue como nunca perdí la virginidad y luego ya no me importaba para nada porque no tenía interés.

Sukuna, acomodándose la ropa como si hace cinco minutos no hubiese estado a punto de empotrarlo contra el diván, frunce un poco el ceño, confuso. Y Megumi sigue. —Hasta que me di cuenta que sí quisiera tener sexo, contigo al menos. Que realmente quiero hacerlo contigo. Y no quiero un psicoanálisis, ni comentarios sobre esta traba, ni lástima ni nada.

Y es Sukuna quien se para ahora, caminando hacia él, arrodillándose con majestuosidad a su lado y tomándole las manos. —Podría espantarte el nivel de sentimientos que me produces, Megumi, y por ende, lo que me provoca el saber que soy la única persona que te verá de este modo, que podrá experimentar tal increíble gloria.—

El solo se sonroja levemente, no admitiría que eso le volcó el corazón y su estomago se lleno de ansiedad, queriendo salir corriendo y encontrar una almohada para poder gritar. —Estás muy seguro de ti.

Y como un caballero lleno de seducción, Sukuna besa su mano. —Por supuesto, pero no sin antes darte el cortejo que te mereces. La experiencia de tu vida.

Desesperación (Lenguaje)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora