Prefacio

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8 de Marzo de 2025, Buenavista, México.

"Todos poseemos un demonio en nuestro interior, pero no todos aceptamos su ayuda para liberarnos del yugo que nos oprime y nos condena al sufrimiento"

El viento soplaba con cautela, como si temiera, escabulléndose entre las finas plantas que decoraban el jardín del hotel. Los grillos en la distancia cantaban una melodía adormecedora, lamentablemente, yo era incapaz de conciliar el sueño; un terror acechaba en los confines de mi alma, esa, a la que me adentraba cuando mis párpados cedían cansancio.

Por esa razón, en un intento desesperado por no sucumbir al sueño, contemplaba al desconocido que tenía frente a mí. Encerrado en cuatro paredes ocre, sobre las baldosas frías del baño y con el resonar de una gotera, miraba al hombre tras el cristal. El color blanco de su piel había sido sustituido por un tono grisáceo, probablemente resultado de la falta de alimentación y sueño. Sus labios se encontraban resecos y partidos; el cabello negro estaba opaco, sin brillo y parecía que empezaba a escasear en algunas zonas. Todo en él denotaba un severo deterioro, salvo sus ojos; había algo en su mirada que me incomodaba.

Profundas ojeras amoratas, eran el marco a las cuencas de sus pupilas, aquellas que un día fueron castañas, pero que hoy parecían estar teñidas de un negro. En ellas había una profunda oscuridad, cual si fuera la entrada a un abismo.

Me aterraba. Aunque solo era mi reflejo, me agobiaba. La lógica me indicaba que la superficie reflejante, únicamente denotaba una copia de mi yo actual. Sin embargo, estaba convencido que el desconocido no era yo, al menos no el Isaac Mugarte de hace unas semanas atrás.

—¿Quién eres? —cuestioné a mi reflejo.

No hubo respuesta, su voz estaba frenada, era rehén de unos labios inmutables, que no poseían mayor voluntad, de la que yo les otorgaba. E incluso así, consciente de la imposibilidad de que él fuese un ser ajeno a mí, estaba seguro de escucharle gritar.

Poseía una voz fiera, gutural. Que exigía constantemente un pago por mis errores, al principio estuve seguro que no hablaba, pero después de unos segundos ya no lo estaba. Sus exigencias comenzaron a rebasar mi cordura.

Podía verle, ahí, contenido en la oscuridad de su mirada, una bestia acechando por mí. Era la misma que me aguardaba en mis pesadillas, para recriminarme la muerte de Cindy, sí, mi esposa.

—¡Basta! —grité, pero en lugar de obtener un silencio, di más fuerza a la esencia que residía en el espejo.

Los gritos aumentaron, seguido de un movimiento frenético. Su cuerpo se contorsionaba, doblándose y retorciéndose, como si se quemará. En el preciso momento en que el reflejo cobró vida y la lógica pareció desvanecerse, mi mundo se quebró. Había perdido la cordura y el demonio se liberaba para poseerme.

—¡No! —grité colérico, como si mis alaridos pudieran retenerle —, ¡le mataré! —exclamé, ocasionando el cese de todo sonido. Había aceptado su deseo y consecuentemente me otorgó el silencio, uno sepulcral, como el de la muerte.

Entonces, comprendí que éramos el mismo ser. Isaac Mugarte estaba muerto. Falleció el día en que Cindy murió, esa tarde nació la bestia, un animal ansioso de venganza.

—Te encontraré Abraham... —susurré y el hombre en el espejo sonrió macabramente. No, ambos lo hicimos. 

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2022 ⏰

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El retrato de Ixiora: el retorno de AbrahamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora