La Aventura de Haytham Eddowes

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En una región oscura del país, lúgubre, triste, gris. Cabalgaba de camino a la casa del señor Legba Lee, quien era famoso por dar las mejores fiestas del continente. Se trataba de un hombre proveniente de África, con cabellos largos y una tez tan oscura como la noche, excéntrico pero buena persona. Hacía cuatro días encargué que una carta llegara a su domicilio en la cual le pedía asilo por las próximas semanas. Mi desdicha es infinita, amigos, pues estoy siendo perseguido por las autoridades más estrictas de nuestro hermoso y prospero país, me buscan por un crimen que yo no cometí, el horroroso asesinato de mi hermana, Lady Catherine Eddowes.
Mientras la lluvia penetraba mis ropas como si fueran dagas afiladas y el frío provocaba en mi temblores dignos del hombre más cobarde sobre esta tierra, recorrí a caballo un gran pantano previo a la propiedad de Legba, oh, amigos míos... pensé que estaba alucinando, pero allí, en un gran sauce se encontraba un hombre colgado del pescuezo, se encontraba hinchado, pringoso y entrando en un estado de podredumbre considerable, la cara estaba tan deformada por los golpes que no pude verle un solo rasgo humano. Soy un hombre de la ley y soy un ser misericordioso, pero no pude sentir pena por aquel ser cuya llama ya se había extinto, pues de su cuello roto colgaba un cartel con la palabra "Pederasta". De todas formas no pude evitar preguntarme ¿Qué hacía ese hombre colgado ahí, en el medio de la nada? ¿Era de alguna comunidad cercana? ¿Era acaso un presagio de mi injusta ejecución?
Con aquellos lúgubres pensamientos en mi mente, continué mi camino hasta finalmente ver a lo lejos la enorme propiedad de Legba, iluminada pero a la vez oscura, con una energía extraña, casi sobrenatural. Aceleré el paso hasta llegar a la puerta, donde un sirviente de tez oscura recibió mi caballo y lo fue a dejar al establo, indicándome que entrara de una vez, pues el señor se encontraba adentro. Al entrar se respiró un aire de jolgorio, contrario a la melancolía y opresión de afuera, pero pese a esto el caserón estaba casi vacío, solo Legba se encontraba sentado frente a la chimenea con el torso desnudo y un largo sombrero en su cabeza, en las paredes del hogar habían diferentes tipos de animales disecados, esqueletos y símbolos que solo había visto en ese lugar.

—Maestro Haytham, por favor, acérquese. —Dijo Legba con tranquilidad.

Al acercarme lo encontré con la cara pintada de blanco y fumando de lo que parecía ser un cráneo humano, sentí escalofríos, pero luego vino a mi mente el recuerdo de su extremismo y excentricidad, lo cual me proporcionó... cierto alivio.

—Señor Lee, muchas gracias por recibirme en su morada, asumo que recibió el manuscrito con mi humilde petición. —Dije un tanto nervioso mientras observaba el cráneo humeante.

—Maestro Haytham, siempre es un honor tenerlo aquí, pero me temo que nadie en este lugar ha recibido un manuscrito de su autoría, más no tema, pues el fuego me ha hablado, usted viene por asilo, a usted le ha pasado algo horripilante... ¿No es así? —Interrogó con una sonrisa burlesca, a la vez que se acercaba el cráneo a la boca.

Me quedé anonadado, pues el hogar del Africano estaba a tan solo dos días de viaje y ya habían pasado cuatro... ¿Que pudo haber pasado? Me pregunté mientras miraba hacía abajo, tratando de empezar a contar mi historia de la forma más delicada posible.

—Ya se que viene a pedirme asilo, Maestro Haytham, puedo pasar por loco pero no por tonto, usted sabe bien que no puedo negarme a la petición de un amigo —Legba se incorporó y me tomó del hombro, sonriendo. Yo le devolví el gesto.

—Muchas gracias, amigo mío. Tan solo será por una semana hasta que logre limpiar mi buen nombre, verá, he sido acusado del ase... —Repentinamente Legba me interrumpió poniendo un dedo sobre mis labios.

—No diga más, Maestro Haytham, primero cenemos, y luego me podrá contar sus desventuras, cuando acabemos, podrá darse un baño y descansar en el primer cuarto a la izquierda subiendo las escaleras, el que tiene la puerta de roble oscuro. —Aseguró el africano mientras miraba mis ropas de noble con un poco de asco.

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