El sonido delicado del piano resonaba en los parlantes de aquel extenso salón, mientras que un pequeño joven de cabellos rubios brillantes se movía grácilmente al ritmo de la melodía.Cada paso era tan ágil, tan delicado, tan preciso. Sin duda alguna él había nacido para aquello.
Sus pies dolían, su cuerpo se sentía cansado, pero él sólo tenía en mente su primera presentación solitaria en la gran academia de danzas de Seúl. Aquello sin duda era algo extremadamente importante para el rubio ya que toda su vida soñó con entrar a aquel instituto y ser como todos esos bailarines que siempre admiro.
Nunca olvidaría el día en el que le llegó la invitación a participar en el concurso de talentos que organizaba la academia todos los años. Sentía tanta euforia al saber que de tantos alumnos en su escuela, el había recibido la tarjeta dorada de invitación. Recibir una, era recibir el mejor halago para cualquiera, por que significaba que eras excelente en lo que hacías.
El cansancio no le importaba nada, todo valdría la pena cuando todo el mundo lo viera bailar, su mente y su corazón estaban puestos en ganar aquella competencia y poder cumplir su sueño.
Lanzó su pañuelo al aire y el sonido del piano se fue apagando poco a poco. Su cuerpo se rindió, se dejó caer al suelo sintiéndose una roca a causa del cansancio.
Tirado en el suelo, lleno su pecho de aire intentando recomponerse, perdió la cuenta incluso de todas las veces que practicó la coreografía. Miro hacia la ventana y se dio cuenta de que la noche ya había caído.
Se paro desganado y camino hasta los casilleros en donde tenia guardada sus cosas, saco su móvil y se alarmó al ver que casi eran las diez de la noche y tenía más de 15 llamadas perdidas de su amigo.
-Mierda...-. Musito cerrando los ojos.
Tomo su mochila, se calzó sus tenis, guardo su pañuelo y salió disparado del estudio. Exactamente hace dos horas tendría que haber estado en casa de JongIn para terminar su trabajo final de historia.
Corrió por toda la acera, esperando encontrar algún taxi ya que el último autobús había pasado hace media hora. No veía ningún taxi y lo único que le quedaba era correr.
El frío le calaba el cuerpo, después de todo apenas llevaba puesta una camisa blanca y unas calzas cortas. El cielo estaba totalmente nublado y centellaba a cada rato, sin dudas comenzaría a llover en cualquier momento, aunque el rubio rogaba que fuera cuando estuviera en casa.
No había corrido tanto y aun así sus piernas ya estaban cansadas, se detuvo un rato y trató de recomponerse. Todo a su alrededor estaba tan oscuro, tan quieto y callado que empezó a asustar al más bajo.
Siguió caminando despacio, hasta que unos pasos detrás suyo lo hicieron ponerse en alerta. Se aferro fuertemente del tirante de su mochila y empezó a caminar un poco más rápido.
-¿Qué sucede, pequeño?-. Soltó una voz áspera a sus espaldas. -¿No quieres divertirte conmigo?-.
Sintió un escalofrio recorrer por su espalda y sin dudarlo mucho comenzó a correr. Su corazón palpitaba a mil por hora y algunas lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos. Y como si todo aquello fuera poco, la lluvia comenzó a caer.
Cuando estaba a dos cuadras de su departamento, giro hacia atrás y se dio cuenta de que ya no habia nadie. Sintió el alivio entrar a su cuerpo, pero aún asi no dejó de correr en ningún momento; hacia frio, estaba empapado y la lluvia cada vez se hacia más densa. Lo único que quería hacer era llegar a casa y descansar.
Dio la vuelta en una esquina y estaba a punto de cruzar la calle, cuando en un solo segundo su vida entera y sus sueños se hicieron trizas.
Lo único que pudo oír fueron unas llantas derrapando antes de sentir un golpe y ser lanzado fuertemente a unos metros.
Se deslizo por el pavimento, sintió su cuerpo caliente y un profundo dolor en sus piernas.
Toda su vida pasó enfrente de sus ojos como si fuera una película y de fondo solo oía un piano sonar apenas.
Su primer día en clase de ballet a los cinco años, la vez que gano las olimpiadas de matemáticas en primaria, la primera vez que escucho su canción favorita, todas las presentaciones que dio y todos los halagos que recibió. Todo se sentía tan vivo y borroso al mismo tiempo.
Abrió apenas sus ojos y no veía más que imágenes borrosas, escucho un portazo y un auto volver a arrancar violentamente, antes de alejarse a toda velocidad.
Sus ojos se sentían cansados, su cuerpo dolía y hasta respirar le parecía difícil.
-Ayuda...-. Susurro apenas.
Sus lágrimas empezaron a caer al igual que la lluvia, al darse cuenta de que moriría ahí, sólo, en la lluvia, sin poder haber cumplido su sueño.
-¡Niño!¿estas bien?-. Soltó alguien junto a él. -Llamaré a una ambulancia, todo estará bien-.
La voz de aquella persona se oía lejana, sus ojos ya le pesaban demasiado y sólo quería dormir.
-Niño, mírame...-. Aquel desconocido le tomo del rostro, su mano tibia lo acuno delicadamente. Apenas vio su rostro, todo era borroso. -Estoy aquí, quédate conmigo...-.
Su voz se volvió lejana y el eco parecía resonar en su cabeza, sus ojos se cerraron lentamente dejándose ganar por el cansancio, el dolor desapareció y por un segundo... se sintió en paz.