Prólogo

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    El cielo era rojo, como la sangre de aquellos caídos en la batalla, cuyos restos permanecían aún en el suelo mientras el ejército rojo marchaba, sus pasos firmes crujían bajo los restos de los soldados, sus compañeros, sus enemigos y aquellos que estuvieron en el peor momento; el dorado brillaba como el sol, en ellos sólo se encontraba la fuerza, el orgullo y la valentía del nuevo reino. Cada vez acercaban más al palacio, era alto y glorioso, tal como decían los relatos, cuando la luz lo tocaba era como ver el mismo sol.

—¡Alto!—exclamó el general—¡Abran paso!

La armada procedió abrir un camino entre sus filas y se detuvieron al instante.

—¡Formación real! ¡Ya!

Los escudos fueron presentados al frente, las lanzas firmes y derechas y las banderas en lo alto cortando los colores y el símbolo del imperio de Trynath, un sol y una luna unidos, no se escuchaba ni un solo ruido, ni siquiera el cantar de un pájaro, hasta que unos pasos aproximaban, el ejército bajaba la cabeza un instante y volvían a su posición de soldados, la presencia de su majestad era imponente; se veía impactante con su vestido rojo, portando en la espalda el símbolo de su nación, la reina era justo lo que debía ser, en su rostro había poder, seguridad, sabiduría y belleza, pero sobretodo inteligencia; a pesar de haber quedado viuda horas antes, ella no dejaba ver su dolor, ahora ella era la corona y llévame en brazos al futuro del reino. La reina sabía que recibiría una reprimenda por parte de sus consejeros, pero no le importaba, creía que el pueblo debía reconocer a los herederos al trono, así las dos gemelas aferraban a los brazos de su madre, mientras recorrían a la guardia real y llegaban a su nuevo hogar.

La mayor tenía el cabello castaño con tonos dorados, a veces parecía que los rayos del mismo sol nacían en él, su piel era morena clara, tal y como fue la de su madre, la otra pequeña poseía un cabello blanco como la luna y la piel clara como la leche, además unos ojos verdes aceitunados, sin duda el mismo retrato del difunto rey.

Una de las princesas, era la razón de la muerte de su padre, y la misma razón de la victoria, tal y como los oráculos predijeron. Las pequeñas nunca recordarías este momento pero el reino entero lo haría y sería en un acto que marcaría el principio de una nueva Era. Cuándo llegaron a las puertas del Castillo, la reina en encaró a su ejército y se dirigió hacia ellos:

—¡Mi pueblo! Hoy hemos hecho historia, hoy hemos terminado con la injusticia, la opresión, el maltrato y el miedo. Hemos perdido muchos en el camino, hombres y mujeres valientes, dispuestos a dar sus vidas por un nuevo amanecer, su sacrificio no será en vano, ni tampoco el de su querido y amado rey, pues hoy surge una nación. Y presentando ustedes al futuro, sus altezas imperiales, la princesa Davina Olivia Brianna Aillard y la princesa Arabella Anne Marie Aillard, ¡ambas del reino de Trianyth!

El ejército estalló en vítores, alabando y bendiciendo a sus soberanas.

—Les juro qué haremos en nuestro nuevo hogar, una nación próspera, segura y reconocida por las otras naciones, por ustedes y sus familias, y si no lo hago, que los dioses terminen con mi vida. Mi pueblo, hoy somos un pueblo unido, finalmente ¡hoy somos Trianyth!

 Mi pueblo, hoy somos un pueblo unido, finalmente ¡hoy somos Trianyth!

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