...Ellas...

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Nunca antes había sucedido o eso es lo que creí. Es más, si alguien lo hubiera comentado en alguna de las reuniones, no lo hubiera creído. Pero ya sabes, la gente adulta dice: el hubiera no existe. Siempre las vi contentas, alegres, siempre con sus canciones de Arjona, sí, Arjona. Ignoro qué le veían a ese cantante. Bueno, la verdad, también me gustan algunas de sus canciones. Ellas las cantaban cuando, iban al súper mercado, por las mañanas al levantarse, a cada momento. Conocían toda su discografía y cantaban sus canciones en ocasiones a grito abierto o en la privacidad del baño. Me unía a ellas. En los viajes por toda la república, llevaban, primero, varios discos compactos con sus canciones. Después, cuando los teléfonos celulares se volvieron famosos e inteligentes, compraron una suscripción de las tiendas de música y antes que el amigo de madre arrancara el auto, ya sonaba la primera canción. Incluso nosotras, para molestarlo pedíamos a Arjona. Cantábamos no solo por gusto, pero también a la vida, a nuestra vida compartida por tantos años. Cuando ella llegó con nosotros apenas tendría ocho, diez años. Con la convivencia diaria se pierde la noción del tiempo. Nos acerca más a nuestros seres amados. Es una condición de todas las personas con un mínimo de sentimientos hacia nuestros congéneres. También nos identificamos por nuestros actos diarios, pero igual, se puede llegar a sentir emociones distintas, como aprecios, debilidades y coraje, odio exacerbado contra alguien, alguna persona quien haya despertado turbaciones o entusiasmos rechazados por ti. A mi edad era difícil sentirme repudiada. Quería participar en todo, a todas horas. Cuando ellas platicaban con esa voz queda, soterrada, entre ellas; deseaba ser partícipe, pero al sentir mi presencia, solo con verme a su lado, de inmediato cambiaban de plática. Aunque en ocasiones alcanzaba a escuchar sus últimas expresiones y al final, pasaba el resto del día en la búsqueda sobre qué habrán dicho, por qué callaron cuando me acercaba para participar en sus comentarios. Así fue siempre. Nunca compartieron aquello que para ellas era su tema de conversación exclusivo, solo de ellas. Y yo, creía en la solidaridad entre mujeres, siempre compartiríamos todas nuestras vivencias, nuestros secretos más íntimos. Al menos esa fue la idea con la que crecí. Así éramos en la escuela, con nuestras amigas, compañeras del salón o de otros grupos con quienes nos identificábamos más. Yo contaba a mis amigas todos los sucesos en el fin de semana, durante un día especial o alguno en particular. Como aquella ocasión que encontré en el refrigerador un frasco de crema batida. Buscaba algo para desayunar y creí, era una opción suficiente para mi hambre matutina. Lo tomé, lo agité y presioné el botón como si siempre hubiera tenido uno de esos artefactos en la mano. De inmediato salió una crema dulce, refrescante y de una blancura extraña por su densidad, se irguió en mi mano y con la lengua, repasé todos sus lados. Su sabor agradable despertó más el ansia por comer algo. Sentí su sabor almibarado pasar por mi boca, saboreé con regodeo, de manera instintiva entrecerré mis ojos y la degustación invadió mi mente, mis sentidos se ampliaron y algo en mi estómago empezó a flotar, a hacer ruidos y regresé de donde anduve esos escasos segundos. Coloqué el pomo en su lugar y salí de la cocina. Allá en la recámara mis hermanos habían encendido el televisor. Escuchaba la voz metálica y distorsionada de las caricaturas. 

Como tú, como nosotros....Donde viven las historias. Descúbrelo ahora