Seguro despecho

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De una semilla nace

Y crece bañada en petróleo,

Como faena sangrienta

Se pudre en una heladera.

Esa mujer perfecta,

Dedicada, pasional y esbelta.

¿Cuál será el demonio que revela?

Si los ojos o el débil delineado,

Imponen algo que hiela.

Una carne entre semejantes telas,

Es presa para las hienas.

Volviendo a la semilla:

Son ojos de gato, crecen en la oscuridad.

Como una gran enredadera,

Teje con velocidad.

De lo profundo de sus venas,

Imponen su presencia.

Pero si lo piensas de otra manera,

Son el brillo de la decadencia.

Es un cadáver,

Uno inmóvil, decadente.

¿Eso significa que ya no sirve?

¿Se vuelve faena lista para vender?

Si de una grasa surge la atracción,

No lo llames provocación.

Por más que compres una puta,

No la vendas como cuadril;

Ya que existe una gran costumbre,

Que te pinten en un atril

Y te traten como albañil.

Y así son todas las historias,

Las componen el odio humano.

Y cuando no hay escapatoria,

Termina todo lo sano. 

Un domingo de julio, a media mañana.
¿Estás? Llegué a las 8 de la mañana a mi casa.
Como te había dicho, dijimos de tomarnos un colectivo para ir hasta el lugar. Ya sentado en la parada, me di cuenta que tenía muy pocas expectativas de que aquella noche llenara algo dentro mío. Mas bien, pensé en mi cómoda cama y en mis paredes blancas. ¿Quién me había mandado a hacer esto? Esperamos unos diez minutos a que llegara, y cuando estuvimos arriba, me senté en sentido contrario al andar del colectivo. Sobre que tenía mucho alcohol en sangre, veía las luces correr al revés y alejarse, en vez de acercarse. Parecía que estuviera viendo la huella que el colectivo dejaba, y no hacia donde nos llevaba. Que extraño no? Siempre viendo el recorrido y no el destino. Me enojé con el colectivo y dormí hasta que me despertaron para bajarnos. Abrí los ojos y supe que habíamos llegado al pozo donde nadie quiere vivir. Edificios con cientos de ventanas, albergando sabe quien a cuanta gente, respirando el aire caliente de la ciudad.

Fuimos cantando a buscar a otro amigo y encaramos al boliche. Las calles eran estrechos vacíos cuyo sonido provenía de diferentes departamentos, donde chicas gritaban al alféizar de la ventana y saludaban. Mi mente solo podía prestar atención a la remera naranja de la persona que tenía al frente. La odiaba por caminar por las peores veredas. A medida que nos acercábamos, los sonidos comenzaban a sentirse en el suelo. Las calles de Güemes estaban repletas de gente producida, gente que no conocía y no podía enfocar bien.
Me encontré en el medio de una multitud de gente con un vaso de ginebra en la mano. A mi lado, mis amigos bailando extremadamente pegados sin percatarse que mi presencia seguía en aquel lugar. Desvié los ojos al balcón del primer piso, donde muchos pares de piernas se movían de un lado al otro. Una pareja, si es que era pareja, se apretaba violentamente contra una columna que sostenía un cartel luminoso. Una chica de cabello ondulado iluminada por la pantalla de su teléfono, insertaba sus uñas desesperadamente en la pantalla.

Aquel escenario eufórico donde todos movían sus cuerpos al ritmo de la canción; parecía el único espacio donde tomaba vida la poca diversión de la ciudad. – Tomás, estas muy sobrio. Tomá más Tomás. ¿Que tomas Tomás? –

Delante mío pasó una chica de rulos perfectos. Mis piernas comenzaron a tensarse y mi mandíbula decidió hacer fuerza. Le tomé la mano y pasamos a la dimensión donde esa era tu mano y esos eran tus rulos. Giró para verme y fue inmediato.

Sus besos eran eternamente mojados, parecía que había bebido mucho para no dejarme sediento. La tomé de la cintura y la traje hacia mí. Hubo pausas de sonrisas. Seguíamos besándonos. Más pausas. Nos acercamos a una columna y me olvidé de quién era. Noto su mano en mi cuello, y sus afiladas uñas raspándome la espalda. Nos separamos y puedo ver su cara con claridad. Que hermosa era. Labios carnosos, extendidos, y repletos de mi saliva. Su sonrisa era perfecta. Contrastaba con sus afilados pómulos y su frágiles orejas, de las que colgaban resplandecientes pendientes. Me observaban un par de ojos tremendamente seductores. Pestañas largas, y cejas oscuras. Tuve que decirle lo hermosa que era.

– ¿Y si mejor nos vamos?
– ¿A dónde vas a llevarme?
– Lejos.
Salimos agarrados fuertemente de la mano. Nos besamos afuera, y caminamos. No sabía a donde, sólo íbamos. Descubrí que también su voz era seductora. Su acento era pronunciado, con pausas largas. Doblamos en una esquina, cruzamos la calle, y volvimos a doblar. Soltó mi mano y saco una llave de su cartera. Abrió la puerta de su edificio y me hizo entrar.
Nos besamos más en el ascensor todavía. Sus labios seguían húmedos y no quería despegarme de ellos, eran una adicción. Llegamos al piso 14 y jugó con una llave varías veces hasta que pudo abrir la puerta del departamento. Tironeó de mi brazo y me dirigió directamente a su habitación.
Su cama era demasiado suave. La abracé y se sentó arriba mío. No podía despegarme de sus labios. Eran mi consuelo, mi salvación. Bajé mis rostro y comencé a darle besos en el cuello mientras sus uñas sacaban mi remera. Lo intenté hacer suave, pero supe que te gustaba fuerte. Volví a mi refugio en sus labios, y mis manos se dirigieron a otra parte. Oí sus gemidos internos mientras pedía a mis manos que no frenaran su curso. Quedamos completamente desnudos, y nuestros cuerpos se entrelazaron para no soltarse nunca. Su respiración era agitada, y su voz se quebraba con cada movimiento que hacían mis caderas. La abracé de la cintura, y pude sentir el odio de los vecinos de abajo al escuchar los golpes sordos. Hubo un instante de euforia en el que nos besamos mientras fruncías el ceño y tu frente chocaba con la mía.

El alcohol seguía en mi mente. Ahora estaba solo en tu cama, dormitando mientras veía luces por la ventana. Apareció ella, completamente desnuda caminando hacia donde yo me encontraba. Se acostó boca abajo, con sus labios sobre los míos y una pierna cruzando mi pecho. La tomé de una pierna y nos besamos hasta caer profundamente dormidos.

Te entendí finalmente. Entendí cuál era el sabor carnal al que habituabas para desaparecerme. Es una pequeña droga, increíblemente significante. ¿Nada comparado al amor verdad?. No hubo furia peor, ni mayor arrepentimiento. Era tu garantía, tu terrible venganza, el desahogo de tus miedos. Pedazo de carne seguro, por cuanto dejen de usarte, estarás algo sucio, te lo aseguro.

Seguro despechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora