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Había una vez, en un reino tan chiquito como lejano, un pequeño y dulce principito, inteligente y juguetón como ningún otro jovencito del reino. Su nombre era Kim Mingyu.

Bueno. La verdad es que te engañé, el hogar del principito no era tan chiquito, sino un gran imperio que manchaba Asia y rugía en tropas como un enorme y peligroso tigre; y el principito tampoco era tan pequeño, sino muy alto y robusto para sus cortos diecisiete años.

¡La mentira no acaba ahí! De hecho Mingyu no era un príncipe aún, pero se acercaba el día en que sus padres lo presentarían como heredero ante el pueblo y mientras más pronta era la fecha, más nervioso se ponía.

¿Qué haces tú cuando estás ansioso?
Mingyu come mucho. Gelatina, chocolate, pan (mucho pan) y porciones casi infinitas de pastel.

"¡Deja de comer, Mango!" le había regañado su madre porque quería que su pancita no se viera en las fotos que los reporteros le tomarían. Eso solo aumentó el hambre del futuro principito y le tuvieron que hacer un traje más ancho.

Tanta era la ansiedad que inundó el apetito de Mingyu que no recordó que junto con la presentación también llegaban sus dieciocho años hasta que fue el día y sus padres entraron a su recamara con un gran pastel que quiso devorar a penas abrió sus cansados ojos.

"¿No dormiste nada?" preguntó su padre notando las oscuras ojeras del principito.

"¡Habrá que maquillarte! De ninguna manera el pueblo te verá así" su madre decidió.

Fue la primera vez que maquillaron a Mingyu.
Fue la primera vez que vio a tanta gente.
Fue la primera vez que sonrió sin mostrar sus colmillos.

"La primera vez de muchas" pensó.

Habría un festival de una semana completa por su presentación y debía estar preparado. Todo debía salir perfecto, tal como quería su madre.

Sin embargo, algo extraño ocurrió el último día de aquella magnífica fiesta, cuando despertó por la mañana el dolor en su cabeza era apenas soportable.

Caminó a tropezones hasta su elegante baño y vomitó en su retrete todo lo que tenía en la panza. Con la garganta en llamas se lavó la cara y entonces se vio en el espejo.

¡Qué sorpresa! ¡Qué miedo!
¿El del reflejo... era él?
¡Pero sobre su cabeza había un cuerno!
Solo uno.

Lo tocó con miedo y mientras más jalaba de él, más le dolía la cabeza.

Tok tok. Alguien golpeó su puerta y él se hizo bolita en el suelo mientras lloraba. Estaba aterrado.

"Un príncipe no se enferma" replicó su madre ante la débil excusa que el principito pudo darle del otro lado de la puerta "Kim Mingyu, si no abres esa puerta ahora mismo no dejaré que tus amigos vengan cuando acabe el festival".

Y aunque se entristeció mucho, intentó convencerse de que no era tan malo porque ¿Qué dirían sus amigos de su cuerno? ¿Qué diría el resto del pueblo de su cuerno? ¡Lo desterrarían como a una bestia abominable!

La tarde pasó lentamente y Mingyu se quedó dormido en el suelo del baño, exhausto y preocupado. Pero cuando abrió los ojos ya entrada la madrugada, estaba acostado gentilmente en su cama.

Lo primero que hizo al despertar fue tocar su cabeza. El cuerno seguía ahí, alto como el de un venado y duro como el marfil.

Era real. Todo lo fue.
Pero eso significaba que alguien entró por él al baño, lo vio dormido con algo extraño y feo en su cabeza, aún así lo levantó y arropó en la cama. El miedo nuevamente lo atormentó.

Crown [MINGYU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora