ARDEN

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Arden era un chico trans de closet, quien lleva una vida normal como una mujer de 14 años. Iba de regreso a su casa con los audifonos puestos en un intento por callar todos los pensamientos que lo viven atormentando día con día, en lo único que quería centrarse en ese momento era en poder recostarse en su cómoda cama y dormir por unas cuantas horas antes de levantarse e ir al gimnasio.

Había cruzado la calle sin ningún problema y estaba cada segundo más feliz de estar cerca de su casa, hasta que llegó una fuerte corriente de aire que envió su gorra a la carretera. Cuando volteo para ver donde había sido arrastrada la gorra todo comenzó a ir demasiado rapido y a la misma vez tan lento para su agonía. Su cuerpo reaccionó antes de que su cerebro pudiera procesar toda la situación, fueron segundos en los que este reaccionara y se diera cuenta que desde el primer paso que había dado era directo a su final y aún con ello no vaciló ni un solo segundo.

Un desafortunado niño en su inocencia había ido detrás de su gorra sin siquiera voltear a ver la luz del semáforo, se había agachado para tomar su gorra con sus pequeñas manos mientras le sonreía con esa inocencia que solo los niños podrían tener en ese mundo tan contaminado, sin siquiera darse cuenta de la tragedia que estaba a punto de suceder y duda que aún después de salvarlo entienda del todo lo que sucedió.

Mientras empujaba al niño fuera del peligro no pudo evitar pensar que toda esa situación se pudo haber evitado si tan solo no tuviera hermanos de la misma edad del pequeño o si tan solo fuera como las personas que se paralizan ante situaciones difíciles o estresantes, si fuera como ellas su cuerpo no hubiera corrido al peligro directamente, hubiera dejado que ese camión acabará en un cerrar y abrir de ojos con la vida del pequeño.

Quizá no era ningún ser heroico que estaba dando su vida por el niño, sino, más bien un ser egoísta que encontró la manera perfecta de ponerle fin a su miserable vida.

Ya nada importaba en ese momento, no cuando un camion de varias toneladas había pasado sobre su cuerpo, explotando tanto dolor sobre su cuerpo que no debería de ser físicamente posible. Fueron sólo segundos los que vio pasar el caucho negro frente a sus ojos, y tan sólo unos pocos más en los que tuvo la suficiente conciencia para ver cómo varias personas corrían hasta donde se encontraba el niño. Pudo escuchar con claridad el murmullo de la gente gritando en pánico, como muchos se acercaban hasta donde el estaba tirado y aún asi no podía apartar la vista de la inocente mirada. Esa mirada había echo que un sentimiento de nostalgia lo invadiera por completo antes de que toda la vida en su cuerpo se esfumara para siempre.

Estaba seguro de que había muerto, era imposible que después de que un camión de esas dimensiones pasara sobre su cuerpo pudiera seguir con vida tanto tiempo después. ¿Entonces por que el dolor que invadía cada célula de su cuerpo aun seguía tan jodidamente presente? Quizá esté era su castigo por todos los pecados que había cometido en su vida o quizás esta era simplemente lo que había después de la vida.

Lo tomó por sorpresa cuando casi todo el dolor se había ido tal y como había llegado, no está seguro cuánto tiempo había sido el que había pasado con el; bien podría haber sido una eternidad o tan solo un par de segundos. Lo que sabía con exactitud es que estaba agradecido que todo hubiera terminado por fin, quizá ahora podría descansar en paz.

-¡Cheong-San!- su cabeza dolió al escuchar la suave voz, confundiendolo aún más -¡Cheong-San!- volvió a repetir para su desconcierto -Es momento de despertar cariño-

Abrió los ojos cuando encontró la suficiente fuerza para hacerlo, al sentir la claridad del cuarto quiso volver a cerrarlos en un intento por apaciguar el dolor. No pudo hacerlo al notar que no estaba en su habitación y por los objetos que eran obviamente personales de otra persona descartaba el echo de que estuviera en un hospital. Cerro lo ojos con más fuerza al creer que estaba en algún extraño sueño, era la única explicación que su cerebro pudiera formular con el persistente dolor.

ESTAMOS MUERTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora