ELLA

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Llevaba toda la noche sin dormir, estaba muy nerviosa y ya eran casi las cinco de la mañana. Empecé a hacer la maleta antes de que mi madre viniera y viera que ayer se me olvidó a hacerla. Metí toda la ropa que tenía, que tampoco era mucha, y dejé fuera el conjunto que me iba a poner.

Fui al baño, me lavé la cara y me maquillé un poco. Tenía ojeras, y no me desagradaban, pero no quería que el primer día de presentación me viesen todos con esa mala cara. Me puse un poco de colorete, porque desde que tuve el último ataque de ansiedad estaba más blanca que nunca y como me dolía un poco la cabeza, después de tomarme el café, me tomé una pastilla.

Estaba harta de las pastillas, fueran las que fueran. Llevaba ya un año medicándome para frenar ataques de ansiedad, pero de poco me servían, nada de eso iba a ayudarme a ser feliz ni me iba a devolver las ganas de pintar.

Volví a verme al espejo y me fijé en mis mechones rojizos, enredados entre sí. Tenía el pelo bastante largo, y estaba empezando a molestarme. 

Abrí el segundo cajón del mueble del baño y agarré las tijeras que había guardadas al fondo. Necesitaba una nueva imagen para mi nueva vida.

Sin pensarlo mucho, corte los mechones que tenía enredados y terminé dejándome la melena a la altura de los hombros. Me gustaba ese cambio, el primero de muchos, esperaba.

Después de eso, cogí las cajas de pastillas y las metí en la maleta, aunque tampoco estaba segura de que me fuesen a hacer mucho efecto si las necesitaba. Hacía dos meses que empecé a medicarme, tras la muerte de mi abuelo.

Él era la única persona que controlaba a mis padres, no les temía. Desde pequeña fue él quien me cuidó, quien me quiso de verdad.

Él era todo para mí, no había un día que no le viese. Le contaba todos mis problemas y siempre me escuchaba, era el mejor dando consejos.

Él me enseñó a pintar de pequeña, y siempre ha sido mi sueño convertirme en alguien importante en el mundo del arte. Hablé con él sobre mi futuro, sobre que yo no quería estudiar derecho, y me animó a plantarle cara a mis padres.

Él confiaba en mí, y yo ya me veía preparada para hacerlo así que, después de haber estado unos días creándome el discurso en mi cabeza y escribiéndolo, me atreví. Iba a ir a plantarles cara.

Dejé todas las hojas que había estado leyendo los últimos días, me sabía el diálogo de memoria. Me levanté de mi cama y fui directa a mi puerta, iba a hacerlo. Pero antes de que abriese el pomo, alguien lo hizo desde fuera.

Mi madre entró a mi habitación muy seria, se sentó en la cama y me pidió un segundo para hablar con ella.

-Elizabeth, el abuelo... el abuelo se ha muerto-. dijo ella con poco sentimiento en sus palabras, aunque aguantándose las lágrimas.

Sus palabras se sintieron como una puñalada en el estómago y no supe reaccionar con palabras, ni siquiera se me ocurrió preguntar qué había pasado, solo sé que empecé a temblar, a gritar y a llorar. Así estuve durante el resto del verano, dejé de pintar y estuve la mayoría de los días llorando y con ataques de ansiedad, intentando asimilar lo que le había pasado a mi abuelo.

Esas últimas semanas habían sido las peores de todas las vacaciones. Mis padres estaban cada vez más insoportables y Anne, mi hermana mayor, había decidido irse a vivir con su novia a su piso porque no soportaba la situación en casa.

Yo no tenía a dónde irme, mis otros abuelos estaban en una residencia, y mis tíos no me querían ver ni en pintura. 

Pero bueno, hoy por fin me iba a ir de aquí.

Iba a estar todo el curso estudiando en la otra punta del país, no tendría que soportar sus discusiones más tiempo.

Iba a estudiar derecho, y no es algo que me gustara, es lo que les gustaba a mis padres o, al menos, lo que querían para mí. Ellos sabían que iba a ser una carrera muy difícil y que no estaba motivada, pero se empeñaban en que la hiciera.

Era muy molesto el hecho de que no pensaran nunca en mí, en que tenía que ser yo la que decidiera sobre mi futuro y no ellos. Solo querían que fuera abogada para ser como ellos, igual que intentaron hacer con mi hermana, pero con ella no lo consiguieron.

Anne era mi hermana mayor, tenía veintitrés años y vivía con Martha, su novia. Siempre nos habíamos llevado bien, una relación normal de hermanas, de vez en cuando me defendía ante papá y mamá, pero no teníamos la confianza suficiente como para hablar de nuestros problemas.

A pesar de nuestra falta de comunicación, yo admiraba mucho el coraje que tuvo para plantarles cara a mamá y a papá cuando les dijo que no iba a hacer lo que ellos le dijeran. Por eso, cinco años después, tras haber logrado ahorrar el dinero suficiente, se mudó a un piso con su novia, en el centro de la ciudad. 

Ella estudió periodismo, pero no trabajaba en nada relacionado con ello, era entrenadora de baloncesto en sus ratos libres para ganar dinero y poder pagar la casa. Aunque de vez en cuando la llamaban para hacer alguna entrevista de trabajo, acababan rechazándola porque no tenía la experiencia suficiente. Pero ella así era feliz, y más si estaba alejada de mamá y de papá.

Ahora que ella no estaba en casa, mis padres centraban su ira en mí, y yo no podía más. Gritos, insultos y golpes que tenía que aguantar diariamente. Me hacían sentir una inútil, un deshecho humano, y, lo peor de todo, no me hacían sentir querida.

Pero bueno, hoy por fin me iba a ir de aquí.

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