ÉL

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Mi alarma sonó sobre las seis de la mañana. Me despegué perezosamente de las sábanas de mi cama y apagué la maldita alarma. Mientras me quitaba los restos de legañas, fui al baño a lavarme la cara, a ver si eso me ayudaba a espabilarme.

Estaba agotado. Aquella noche me había quedado hasta las tres de la mañana escribiendo, y sólo había dormido dos horas. Me enjuagué la boca, limpié la cara y me quedé parado frente al espejo. 

Me fijé en todos los detalles de mi cuerpo, o al menos, lo que quedaba de él.

Tenía ojeras, los labios secos y cortados, las uñas mordidas, ensangrentadas, el pelo grasiento y enredado, mi rostro estaba pálido, mis ojos estaban rojos e hinchados, y tenía la mirada perdida. 

Tampoco es que pudiera quejarme mucho, llevaba dos meses en desintoxicación, esas eran las consecuencias de mis actos.

Me metí en la ducha rápidamente y dejé que el agua helada me erizase la piel, intentando que esa sensación me ayudase a despejarme.

Enjaboné todo mi cuerpo, de arriba a abajo, hasta que llegué a mi rodilla. 

Siempre me pasaba lo mismo, me distraía con mi cicatriz, pero es que no podía evitarlo, los recuerdos siempre nublaban mi mente cada vez que miraba mi rodilla.

Recuerdos malos.

Recuerdos tristes y dolorosos.

Pellizqué mi brazo para así poder salir rápidamente del tormento de pensamientos en los que me estaba adentrando, antes de que fuera tarde y empezara a llorar.

Terminé de lavarme el pelo y salí de la ducha, el agua helada estaba empezando a quemarme la piel. Me eché desodorante, un poco de colonia, cacao en mis labios agrietados, crema y un poco de corrector de ojos. No quería verme en el espejo con esas ojeras, me recordaban demasiado a mi padre, y mirarme en el espejo y ver en mí la imagen de mi padre era lo último que me apetecía.

Salí con la toalla atada a mi cadera, dejando a la vista el tatuaje de una estrella que había justo debajo de mi ombligo.

Me hubiese encantado poder decir que ese tatuaje tenía un significado profundo y todo el rollo ese, pero mi historia era bastante simple:

Estaba en mi fiesta de graduación con mis compañeros de clase, en casa de yo qué sé quién. Había un chaval en la fiesta que era bastante majo y estuvimos un buen rato hablando.

Me dijo que era tatuador de prácticas y necesitaba a alguien a quien tatuar por primera vez para hacer la prueba. Como era de esperar, entre cerveza y cerveza, acabé accediendo y le dejé que me tatuase lo que quisiese. Al día siguiente me desperté en mi apartamento con una sensación de ardor en el abdomen y, cuando fui a mirar si tenía alguna herida o moratón, me vi el tatuaje.

Es bonito, no voy a mentirme a mí mismo, pero me hubiera gustado que tuviera algún significado importante para mí.

Recordé que tenía que dejarle mi gata a mi vecina, ya que en los apartamentos no nos dejaban llevar mascotas y mis compañeros de piso seguían de vacaciones y no volvían hasta dentro de unos días. 

Mi gata se llamaba Luna y era un siamés, preciosa y, aunque quería tener muchos más gatos, era lo máximo que podía permitirme en el apartamento con el dinero que tenía.

Desde que mi madre dejó de ingresar dinero en mi tarjeta de crédito, empecé a trabajar en la librería que había a dos calles de mi apartamento. Ganaba el dinero suficiente como para poder pagarme el piso, que compartía con unos amigos desde hacía dos años, mi comida y la de Luna. Además que, trabajando allí, me dejaban llevarme los libros que quisiera. Era como un sueño.

Un sueño solo que no podía comprarme nada que no fuese comida, porque la verdad es que, a pesar de poder llevarme los libros que quisiera, me pagaban bastante poco. 

Lo único bueno es que mis padres habían decidido pagarme la universidad, ahora que quería ponerme a estudiar, así que tendría que hacer el esfuerzo de no recaer, porque si no todo se iría a la mierda. 

Llevaba dos semanas sin ir a las reuniones que había los miércoles en el auditorio de la ciudad, pero es que ya me daba pereza, era siempre lo mismo todo el rato: me presentaba, contaba lo que me pasaba y cuánto tiempo llevaba sin consumir.

Aunque, en verdad lo seguía haciendo, con menor frecuencia y en menor cantidad, pero lo seguía haciendo. Sólo iba allí para hacerme creer a mí mismo que eso me ayudaría a superar mi adicción, aunque esa mierda de charlas no me servían para absolutamente nada, ya me había dado cuenta.

No podía escapar de mí mismo, pero tenía que seguir intentándolo.

Fui a la cocina, tiré la bolsita de plástico que guardaba en el bolsillo derecho de mi chaqueta y cogí un croissant. Me lo comí mientras recogía todo un poco y hacía la cama, o al menos hacía el intento, porque Luna no paraba de subirse a arrugarla.

Sabía que me iba de casa y ella no iba a poder venirse conmigo.

Cogí todas mis maletas, llevé a Luna con la vecina, me despedí y bajé a la calle.

El camino hacia la parada de tren fue bastante largo, teniendo en cuenta que fui andando y con dos maletas grandes. Nada más llegué, vi de lejos que el tren estaba a punto de llegar. Subí y me puse a leer, pero justo cuando estaba terminando el segundo capítulo, llegué al aeropuerto, el punto de salida del autobús que iba a la Universidad.

Antes de subir al autobús, cogí un café y un donut después de esperar más de media hora en la cola y pagar el triple de lo que pagaría en la cafetería de enfrente de mi casa. 

Cuando vi la hora, me di cuenta de que iba a llegar tarde a coger el autobús, así que empecé a correr.

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⏰ Última actualización: Aug 08, 2022 ⏰

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