1.- Autocontrol

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Mantenerse bajo control a sí misma y a sus feromonas estaba volviéndose especialmente difícil para Sherlock, al menos desde la inesperada llegada de Wato a su vida y más aún, a su departamento.
Hasta ahora se había sentido una Alfa orgullosa por no caer tan fácilmente en provocaciones ridículas, ella nunca había cedido cerca de algún Omega de sangre pura, negándose siquiera a reconocerlos en la habitación si no era necesario para ella.

Se había burlado de Kento cuando éste le dijo, casualmente, que por fin se había decidido a comenzar un cortejo para con el inspector Gentaro, que había aceptado su aroma en sus pertenencias y seguramente muy pronto en su departamento. Sherlock, como buena hermana menor, lo molestó durante una semana enviándole mensajes aleatorios a su celular para preguntar "¿Cómo iban las cosas con Reimon?" O solo para cuestionarle si planeaba reformar el dormitorio o en cambio compraría una casa de verdad para que su Omega la decorará a su gusto y voluntad.

Ahora, aunque su hermano no estaba ni remotamente presente, Sherlock casi podría jurar que escuchaba sus risas reprimidas, al verla echar humo por una circunstancia que en otro momento, tratándose de cualquier otra persona, le hubiera importado menos que un chicle pegado a la suela de sus zapatillas.

Su bonita Wato, su compañera de cuarto desde hacía un año y con pocas perspectivas de avanzar más allá que solo ser su mejor amiga, platicaba alegre y tendida en el umbral de la puerta principal con un Alfa bastante simplón. Un repartidor que llevaba cerca de tres meses rondando el vecindario, entregando los paquetes que su casera pedía, tres meses desde que lo vió sonreírle galantemente a su doctora.
Incluso desde la ventana de su pequeña sala de estar, Sherlock sabía que debía mantener sus celos y molestia a raya para no desatar su aroma en toda la casa. Eso asustaría a Wato. Y verla estresada le molestaba casi tanto como verla hablar y compartir su dulce perfume con alguien más que no fuera ella.

Ese tipo debía desaparecer pronto. Contó hasta diez, una, dos veces y el único progreso que notaba era el de sus uñas desencajandose poco a poco de sus brazos, pero porque más bien parecía prepararse para dejar su puesto frente la ventana, bajar las escaleras de un salto y cerrarle la puerta en la cara al indigno Alfa que osaba coquetear con su Omega.

La idea de encerrar a Wato con ella en su habitación y no dejarla salir en una semana o dos la tranquilizó solo lo suficiente para mantenerla en su sitio, los pies firmemente plantados en la madera del suelo, respirando tan hondo como podía, rumiando los débiles restos del aroma de su doctora esparcido por la salita.
Debía calmarse. Mostrarse orgullosa y controlada para no asustar a su hermosa Wato. Si lograba mostrarle a su doctora un control y modales perfectos quizá la consideraría una posible pareja.

La idea se asentó en su cabeza, aclarando sus pensamientos lo necesario para intentar pensar en el modo más lógico y sutil para hacer que Wato volviera de inmediato con ella, sin recurrir a ninguna tonta muestra de poder y posesividad tan características de su casta.
Necesitaba pensar…

Entonces, siendo dolorosamente consciente del calor subiendo a su rostro y de su pulso latiendo en las sienes, apenas le quedó un rastro de sentido común para tragarse un gruñido amenazante. Ya no le quedaba ni pizca de autocontrol para seguir mirando sin hacer nada, viendo cómo el inmundo Alfa se atrevía a besar el dorso de la mano de Wato para despedirse o agradecer que fuera ella quien lo atendiera para recibir el pedido de la señora Hatano.

No alcanzó a ver la reacción de Wato, de dos zancadas llegó a la puerta de la sala y de inmediato bajó las escaleras, dejando salir su aroma feroz y amargo con total libertad, siendo consciente que de guardarlo un minuto más se enfermaría. Deseó justamente eso para el maldito Alfa que seguía plantado en su puerta: Enfermarlo con su aroma, obligarlo a largarse de una buena vez.

Llegó justo a tiempo para que el tipo, tan campante como antes alzará la vista y le dedicara una sonrisa que Sherlock odió con cada fibra de su ser. Al menos hasta que el tufo amargo del enojo de Sherlock marchitara esa sonrisa boba. El otro Alfa retrocedió por instinto y Sherlock pudo sonreír solo un poco; Este era su hogar, su propiedad y él claramente no era bienvenido.

Wato volteó justo para mirar su expresión satisfecha, y de inmediato entendió el panorama.

—¡De verdad discúlpeme, pero debe irse ya! — dijo Wato apresurada, cerrando tan rápidamente como pudo la pesada puerta, sosteniendo el paquete de la señora Hatano con la otra mano.

Afuera, ambas escucharon claramente al tipo tosiendo, de incomodidad o por obra del aroma de Sherlock ninguna podría decirlo con exactitud.

Aún así, Sherlock no podía encontrar del todo su centro. Seguía enojada, sus garras amenazaban con crecer aún cuando su lado racional comenzaba a volver a ella, avergonzada por el ridículo espectáculo que le había mostrado a su querida Wato, pero aún con deseos de salir y dejarle más en claro al intruso porque no debía volver a poner un pie cerca de ahí.

—Calma, tranquilízate Sherlock, está bien, no me estaba atacando, solo…

La voz de Wato la ayudó a volver a la realidad. Miró a la dulce Omega frente a ella, sana y salva, lejos de Alfas cualquieras, aún sosteniendo una caja de cartón cerrada y dándole la mirada más tierna que nadie le había dado nunca.

Sherlock bajó los hombros y respiró hondo, el color rojo negándose a abandonar su rostro, apenada por su comportamiento. Había mostrado su obvia falta de autocontrol ante Wato, no se le ocurría otro modo de empeorar su situación actual.

—¿Sabes? Comenzaba a volverse un poco pesado con cada visita. — dijo Wato con tono conciliador y una suave sonrisa en su rostro sonrojado. —Sé que no estás muy cómoda con esto, pero gracias por ayudarme a ahuyentarlo. —

El corazón de Sherlock se detuvo un milisegundo antes de comenzar a latir desbocado. El aroma de Wato dulce y terso la alcanzó, delatando la alegría de su dueña descaradamente.

—Volvamos adentro, ya le entregaré después su paquete a la señora Hatano.— concluyó la Omega, comenzado a caminar hacia el interior de la casa, empujando a Sherlock para que avanzara también, dejando de paso una clara muestra de su aroma en la ropa de la detective… aparentemente sin darse cuenta.

—¿Estás seguro de esto, querido? Sé que se trata de tu hermana, pero Sherlock puede ser bastante agresiva si la presionan.—

Cómodamente sentado en una sala de estar que personalmente él había elegido, el inspector Gentaro Reimon cuestionaba por enésima vez el modo en que su esposo había decidido manejar la situación de su hermanita.

—Kotarou estará bien. Él mismo decidió ayudar en cuanto le dije la importancia de este asunto, confío en que la doctora Tachibana sabrá mantener a raya a Sherlock.



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⏰ Última actualización: Dec 02, 2023 ⏰

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