un último rescate

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Diez años de relación hubiesen sido cualquiera cosa para las parejas de hace más de cincuenta años, pero para Cristina y Román había sido ya una eternidad. Se habían casado muy jóvenes y enamorado, ninguno de los dos había tenido otra pareja antes de conocerse y tampoco habían tenido sexo con nadie más; era la única relación que ambos conocían. Tristemente, esa relación se había deteriorado con  el paso de los días; no era precisamente por falta de amor, pero lo que mato lentamente la relación fue la rutina.

Pese a todo, ambos se amaban todavía. Fue por eso que Román le propuso un último intento a su esposa; un último rescate, como el lo había llamado.
Por eso la invito a uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad.
Afortunadamente era un gusto que se podía  dar debido a la buena  posición económica que Román tenía, pero era también era un gusto que no se habían dado antes debido al pavor que Cristina le tenía a ese tipo de lugares.

Al principio fue muy difícil convencerla; Román sabía perfectamente que el papá de Cristina había muerto por culpa de un parásito oportunista que se colo a su organísmo,
cual polizonte en barco, dentro de un mejillón. Pero poco a poco le fue metiendo la idea que tal vez sería la última oportunidad que tendrían para remediar su situación. Casi a regañadientes pero con la ilusión de restaurar su relación, Cristina aceptó.

Esa fue posiblemente la mejor velada que habían tenido desde hacía mucho tiempo y por supuesto, la sesión de sexo que le siguió al regresar a su casa había sido todavía mejor.

Los días transcurrieron y la pareja comenzó a llevarse mejor, tener mejor comunicación y también  sexo más placentero. Todo eso iba de la mano con la emoción de visitar diferentes restaurantes y descubrir nuevos y vistosos tipos de comidas. Román no lo entendió al principio pero, para Cristina, lo más importante era tener nuevas experiencias culinarias.

Visitaron todos los restaurantes de la ciudad, desde los más caros hasta los más exóticos; después comenzaron a viajar a otros estados para probar la comida de otras regiones, incluso llegaron a viajar del país para tener mejores experiencias con platillos internacionales.

Sin embargo, cuando ya habían agotado todas las opciones que su dinero podía pagar, comenzaron a visitar locales pequeños, puestos ambulantes e incluso hasta vendedores en las esquinas de la calles.

Román era feliz por que había recuperado el amor de su vida y solo necesitaba cumplir sus antojos culinarios para que ella se comportará como la mujer que el pensaba  que necesitaba, Cristina también era feliz, pero no por que había restaurado su matrimonio, si no por que ahora sabía que había desperdiciado gran parte de su vida al prohibirse tantos sabores únicos debido a la tonta idea de que los restaurantes eran malos; ahora, con el dinero de Román, podía probar todo lo que se imaginará.

No paso mucho tiempo cuando Cristina empezó a cansarse de seguir la misma rutina y de probar la misma comida una y otra vez. Ella buscaba nuevos sabores, mientras que Román, en su afán de satisfacerla para mantenerla a su lado derrochaba dinero en sus caprichos.

Contrato a un grupo de chefs ejecutivos,  quienes tenían la tarea de crear nuevos  platillos  todos los días para Cristina. Cuando no fue suficiente contrato a un grupo de científicos especializados en tecnología de alimentos para que, en conjunto con los chefs ejecutivos, crearan platillos novedosos. Cuando llegó el momento en que eso no era suficiente comenzó a comprar animales de distintos circos, con los que los chefs ejecutivos y los científicos creaban más platillos novedosos. Por supuesto eso no fue suficiente, por eso tuvo que contratar cazadores furtivos para conseguir animales aun más exóticos y que los chefs y científicos trabajarán en nuevos platillos todavía más novedosos.

Claro que igual que en  todas las ocasiones anteriores, Cristina empezó a cansarse de todo.

Una tarde en la que Cristina mostró su creciente desprecio por Román debido a su incapacidad para satisfacerla, el no pudo más y le propinó un fuerte golpe en el rostro. Cristina cayó al suelo, sollozando y gritando toda clase de improperios hacia Román pero, de momento, guardo silencio. El, asustado y arrepentido, se acercó a Cristina, se arrodillo junto a ella y comenzó a pedirle perdón por lo que había hecho. Ella no le hizo caso, simplemente lamia la sangre que escurría sobre sus labios desde su nariz.

El rostro de Cristina mostraba la misma fascinación que la primera vez que visito un restaurante, algo que Román notó.  Esa misma noche Román despidió a los científicos y los chefs, además de informar a las autoridades de aquel país africano sobre los cazadores furtivos; luego salió en el automóvil de uno de sus empleados.

Horas después regreso acompañado por una prostituta; una mujer joven, posiblemente más joven de lo que aparentaba, con una hermosa piel blanca  y un vestido negro más fino de lo que realmente era. Poco le  duró el gusto a la jovencita pues, en cuanto Cristina los vio entrar, Román la tomó por el cuello y lo apretó con todas sus fuerzas hasta que dejó de respirar.

Román nunca había destazado a un animal, mucho menos a una persona; pero había visto en muchas ocasiones a los chefs despellejar a los animales que el compraba o que los cazadores le mandaban, así que pensó que podía hacerlo.

Horas después, Cristina recibió en su comedor un platillo de apariencia extraña. Román había seguido una serie de documentos que los chefs y los científicos habían dejado tras su abrupto despido. El estaba nervioso, era la primera vez que cocinaba, que destazaba a un ser vivo, que asesinaba  a alguien......... pero supo que el esfuerzo había valido la pena cuando miró la felicidad y el placer en los ojos de su amada Cristina.

Así, noche tras noche, Román siguió mejorando tanto  sus técnicas para cocinar como sus técnicas para obtener el alimento. Llevo prostitutas, maestras de escuela, albañiles, deportistas, incluso un para de niños recién nacidos a los que, tiernamente, llamo corderitos. Todo con tal de satisfacer las necesidades de Cristina.

Pero al igual que en todas las ocasiones anteriores, llegó llegó momento en el que no fue suficiente.

Román ya no sabia que hacer. Se sentía desesperado e impotente. Nada saciaba ni saciaria los antojos de su esposa. Había sido arrastrado a un espiral de locura y todo con tal se rescatar su matrimonio. Sabía que era cuestión de tiempo para que Cristina lo abandonará, con la mitad de su dinero y sus propiedades, a buscar nuevos alimentos que pudiera probar....

....Sin embargo, tuvo una idea.

Tomó una de las tijeras con las que destazaba el alimento y, sin pensarlo mucho, se corto la oreja derecha. Trato de soportar el dolor y de curarse a sí mismo aquella herida, no sin antes recolectar un poco de sangre para sazonar el nuevo platillo que tenía en mente.

Después de curar su herida y cocinar llevo el platillo hasta el comedor, donde Cristina ya esperaba con ansias. Ella miró con extrañeza a Román pero, cuando vio el platillo frente a ella, comprendió lo que sucedía. Román la miraba con angustia pensando en que aquel platillo no sería la suficiente.

Cristina examino el platillo con cuidado, lo olió y picó la oreja con el tenedor. Después de varios segundos de angustia para Román, ella corto un pedazo y lo comió.  La misma felicidad que había surgido en ocasiones anteriores iluminó su rostro y Román se sintió tranquilo.

Cuando Cristina se fue a dormir, Román se entretuvo lavando los trastes y pensando en la comida de los siguientes días. Se preguntaba que parte sería menos dolorosa de cortar.

FIN.

H

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