DESICIONES

17 1 0
                                    

Shinobu acababa de colocar un hermoso jarrón de porcelana con un original arreglo de flores. Todos los días, desde que Giyu regresó, se daba el trabajo de comprar flores y ambientar el pent-house con Ikebana.

-Niña tonta, no se porque todos los días haces eso...

-Sr. Urokodaki, las flores alegran el lugar y también transmiten sentimientos...

-No se porque Giyu-sama te permite llenar su casa de estas ridículas cosas -dijo despreciativamente sin dar muestras de haberla escuchado

-A Giyu-sama le gusta...

-Niña idiota -dijo Urokodaki gritando -no sabes que el amo es uno de los yakuzas más importantes y temibles que existen, como crees que le va a gustar tener un arreglo de flores en su propio cuarto!?

Ella sólo sonrío. Si al yakuza no le gustara sus flores las hubiera votado y más bien siempre las encontraba en su cómoda al lado de su cabecera de cama. Le gustaba tener esos detalles con él ya que para ella era una forma de mostrarle su agradecimiento por todo lo que él hacía por ella.

No sólo le había dado un techo, comida y ropa, todo de lujo y de primera calidad, además le pagaba sus estudios por lo que no tenía necesidad de trabajar, sino que la había salvado. Al principio, estuvo temerosa de que pasaría cuando Giyu regresara luego de haberla comprado. Ahora estaba cada vez más convencida que lo había hecho para salvarla de aquel lugar aunque sabía que él nunca se lo diría. No con esas palabras. Ella había aprendido a leer sus mínimos gestos. Sentía que cada día lo comprendía más y se había acostumbrado a sus largos silencios y su escasa expresividad. aunque era atento con ella al escucharla sobre todo aquello que ella le contara, ya que Shinobu cuando estaba con él tenía unos deseos de hablar y hablar sobre todo lo que había vivido ese día, y respondía toda las preguntas que ella se atrevía a hacerle, él, desde que había llegado, no había tenido mostrado ningún acercamiento especial a ella, ni siquiera la había vuelto a besar. Eso le generaba a Shinobu una serie de sentimientos encontrados: de desconcierto, de tranquilidad y de tristeza. Mientras lo había esperado a que regresara, había estado casi segura que él la haría suya, reclamando su derecho de haberla adquirido y de todo aquello que le daba, aunque ella se hubiera opuesto. Pero no lo hizó y no mostró, con el paso de los días, ninguna intención de hacerlo. Por un breve momento se sintió tranquila y segura, de que podía confiar en él y no iba a forzarla, pero conforme pasaban los día sentía que capaz ella no era lo suficientemente atractiva para él, algo que le estaba generando extrañas sensaciones en su pecho.

Por eso, ella dedicaba el tiempo que ahora tenía disponible, ya que no tenía que trabajar, para hacerle esos arreglos especiales de flores para él y prepararle personalmente sus alimentos, dejando que la servidumbre se encargará solo de la limpieza. Aunque durante las comidas él siempre se mostraba indiferente, ella estaba aprendiendo a leer en ese frío rostro y captar aquellos mínimos gestos que rebelaban si le había gustado ese u otro platillo. Nunca le había agradecido por la comida, pero ella ahora sabía que él disfrutaba de esos momentos juntos y que le agradaba los alimentos que ella con tanto cariño preparaba para él. Lo mismo pasaba con el Ikebana. Ella cuidaba mucho de guardar la imagen de Giyu con cada arreglo, no por nada sus profesores le habían dicho que era la mejor en ese antiguo arte japonés. Por eso pongo tanto esmero en cada detalle, porque es para él, se dijo a sí misma mirando absorta el arreglo que había dejado en la mesa central de la sala, hasta que el sonido del timbre del ascensor le hizo voltearse.

-Giyu-sama -le sonrió de felicidad

Él fijó su mirada por un momento en ella, y un tenue destello se vislumbró en aquellos azules ojos. Se sentó cómodamente en el sillón de la sala centrando ahora su atención en las flores que tenía frente a él

Yakusa EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora