Egipto es el último lugar en tener un sol ardiente escondido bajo mantas oscuras y densas en el cielo, que anuncian con una potente tormenta. Para los habitantes, era extrañamente increíble las pocas veces que el cielo se nublaba pero ellos aprovechaban eso para la tierra fértil alrededor del Nilo y los que se encontraban en el desierto debían encontrar refugio lo antes posible para no ser devorados por arenas movedizas.
Ese día, pasado el mediodía, también estaba presente una ligera sensación de ansiedad y silencio, tanto para los habitantes de Egipto como los Dioses que observan con seriedad esta reacción única de la Diosa del cielo.
Sin embargo, el Dios de la Guerra, quien caminaba por el templo a paso ligero pero firme, mirando algo cabizbajo, sin ser consciente de su alrededor y pensativo de sus viejas heridas sin sanar. Como su esposa Neftis, Diosa de la Paz, fue capaz de traicionarlo junto a su hermano mayor Osiris, el Dios de la Vida, ahora del Duat. Como su querido hijo, Anubis, fue la prueba de que ellos estuvieron juntos. Como fue chantajeado a gusto por él y como ese hecho destruyó su dignidad y su honor.
Simplemente no podía perdonarlo.
Pero tampoco podía perdonarse a sí mismo, por no tener idea de por qué le sucedieron esas cosas.
¿Acaso todo eso lo merecía? ¿Habrá hecho algo mal? ¿No era suficiente? ¿Tan patético era que todo sucedió a sus espaldas y no se dio cuenta de nada? ¿Cuando se habrá vuelto tan ciego ante el amor, a su esposa y a su hermano, que admiraba y respetaba sinceramente?.
Mas preguntas rebuscadas más aparecieron en su cabeza... Siempre concluyendo a la culpa, seguida de la ira y, cuando nadie estaba mirando, la tristeza y el llanto inundaban sus ojos rubíes. Su estado frívolo, burlón y malhumorado cubría todo rastro de sus verdaderas emociones. Nada de qué preocuparse, pensaba el Dios.
Pero...
Apretó los puños ante ese ciclo sin fin de dolor e impotencia hacia sí mismo. Debería estar concentrado en la competencia, en que un mocoso semidiós desea quitarle el trono de Egipto. Ese halcón... Horus, hijo de Isis, la Diosa de la Magia, quien en verdad tiene el apoyo necesario de la Eneáda para ganar, aun así le falta demasiado para superarlo.
Sacudió un poco la cabeza sin tomarle demasiada importancia al asunto con ese niño, solo necesita ganar y ya. Al diablo con los dioses que no tienen las agallas de llevarle la contraria y vencerlo. Sonrió un poco socarronamente para desaparecer segundos después de darse cuenta por unos de los anchos balcones del templo la nubosidad de Egipto.
Dándose un tiempo para detenerse y observar, se posó sobre sus codos, con los brazos cruzados en el muro. El cielo estaba tan gris que en cualquier momento explotaría la lluvia, escuchándose a lo lejos estruendosos sonidos que amenazaban su llegada.
–Madre... –susurró roncamente al aire entrecerrando los ojos bajo su tocado. No sabía cuánto tiempo habrá dejado su mente en blanco salvo la imagen de la mujer que le dio la vida. Tan hermosa y distante; como la recordaba.
¿Qué tantos recuerdos tiene junto su madre?, ¿Por qué no recuerda algún momento feliz con ella?, ¿Por qué solo recuerda la indiferencia con la que siempre ha sido tratado, llevándose los elogios su hermano mayor. De no ser por sus atroces asesinatos a mujeres y niños junto a actos egoístas de sangre e injusticia, que hubiera sido de él?
¿Hubiera podido sobrellevarlo él solo?
Una gota cayó sobre la punta de su tocado, seguido de varias hasta dar paso a la lluvia y mojar completamente el suelo. Más gotas salpicaban haciendo su rítmico tintineo, resonando junto al ligero silbido del viento.
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Bajo la mirada de Nut
RomanceEl Dios de la guerra está cansado. Desea que su alma sea disuelta. Lo que una vez tuvo -si es que fue suyo- no volverá. -Merezco tu distancia, madre...- susurró suavemente su voz interna mientras observaba perdidamente el cielo de Egipto, cubierto p...