Aquel día de último año | Minchan

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Minho y Chan siempre fueron lo que llamarías "tortolitos", eran esa pareja de la secundaria que causaba miradas y un montón de envidia porque fácilmente podrían pasar como una cursi película de Netflix. Se habían transformado en el estándar y cualquier persona hubiese deseado tener lo que ellos tenían. Miradas secretas, risas cómplices, almuerzos juntos, caminatas al terminal de buses de la mano, Chan llevando el bolso de Minho a todos lados, Minho usando la chaqueta de Chan durante el otoño, festivales escolares juntos, competencias deportivas, campeonatos académicos, viajes escolares.

Comenzaron a salir en primer año y de ahí nunca se separaron hasta su último día en la secundaria, una de las relaciones más largas en el campus y sin duda una de las más sanas, se apoyaban uno al otro, se felicitaban, estudiaban juntos y se habían transformado en el apoyo del otro.

La idea de que terminaran era impensado, ¿Por qué lo harían si se llevaban tan bien? Era claro que serían esa pareja que terminarían casados y viviendo juntos fuera del campus en la Universidad. ¿Verdad?

Todas esas tardes de risas, esos paseos escolares de la mano cubiertos por la chaqueta deportiva de Chan, esas tardes de festivales escolares que terminaban en noches comiendo parrillada junto a sus compañeros y que luego caminaban de la mano hasta la casa de Minho donde se despedirían de un beso con la promesa de verse al día siguiente. Esos cumpleaños con sorpresas y globos, desayunos hechos en casa en sobre-adornados bentos en el escritorio de Chan, globos en el salón de Minho cada veinticinco de Octubre.

Esos trabajos de verano en conjunto en el camión de helados en el centro comercial, Chan llenaba sus redes sociales de fotos de ambos vistiendo el uniforme reglamentario, riendo y tonteando. Pero por alguna razón siempre resaltando en todo. Siempre fueron los mejores estudiantes, los mejores atletas. Parecía que todo lo que hacían les salía bien.

Las peleas siempre en privado, días en absoluto silencio entre ambos, caminatas de pasillo que terminaban con un hombro frío al cruzar a la cafetería, negando la presencia del otro pero finalmente terminando atraídos por esa fuerza imaginaria que los unía, conversaciones en susurro detrás de las gradas del campo de fútbol, besos de disculpa, abrazos largos y firmes.

Chan estaría en cada competencia contra otras escuelas, animando el equipo de porristas de Minho, llevando a cada una de las chicas en la camioneta de su padre cuando tuvo la edad suficiente para tener una licencia, recogiendo a todas por la mañana y ayudando con el agua, con los vestuarios, cargando los bolsos y celebrando cada victoria. Luego las llevaba a todas de regreso, sólo Minho y él en el automóvil al final del día, manos entrelazadas y glitter en las mejillas y sienes de Chan por cada beso y abrazo compartido con su novia.

Minho celebraría cada campeonato de Chan en la piscina, de pie a un lado de su entrenador, llevando agua y una toalla, peinando sus rizos húmedos por el agua de la piscina, ajustando su gorra y sus lentes con cuidado de no acentuar más las marcas que quedaban en el rostro del chico luego de un largo día en el agua. Masajeaba sus brazos y le gritaba cada vez que Chan sacudía su cabello como un cachorro y mojaba su rostro por consecuencia. Le celebraba cada victoria con besos ruidosos.

Eran la pareja perfecta. El tiempo que llevaban juntos les hacía hablar sin abrir la boca. Unidos por la cadera, dirían algunos profesores.

Pero el último día de clase del último año, trajo la más trágica noticia.

Minho y Chan ya no eran una pareja.

Todos recordarían verlos marchar juntos como cualquier otro día, Minho subiendo al automóvil de Chan con una sonrisa calma, Chan cargando el bolso de Minho como cada tarde, su mano descansando detrás del asiento del copiloto mientras salía del estacionamiento manejando. Como cualquier otro día.