Nadie, por razones de respeto más allá de la camaradería, se atrevía a interrumpir a Riki cuando miraba sus fotografías.
El viento se lleva el humo que sale de labios de Sunghoon, en dirección contraria al escritor quien agradece al curso de la ventisca se dirija al extremo contrario y no se instale el horrible humo en su nariz. Un día nublado, desde el amanecer hasta el atardecer que se desarrolla frente a sus ojos, un día de los que Jungwon tanto disfruta y Jay sonríe de recordarlo, inevitablemente, con la mirada al suelo tres pisos abajo desde el descanso en la escalera de incendios.
¿Estaría durmiendo todavía? ¿Pensaría en él en sus sueños? Ya van siete días y seis noches desde la última vez que se vieron, bailando un vals imaginario al ritmo de los acordes de Sunghoon desde la mesa.
—Oye, Tintero. — recibe un sutil golpe en el hombro, cortesía del músico a su lado. —¿En que piensas?
Jay sonríe, negando con la cabeza y sacudiendo la pelusa inexistente de su pantalón. El viento frío le acaricia las mejillas, se lleva mechones de su cabello negro y sonríe, hacia el cielo. Tonos naranjas jugando a ganar territorio sobre los rojos, un amarillo que abruma en un calor emocional y la naturaleza pinta el cielo de colores.
—En alguien. — responde con melancolía.
Riki enfoca desde detrás de su lente y el sonido del disparador truena justamente cuando Jay parpadea, perdiéndose del momento exacto que su colega ha podido fotografiar. —Esta es buena, debería dártela. — agita la lámina, revelando la captura. La instantánea se aclara a cada sacudida y su captor la observa con recelo.
—¿Me tomaste una foto? — lo mira con diversión, desde su sitio pasos adelante y el fotógrafo se encoge de hombros.
—Te atravesaste en la toma, no es mi culpa.
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Para Jay, vestido en la piel de Víctor y con la mente en los callejones de París, todo parecía más fácil de sentir y de expresar cuando de Jungwon trataba. Hacerle honor a sus piernas desnudas y pies inquietos y descalzos era una tarea mucho más sencilla de hacer en letras, aunque su mente lo traicionara y de repente cambiara la toma de Beatriz y su cabello largo y despeinado por el corto e igual de desordenado de Jungwon. Muchas veces tuvo que corregir el sexo del personaje porque cierto pintor se atravesaba por ahí, cambiando una A por una O cuando escribía la palabra “Precioso”.
Se encuentra a sí mismo sentado al pie de una escalera, mientras Leonardo saca fotos a la nada y al todo, Pierre se termina otra cajetilla y Víctor se desconecta del ambiente pensando si aquella excéntrica pintora seguirá durmiendo todavía. Puede observar desde su sitio como la imagen de la espalda de Víctor ensombrece por el ángulo del sol y la instantánea de Leonardo se titula “En alguien”, con un rotulador negro y una caligrafía espantosa.
Jay observa la fotografía descansando en su mesa, a un lado de su computadora y se repite que, Riki debería considerar seriamente hacer ejercicios de caligrafía. Sin quererlo se ríe y continúa, un diálogo en el que Víctor le pide a su colega de desdicha dejarle eso de la escritura a quien tenga una letra legible, pero Leonardo solo le sabe responder con su curiosa manera de evadir las cosas sin darle demasiada vuelta.
—Pienso en muchas cosas todo el tiempo, no es mi culpa que se escape el caos a mis dedos.
—Excusas baratas. — le reta Pierre con el cigarrillo en los dedos. —De artista, de las peores.
El fotógrafo se ríe sin mostrar los dientes, con la tapa del bolígrafo entre sus labios. —Conserva esta fotografía. —la extiende al escritor, con los dedos largos y fríos. —A lo mejor la usas de portada cuando termines un libro.Y Pierre se suelta a reír con ganas.
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—¿Qué es eso?
Jungwon se gira con el pincel en la mano, apenas media vuelta para mirar a Jay de frente, tumbado en la alfombra.
—¿Ah?
—Eso. — señala con un dedo una pintura cubierta de un retazo de sábana blanca, al fondo del estudio. —No estaba aquí la última vez que vine.
—Hace dos meses que viniste. — continúa con su trabajo, delineado los labios durazno del retrato.
—¿Ha pasado tan poco tiempo? —suelta al aire, pensando en voz alta.
Jungwon escucha con cuidado y sin moverse, pero no hay otra respuesta, ni otra pregunta. —No soy de medir el tiempo, pero, si, creo que es poco. ¿Lo es para ti?
Jay niega desde su lugar, sus manos bajo su cabeza. —Es relativo. Siento que te conozco de mucho antes, no de sesenta días contados.
El pintor deja a un lado su labor, metiendo el pincel en un vaso con agua. Se limpia las manos en el trapo que lleva al hombro y camina sobre sus pies descalzos, soltando el suelo uno o dos quejidos de madera a su paso. Jay alza la vista de su labor delineando sombras y figuras inexistentes sobre el suelo, interrumpida su visión por dos pies pequeños, a medida que avanza se develan largas piernas, rodillas casi juntas y muslos suaves, escondidos detrás de una camiseta rasgada.
Jungwon se inca frente al escritor y entonces, este enfoca ahora labios curvados, nariz pequeña y un par de ojos llenos de chocolate, que lo miran con un brillo indescifrable, así, como todo Jungwon en un adjetivo compacto. Su cabello siempre despeinado, las puntas tocando sus párpados al caer estos con lentitud. Ha dejado de respirar sin darse cuenta hasta que finas manos le sostienen las mejillas y respira: una bocanada de aire fresco, como un buzo que sale a flote después de hundirse en lo profundo del mar, cuando deja de ser azul y es oscuro, oscuro como el cabello del pintor, oscuro como sus ojos.
Aire, se le escapa de los pulmones y los siente ardiendo. Pulso, que lo delata sorprendido cuando los labios de Jungwon se posan contra la piel de su frente y ruido, mucho ruido es el que hace su corazón martillando sus oídos sin tregua.
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pinceladas sabor chocolate ✧ jaywon
Fanfictionjungwon pasa sus tardes buscando musas en un café cerca del estudio que le sirve como hogar. siempre pidiendo un café americano con dos de azúcar, una cámara en mano y un lapicero junto a un bloc de notas. jay entra al mismo café de la mano de su n...