01. Un Salto a la Oscuridad.

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Entonces, allí estaba.

Había mirado aquel enorme agujero que perforaba la tierra durante mucho tiempo, y aun así no podía decidirme.

Miré a mi alrededor por centésima vez. Había un hermoso bosque lleno de plantas verdes y pequeños animales a mi alrededor. La paz que se respiraba en aquel lugar era increíble. Se sentía bien estar allí. Además, más allá, estaba la ciudad. Donde estaba todo lo que creía que me importaba.

Sin embargo, los suspiros se habían vuelto mi pan de cada día mientras hacía memoria de una vida diferente. Una vida al otro lado del enorme y profundo agujero.

Allá, había un mundo, una persona, que eran mejores que todo lo demás. Sabía que la forma de regresar con Él era saltando hacia aquel abismo, pero eso significaba dejar todo lo que me importaba.

Así que allí seguía. Considerando si saltar a la oscuridad o no.

Estaba a punto de irme, cuando los recuerdos de nuevo me embargaron. Un recuerdo en particular.

Estaba en mi habitación. En ese otro mundo, al otro lado del agujero. Estaba platicando con Él.

—Es que, eres tan bueno —decía—. Gracias por lo que hiciste hoy. De verdad que cambiaste mi mundo por completo. Una nueva familia, un nuevo grupo de amigos, nuevos sueños, una nueva vida —la felicidad destilaba de mi rostro, como jamás lo había hecho en el lado del agujero donde estaba—. Yo no tenía esperanza en ese viejo mundo, aunque no quisiera admitirlo.

Recuerdo reconocer que no podía verlo, pero también estar completamente segura de que estaba allí conmigo.

La vida no fue muy sencilla después de eso. Las situaciones difíciles existían del otro lado del agujero. Sin embargo, recordaba que aún en medio del dolor o el fracaso, Él siempre estaba allí. Él era mi consolador. No había nadie mejor que Él en eso.

Al final, en mí se cumplían las palabras dichas por el salmista:

«Con todo, yo siempre estuve contigo;

Me tomaste de la mano derecha.

Me has guiado según tu consejo,

Y después me recibirás en gloria.

¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?

Y fuera de ti nada deseo en la tierra.

Mi carne y mi corazón desfallecen;

Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre».

Un suspiro anhelante salió de lo hondo de mi corazón. Jamás dejé de extrañarlo. Es que, no se trataba de que fuera la vida más intensa o atrevida. Ni siquiera de que fuera una vida cómoda y predecible. Se trataba de que Él estaba allí conmigo. Eso era suficiente.

Sin embargo, cada vez que pensaba en saltar, escuchaba aquella voz que me decía que me perdería de algo bueno al hacerlo.

Pensé en mi lujosa casa, en mis muchos amigos y en el otro. Me di cuenta de que no estaba dispuesta a creerle a Dios.

«Vanidad de vanidades, dice el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad», recordé.

Sus palabras no dejaban mi mente.

Al Final de Nuestros CaminosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora