Prólogo

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1.

En el transcurso de nuestro decimosexto verano de vida en la Zona Cálida, todavía escapando de las autoridades con suma agilidad, mi hermana Eleanor y yo caímos en la trampa del Estado. Aún, durante las noches despierto en el recinto, recuerdo sus ojos llenos de lágrimas y preocupación, intentando preguntarme silenciosamente que sucedería con nosotros a partir de ese instante. Desde ese momento, ambos supimos que nuestras vidas cambiarían para siempre.

Nos han traído a un gran juzgado, todo es color blanco con detalles en madera de roble y plata. He estado encerrado en una celda, dentro del recinto de la Penitenciaria, durante un lapso de 20 días desde la última vez que mi hermana y yo logramos vernos en el último conflicto que causamos para escapar de la ciudad. De veras la echo de menos y no dejo de culparme. Nuestros padres no querían algo así para nosotros. Dentro de esta provisoria habitación, ingresan comida 2 veces al día, la cual rara vez logro ingerir. Intenté despejar mis pensamientos caminando por el cuarto durante un tiempo. Se encontraba precariamente amoblado con una cama -de hecho, era sumamente confortable-, pequeños hologramas con la imagen de color azul del Ministro de Seguridad Peter Waypines, entre otras -no muy interesantes- cosas que me limite a observar con descuido.

Luego de un rato, me detuve frente al espejo, mi ojo derecho se encontraba cerrado gracias al moratón alrededor de él, en el que no se definía un color exacto. Me distraje durante un momento oyendo, lejanamente, los gritos de un hombre. Segundos después oí un disparo y los gritos cesaron bruscamente. Me estremecí y volví a recostarme en la pequeña cama intentando no emitir sonido alguno.

Después de varias horas -no sé exactamente cuántas- de sólo observar el techo, decidí mantener los ojos cerrados durante un momento hasta que oí que alguien ingresaba a mi celda. Una esbelta mujer con cabello rubio recogido, ojos oscuros, tacones que resonaban a cada paso y dos hombres a su lado, se presentó como Aveline Coudray, la nueva Ministra de Seguridad de mi actual ciudad,Asseldor.

-Como usted sabrá, señor Magnusson, ha sido condenado por una gran lista de crimines en Asseldor y sus ciudades, pueblos y fincas en los alrededores. Como la Ley nos ampara, deberíamos asesinarlo inmediatamente tanto a usted como a su gemela, la señorita Eleanor Magnusson. -Me estremecí al oír su nombre- En las juntas correspondientes al caso, las demás autoridades judiciales, sin incluirme, plantearon otro tipo de sentencia para ustedes. Se les comunicará el resultado en la audiencia final, esta noche. -Su tono autoritario no causaba ningún efecto, más que rabia en mi interior.- No se ilusione, Señor. No todo se vuelve a su favor, ¿No lo cree? -El hombre a su derecha, un muchacho no muy alto, pero sí fornido, le dirigió en silencio una mirada de desaprobación.- ¿Tiene alguna duda?

-¿Puedo ver a mi hermana? -Dije, sin pensar en las consecuencias que eso ameritaba.

-Claro que sí, Alexander. Después de todo, los condenados a muerte tienen un último deseo, ¿Verdad? -Me dirigió una sonrisa de satisfacción y mantuvo su vista sobre la mía durante unos minutos. -Ross, Jared: Acompáñenlo a la celda número 593.

Los dos "guardaespaldas" de Aveline, simplemente me escoltaron hacia la celda. Ingresamos a un pequeño elevador, de color plateado-literalmente era como para una persona-, y nos detuvimos en duodécimo piso. Descendimos tranquilamente de él y me guiaron en dirección hacia la última de las puertas, la más aislada, "La Puerta Negra". Había 8 de estas puertas en todo el mundo, 4 del Hemisferio Cálido y 4 del Frío, pero realmente, nadie desea estar detrás de esas puertas.

Para la mala suerte nosotros, los Magnusson, Eleanor se encontraba detrás de la tercera Puerta. Dos guardias se mantenían de pie a cada lado de ella para resguardarla. En cuanto me acerqué a la pequeña ventana, cubierta de barrotes de plata, logré verla: Mi hermana se encontraba sentada en el grisáceo suelo, mientras se abrazaba sus largas piernas, su rubio cabello enmarañado cubría completamente su pálido rostro y por último, sus ojos color hazel, empapados en lágrimas, recorrían una y otra vez la celda, en busca de ayuda.

-¿Puedo entrar? -Observé por el rabillo del ojo al guardia de mi izquierda, que asintió y luego colocó su pulgar en el detector de huellas digitales. La Puerta se abrió, Eleanor se sobresaltó y sus ojos se abrieron como platos.

Al verme, se puso de pie para acercarse a mí, pero su fuerza no era suficiente para caminar. Me acerqué lentamente hacia ella y la envolví en mis brazos, oí que lloraba en mi hombro mientras sus manos, en forma de puño, me golpeaban levemente en parte superior de la espalda.

-Alex, ¿Qué sucederá ahora? ¿Ha ido Coudray a verte también? -Su voz temblaba, había alejado sus brazos de mí y los mantenía cruzados en su pecho, observándome con cierta dejadez, pero preocupada.

-Sí, Elle. Ha ido a verme, me ha dicho algo sobre nuestra... condena -Enarcó las cejas, asustada- Esta noche la decidirán. Creo que tengo una idea sobre eso, luego te lo explicaré -Observé al guardia que se encontraba detrás de mí. -Te veré pronto, lo prometo. -Besé su frente y el uniformado me guio fuera de la celda. En el camino hacia mi provisoria "habitación", logré encontrar con la mirada la "Sala de Reuniones de los Ministros", en la que se encontraban debatiendo sobre mi vida o mi muerte.

-¿Cuándo podré hablar con, esto... -le dije a uno de los guardias que me escoltaban- Cordero?

-¿Hablas de Coudray? -Me respondió el de la derecha, entre risas- Se encuentra en una reunión, genio. En unas horas irá a informarte sobre tu desamparado destino.

Al llegar a mi celda, me empujaron dentro y la puerta automática se cerró.

Durante horas, no logré hacer nada más que pensar. Sentía que los nervios consumían mi estómago, hasta que recordé algo que papá me había dicho antes de partir. Busqué el punto ciego de la única cámara de seguridad que se encontraba dentro de la celda (que era detrás de mi improvisada cama) y me coloqué allí para poder pensar sin sentirme... vigilado. Recordé las palabras de Josh:

"A partir de hoy, debes prometerme que canalizarás tus pensamientos en buenos momentos. Tu madre y yo no nos arrepentimos de nada de lo que hemos hecho. El amor no es un delito, ni mucho menos un pecado. Todo esto ocurre por una razón, Alex. Tu hermana y tú son los únicos nacidos del hielo y el fuego, deben ser protegidos"

Luego de eso, Eleanor y yo debimos abandonar toda esperanza de reencontrarnos con nuestros padres. Mi madre, Anne, era residente del Hemisferio Norte cuando era joven y mi padre, Josh, del Hemisferio Sur. Una de las principales leyes de ambos Hemisferios se valía de que, únicamente, los representantes de dichas partes del mundo podrían interactuar en un punto medio para debatir diferentes puntos de vista sobre lo que cada uno necesitaba, o mismo sobre la Zona Cero, que se encontraba en el centro del mundo, donde nadie habitaba.

La relación de mis padres era ilegitima al Acuerdo de Fidelidad, por ende debieron castigarlos. Este Acuerdo, raramente se veía afectado por algún delito, por lo que mis padres no tuvieron un castigo inmediato. Luego de que mi hermana y yo naciéramos, los cuatro vivimos en el Hemisferio Sur hasta que el anterior Ministro de Seguridad, el señor Peter Waypines, descubrió que mi madre no pertenecía allí. Es decir, físicamente no parecía de aquí, pero no había pruebas contundentes que la acusaran. De cualquier manera, Aveline ingresó a mi celda y quitó esos pensamientos de mi mente.

-Sus oportunidades han cesado, Señor Magnusson.

-¿A qué se refiere? -Le contesté, con cierto nerviosismo.

-La nueva petición fue totalmente denegada. Su ejecución se programará para dentro de dos días, por la mañana.

The guardiansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora