El arte de no saber

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     El despertador había sonado por tercera vez y Jimin ya no podía soportarlo. Odiaba, DETESTABA ese maldito sonido, respetaba mucho a la gente que sabía componer, y realmente entendía la intención de esa melodía, pero escucharla luego de haber dormido tan sólo dos horas, no era muy agradable. Siendo justos, no era culpa del pobre sonido que él se hubiera amanecido jugando emotional world, el último juego para teléfonos móviles que había salido al mercado. Lo interesante y novedoso de este juego, es que estaba diseñado para funcionar hasta en el teléfono más básico que pudiese existir y, además, era con mundo abierto, por lo que podías encontrarte con otros jugadores que te ayudarían en el transcurso del tiempo. A Jimin no se le hacía difícil avanzar y completar misiones, pero a veces se aburría jugando solo y de seguro harían eventos cooperativos.

Somnoliento, con los cabellos alborotados y unas prominentes ojeras, se levantó si tener la intención de extender su sufrimiento y dejar que la alarma volviera a sonar. Tomó su toalla amarilla, la cual tenía dibujos de pollitos, se puso sus pantuflas, amarillas también y caminó hacia el baño.

Colocó su canción favorita de four kings, el grupo de kpop que más le gustaba y entró en la ducha. A veces miraba su reflejo en la puerta de vidrio de la ducha y se desconocía ¿en qué momento había crecido tanto? Bueno, tampoco digamos que tanto, si al final, su estatura era bastante normal; un metro y setenta centímetros, para ser exactos, aunque su cuerpo era bastante armónico. Sus mejillas, siempre tan marcadas y "adorables" para las personas, esa mirada, con la cual parecía hablar y sonreír... soltó un suspiro. Recientemente se había teñido el cabello y ahora lucía un hermoso tono rubio, ni muy llamativo ni muy apagado, y su mejor amigo, Taehyung, siempre le decía que, con ese color, parecía que el sol brillaba sobre él cada vez que sonreía. Con ese recuerdo en mente, fue hasta su habitación para vestirse y bajó corriendo las escaleras justo en el momento en el que su madre le gritaba que el desayuno estaba listo.

—¿Otra vez vestido así? —cuestionó su madre al revisar el atuendo que llevaba puesto.

Jimin sólo rodó los ojos y siguió comiendo ¿es que nunca iban a aceptarlo? Él simplemente se vestía como quería, y esta vez no era la excepción. Estaban a mitad de primavera y el viento ya no era tan frío como hacía unas semanas atrás, así es que se había atrevido a usar unos shorts celeste pastel que le llegaban a la mitad de los muslos. Calcetines blancos hasta la rodilla, zapatillas blancas, de plantilla alta y algunas decoraciones de la marca en azul, una polera con rayas horizontales de color blanco y azul prusiano intercaladas y encima llevaba una chaqueta de mezclilla con algunos pines decorativos... aunque había uno de ellos que descansaba en uno de los bolsillos de la chaqueta; lo utilizaría más tarde.

—Primero fue el asunto de las clases de ballet, luego te teñiste el cabello de ese horrendo color, pareciera que el gato hubiera cambiado el pelaje sobre ti y ese... aro ¿es necesario? Sabes que a tu padre no le gustan esas cosas...— susurró su madre. Jimin entendía que, en realidad, el problema de su madre no era lo que él usara, cómo se vistiera o con quién saliera; el problema era el machismo inquebrantable de su padre.

Agradecido de no tener que verlo hasta dentro de cuatro semanas más, tomó la mano de su madre por encima de la mesa y le miró a los ojos.

—Prometo que me teñiré el cabello de negro y me quitaré el arete antes de que él llegue. Sabes que te amo y no dejaría que pases otro mal rato por mi causa —le dedicó una sonrisa y su madre le correspondió.

—Sabes que también te amo... sólo, no permitas que los amigos de tu padre te vean así, sabes que no podré hacer mucho si...

Omma —la interrumpió en seco—, ya tengo veintiún años, puedo cuidarme solo —le dedicó una última sonrisa a su madre antes de comenzar a comer con la cabeza gacha, porque él sabía que ella sabía.

RomeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora