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Para su sorpresa, los próximos días pasaron más rápido de lo que esperó, su nuevo trabajo (uno que consiguió gracias a su madre) le permitió desenvolverse en un ambiente nuevo, con pocas interacciones humanas y manteniendo sus pensamientos apagados. Organizar una biblioteca podía lucir como una ardua tarea, pero para ella era relajante, colocar cada cosa en su lugar le daba cierta satisfacción y que todo luciera impecable la llenaba de orgullo. Sí, por fin estaba encontrando cosas en las que era buena, no obstante algo que golpeteaba su parte más sensible era el albergue... y Puchi.

La relación que mantenían era de amor/odio/putearse, le permitía limpiar su arena e incluso cambiar su comida, pero un paso cerca de ella y todo se volvía un desastre (en el que debía salir corriendo si quería conservar su vida), aún así lo veía como un progreso, no podía presionarla e intentaba acercarse todos los días un poco más, pero no quitaba lo triste que se sentía verla de ese modo. Quería acariciarla, sostenerla, poder ver sus ojitos y como estos se cierran al recibir caricias en su cabeza, jugar con ella y acurrucarse en la cama para dormir juntas, ¿era eso mucho pedir?

No y sí, por supuesto que era un reto, uno que estaba dispuesta a cumplir, pero el tiempo inevitablemente se escapaba de sus manos y no había marcha atrás. Jueves, un día antes del viernes y sin excepción, las horas más lentas de la semana, era exhasperante el calor que sentía en ese momento, los murmullos de todos allí presentes la volvían irritable, aunque unos gritos provenientes del final del pasillo la alertaron. Sus pies se movieron de manera automática haciendo que corriera y al detenerse, su rostro reflejaba un océano de emociones que no podía controlar.

El chico nuevo sostenía un objeto alargado con salpicaduras de sangre, su rostro tenía rasguños y Puchi se encontraba en una esquina temblando, ¿quién demonios le había dado derecho de entrar allí? Su cuerpo se movió de manera brusca, sintiendo el enojo en la punta de sus dedos y con una fuerza que no pensó poseer, agarró al tipejo del cuello pegandolo con fuerza a la pared y gruñó.

— ¿Qué le hiciste? Y más te vale decirme la verdad o tendrás problemas.

— S-solo quería molestarla, no pensé que realmente fuese agresiva, a ti te dejaba entrar siempre y no te sucedía nada. A-además no le pegué muy fuert-

— Eres un idiota y por gente como tú es que hay tantos animales en la calle o que terminan muertos, no te quiero cerca de ella nunca y si te atreves a aparecer por este lado nuevamente, voy a mostrarte lo que una demente puede hacer, ¿entendiste?

Al ver como este asentía frenéticamente lo soltó viendo como corría de ahí y sin esperar a que otra persona entrara, cerró la puerta con cuidado sentándose en la otra esquina, observando a la felina con preocupación. ¿Logró herirla mucho? Estaba rogando porque no fuese de ese modo, aunque sin poder evitarlo, pequeñas lágrimas inundaron sus ojos haciendo que un sollozo escapase de sus labios. "Mierda, no puedes llorar Aeri, tienes que ser fuerte, necesitas..."

Quiso continuar envuelta en sus "palabras motivacionales", mas un movimiento cálido la distrajo, la gata se encontraba frente a ella observándola con algo que sabía describir, no había rabia ni miedo en su mirada, era soledad y vacío. Una sensación a la que había estado tan acostumbrada que verla en otro ente la hacía sentirse vulnerable, ¿era esa la razón por la que no se había rendido con ella? Sí, eran iguales.

Intentando no aprovecharse de su confianza, movió su mano de manera sutil acercando la misma al animal, lo que no esperó fue que esta pegara su cabeza cerrando sus ojos de manera instantánea ante el tacto y fue ahí cuando no lo pudo contener, el llanto en el que había estado ahogándose por fin la estremecía. Sus dedos no paraban de acariciarla y las lágrimas que quemaban sus mejillas les daba paso a un sin número de cosas que no deseaba repetir en voz alta.

Enojo, tristeza, abandono, reemplazable, segunda opción, cicatrices, frialdad; al fin y al cabo sola.

Hasta ese día.

(...)

Cuando la sostuvo entre sus brazos se sintió completa, la tranquilidad se coló en su corazón y supo que ese era el día, se llevaría a Puchi a su casa. Había comprado todo lo necesario para que estuviese cómoda en su nuevo hogar; la mejor comida, buenos juguetes, una mini cama para una bebé grande y llevaba consigo lo mejor de todo, su amor, porque eso era lo que pensaba entregarle sin refutar, la calidez que le había faltado durante tanto tiempo.

Desde ese momento la vida misma comenzó a cambiar, sus tardes eran entretenidas, las caminatas diarias parecían ser refrescantes (con una pequeña felina en su coche favorito, porque sí, la reina no quería caminar en esos lugares), las felicitaciones de su psicóloga la motivaban a mejorar e incluso su familia lucía orgullosa de su progreso. Cada pieza caía en su lugar y fue cuando lo comprendió.

Cada pequeño obstáculo en su vida fue colocado con un propósito, era fuerte, capaz de lograr lo necesario si ponía su mente en ello y necesitaba recordarse que era humana; frágil, con miedos e inseguridades, pero con mucho amor para dar, con una mente basta para soñar y con una sed de ayudar a todos aquellos que no pueden expresarlo con palabras.

Porque los regalos provienen de los lugares que no imaginamos, las mejores compañías de quien menos lo esperamos y un mero comportamiento no define la esencia de un individuo o ser, el darle el tiempo al tiempo y esforzarse por crear un mínimo impacto puede marcar la diferencia.

Y un pequeño tropiezo no te define como humano, sino lo que haces por volver levantarte y continuar.

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𝓜𝓸𝓷𝓸𝓽𝓸𝓷𝓲𝓪 - 𝓐𝓮𝓼𝓹𝓪 𝓖𝓲𝓼𝓮𝓵𝓵𝓮 -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora