Un Amor Prohibido.

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Hace miles de años existía un castillo que cargaba con una aterradora leyenda. En el interior de sus muros de piedra vivía un ser que se alimentaba de la desesperación, el dolor y el sufrimiento de los demás.

Nadie se había atrevido a cruzar sus inmensas puertas de madera maciza. Y los pocos que fueron capaces de aproximarse a los alrededores juraba haber oído lamentaciones y unas cadenas de hierro siendo arrastradas por las piedras.

Jamás se conoció la naturaleza de aquel ser hasta que entró el nuevo siglo. La gente comenzaba a verle en los balcones del castillo y los pocos habitantes del pueblo colindante dejaron de acercarse a esas tierras. Pero un día, el hijo menor de un mecánico, decidió ver con sus propios ojos aquella criatura.

Se coló con sorprendente facilidad en un edificio que parecía abandonado. Las alfombras raídas, las cortinas hechas jirones, los muebles volcados por doquier. No había nada vivo entre esas paredes. Al menos hasta que cayó la noche.

Estaba absorto mirando como la luna se deslizaba a través de las nubes lanzando halos de luz blanquecina que iban a parar al suelo de piedra. De soslayo vio como una figura se desplazaba tras su espalda. Tragó saliva al darse cuenta de la piel pálida de la cosa que se movía tras él.

Con cuidado comenzó a girarse. Encontró un hombre erguido, de pelo oscuro y anchos hombros. El extraño le observaba detenidamente, incluso aspiró una gran bocanada de aire, al hacerlo se relamió los labios.

El chico dio un paso hacia la derecha buscando una salida, pero el hombre alzó una pálida mano que en contacto con la luz de la luna se asemejó a la de un esqueleto.

—Mis dominios —empezó con voz pausada y silbante —han sido traspasados por un invitado que no estaba en la lista.

El chico dio otro paso ganándose la mirada helada del hombre frente a él.

—Y tú serás quien me acompañe por el resto de mi existencia. —Se aproximó hasta que su cara estuvo a pocos centímetros de la del contrario—. A no ser que decidas irte. Pero si lo haces ya te advierto que volverás.

—¿Por... por qué querría... volver? —Más que temor sentía un nerviosismo extraño por la cercanía de ese hombre.

—Hace muchos años una adivina me leyó el futuro. Dijo que estaba destinado a alguien que todavía no había nacido. Que él sería el único capaz de traspasar las barreras de mis dominios. —Pasó la yema del dedo por el cuello del joven y ambos notaron un estremecimiento—. Me dijo su nombre y hasta el día de hoy he estado anhelando su nacimiento. Tu nacimiento, Jacob.

—¿Cómo sabe...? Yo no soy su pareja.

—Dime, Jacob. ¿No has soñado alguna vez con la luna llena? ¿Con las sombras rodeando muros de piedra?

El chico reconoció en su fuero interno que así era, pero decirlo enfrente de esa cosa era ir demasiado lejos.

—No. Se equivoca de persona.

—Un día escuchaste mi nombre en tus sueños. Dilo —susurró. Jacob notó cómo se le encogía el estómago—. Dímelo.

—No hay nada que decir.

—Di mi nombre y serás libre.

Jacob le sostuvo la mirada. Esos ojos que mezclaban el amarillo y el rojo en un extraño espectáculo de belleza. Lo dudó unos minutos. Al final cerró los ojos y dejó que aquel nombre escapara de sus labios.

—Emmett.

Al abrirlos estaba solo. Pensó que fue la luz de la luna quien le jugó una mala pasada, pues allí no había nada ni nadie.

Transcurrieron tres meses en los que no paraba de soñar con ese castillo. Sentía como la mano pálida y helada de esa criatura le recorría el abdomen hasta el pecho y el cuello. Y lejos de horrorizarle le encantaba la sensación de esa piel encendiendo la suya. Pero al despertar siempre estaba solo.

Como Emmett predijo volvió al castillo. Pero no había rastro de él por ninguna parte. Pasó por cada estancia  de la planta baja y de la primera planta hasta que recordó lo que decían los vecinos. Lo veían asomado al balcón. Se fue guiando por la luz que entraba en las diferentes habitaciones hasta que encontró la principal. Allí estaba. Subido a la barandilla de piedra. Jacob ahogó un jadeo de terror al verlo ahí.

—No lo hagas —suplicó. Emmett no se giró.

—Ya estoy muerto sin ti.

—Entonces ven a mí.

Emmett se dio la vuelta lentamente. Jacob suspiró aliviado al verle bajar y entrar en la habitación.

—¿Me quieres a tu lado?

—Te quiero a mi lado —repitió—. Me quedaré aquí, no pienso alejarme de ti jamás.

—Pero soy una bestia, un sanguinario, un desterrado, el terror de todo un pueblo. Y tú, sin en cambio, eres un humano, solo un chico inocente con toda la vida por delante.

—Esa vida que pasaré contigo.

Emmett se detuvo dudando si podía dar otro paso hacia él. Entonces fue Jacob quien acortó la distancia de una sola zancada y tomando la cara de este entre sus manos le besó.

Emmett se puso rígido, pero no porque le fuera incómodo, sino porque la piel y los labios de Jacob sobre los suyos, después de esperarle años y años, le suponía una nueva y electrizante sensación. El vampiro le rodeó con los brazos hasta que el cuerpo del chico estuvo totalmente pegado al suyo, lo que hizo que Jacob profundizara el beso introduciendo la lengua en la boca de Emmett.

Las manos de Emmett ascendiendo por su espalda hasta entrelazarse en su pelo eran mucho mejor que en sus sueños. Con un sutil jadeo abandonó los labios de Emmett.

—Ahora y para siempre seremos tú y yo.

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⏰ Última actualización: Jan 26, 2023 ⏰

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