Tiempos del Medioevo

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I

     Se equivoca grandemente, soldado. Nosotros los hombres no podemos apostar por la inmortalidad de nuestro nombre en el mundo, o siquiera apostar por la inmortalidad terrenal. Salga y vea la ciudad, venga luego véame a mí. Yo, como la ciudad que ve, somos mortales, verlo de otra forma es caer en un truco de los sentidos, lo vemos todo tan eterno... como si fueran baluartes imperecederos traídos directamente del paraíso. Aunque no lo crea, las cosas que parecen no vivir igualmente pueden morir; la vida no es algo tan simple como lo que usted, los animales y yo poseemos. Va más allá, hacia las cosas inamovibles. Las montañas, el sol, la luna que sale por las noches, las casas y hasta el mismo desierto tienen su propia vida, créame cuando le digo que también, como cada cosa que vive, sabe morir a su forma.

     Todavía no se vaya, tenemos tiempo. Sí, sé que esta es su última noche aquí antes de ir en santo oficio, pero permítame hacerle esta reprimenda, se la merece por el esbozo y pensamiento de pecado de hace un momento. Escúcheme, porque este sermón le servirá para usted encontrar la forma de deshacerse de sus pecados por usted. Mucho lo puedo absolver con la confesión, ¿y si lo vuelve a cometer? ¿De qué le habrá servido la absolución? Me puedes engañar y decir a mí lo arrepentido que estás, pero tu alma y espíritu son claros para Dios y en Él no cabe engaño. Entonces... le voy a contar algo que leí hace mucho. Estábamos revisando una biblioteca del siglo X para ver si había textos paganos o no. Estábamos un abad, un bachiller y yo. El muchacho encontró un estudio hecho por varias generaciones de médicos cristianos. El libro tenía hojas viejas y hojas nuevas, me causaba bastante intriga la poca uniformidad del libro. Pensábamos que era un texto digno de ser guardado y tomamos la tarde para leerlo.

     Fueron seis generaciones las que tuvieron el gusto de dar su vida a la investigación. Fue primero un hombre cuya suerte fue la de desposar una mujer fascinada por la filosofía natural y por el conocimiento general, claro, sin tener obvios accesos a ella más que por lo que el marido le enseñaba. Ambos tuvieron tres hijos juntos y decidieron probar que el cuerpo, al igual que el alma, era inmortal e incorruptible y que la muerte era una enfermedad que acosaba el cuerpo desde su nacimiento. Entonces se propusieron educar lo mejor posible a dos de sus hijos y al otro llamarlo Pirón, con el que iban a proceder las aplicaciones. La tesis de ambos proponía que todo se trataba de alimentación, cultivo del cuerpo a través de la gimnasia y el cultivo de la mente a través del estudio y las artes, que así se podía alcanzar la inmortalidad. Trataron al pequeño con la dieta principalmente, logrando que a los primeros cinco años del niño todavía este guardara la apariencia de un recién nacido mientras que sus hermanos ya hablaban, caminaban y aprendían a leer. Lo primero que dedujeron fue que la inmortalidad debía de alargaba ciertas etapas de la vida humana, que ya la madurez sería prolongada inacabablemente, calcularon que ese estado iba a permanecer así durante la infancia de un niño normal. Y realmente fue así como lo predijeron, a los diez años ya empezaban a notar cambios en su estructura entera. Lo alimentaban con un batido de la leche materna (hasta que la madre dejó de lactar para no "corromper" el cuerpo del nene), ciertos vegetales y hortalizas sacadas de un huerto hogareño que «vitaminizaban» (según puedo yo traducirle a usted), es decir, que alimentaba al cuerpo; la precoz y tardía niñez del bebé.

     Los padres supieron adoctrinar al otro par de hijos y hacerlos sentir pasión por la profesión de ambos. La pareja dejaba muy en claro que, obviando las determinaciones de Dios y la naturaleza sobre nosotros, veníamos casi en blanco a la Tierra y ese blanco podía ser pintado con las influencias correctas y puestas de la forma correcta.

     El abad me daba su preocupación acerca del tema, le parecía que todo era obra de paganos. Pero yo mismo le dije que no lo veía así. El abad me decía que, o bien era una ficción de paganos o un estudio hecho por paganos. Muy buenas razones argumentaba al respecto, ¿qué hacía en esa época un médico fuera de la santa vida en un campo, lejos, sin más que su propio sustento? ¿Cómo le hacía para darle una buena educación a sus hijos y con qué educó a su mujer? Yo le dije que no sabría responderle, pero le aseguré que el libro llevaba años imprimiéndose e insertándosele nuevos capítulos. Que nosotros, de no tener el manuscrito original, teníamos por lo menos una única copia que se hizo del original en su momento. Le refuté que la meticulosidad del libro y las pruebas y los nombres dados a las cosas eran excentricidades que solo manejaría un médico; y un médico tuvo que haber servido a su vida, por lo menos por un tiempo, a Dios; además que, de ser paganos (con excesiva imaginación), se tomaron más de tres generaciones en hacerlo todo por la coloración del papel; de ser paganos y el libro ficción, se podría decir, en la historia del mundo jamás habría hombres tan afectos a una idea como estos paganos y que qué suerte tuvo la iglesia de que estos se interesaron en hacer una ficción más que en destrozar las instituciones de Dios. El abad viendo lo poco sensato de su idea desistió y el muchacho preguntó que, si era posible que el médico haya robado a alguna iglesia, textos, libros y joyas, y escapara lejos con ellas donde se pudo haber asentado en un lugar con una mujer apenas conocida.

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