Untitled Part 3

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Quien esta historia escribe, conoce a algunos personajes por referencia y a otros porque vivió con ellos sus venturas y desventuras, alegrías y tristezas. Es la historia de mis bisabuelos, abuelos, tíos, madre y algunos primos. En parte es ficción, y, en parte, realidad. Yo, la redactora, viví muchos de los sucesos de esta familia. Soy la bisnieta, la nieta y la hija. Nombres cambiados, para evitar eventuales demandas, que, si bien todos están muertos, quedan uno que otro por allí; aunque no creo que le queden fuerzas para luchar contra mí con demandas judiciales.

EL PRINCIPIO DEL FIN

PRIMERA PARTE

El hombre salió a la carrera del apartamento que estaba lleno de humo proveniente del cuartico de los santos, donde se había iniciado el incendio. El cuarto de servicio, que nunca había servido como tal, porque lo tenían habilitado como santuario para albergar a Changó (Santa Bárbara), Ochún, Yemayá, Obatalá, la Corte Malandra, y todos los demás santos de la religión yoruba, a quienes el matrimonio Álvarez-Bianchi había adorado y venerado toda la vida, junto con todos los santos cristianos, San Marcos de León, San Judas Tadeo, San Antonio, el Cristo sacrificado y otros. Una mezcla de catolicismo con brujería y santería, todos juntos en santa sincronía: biblias, rosarios, los cuatro evangelios, fotos de todos los santos que viven en las iglesias, agua bendita, alcohol, ≪cuerno 'e siervo≫, es decir, amoníaco, para ponerle en la nariz al cliente examinado que le diera un vahído por haber sido descubierto en sus pecados por el brujo. El sincretismo perfecto.

El cuartico de los santos estaba dispuesto con mesas pegadas a las cuatro paredes, con manteles blancos hasta el piso, para que no se vieran los ≪trabajos≫ encargados por otros clientes, y sobre ellas, estaban los respectivos velones encendidos día y noche. Tenían sus platicos y casi todos con papelitos debajo de los platos, con los nombres de los enemigos de estos o de sus clientes, a los que querían someter y amansar a punta de velones de todos los colores: uno rojo para Santa Bárbara, el amarillo para la Caridad del Cobre, y así en lo sucesivo. Habían más de 10 velones de los gordos y grandes, aparentemente protegidos contra todo peligro. Sin embargo, el cuartico tenía su ventana como es natural.

El día del ≪accidente≫, tarde en la noche, la ventanita estaba medio abierta; hacía mucho calor, y llovía muy fuerte como solía pasar en esta ciudad, con ventarrones tormentosos. Para ese momento, Marian Bianchi de Álvarez, con sus largos 80 años, tenía la costumbre de levantarse de madrugada a comer cualquier cosita: una galleta o un pedazo de pan. La otra posibilidad era que fuera sonámbula y caminara dormida -nunca lo sabremos-. Se dirigió a la cocina, pero por estas cosas del destino, se tropezó con una silla del comedor, cayó en el suelo de espaldas y quedó tendida en medio de la sala. Al mismo tiempo, se alumbró la casa con un rayo acompañado con un fuerte trueno y la ventolera terminó de abrir la ventanita del cuarto de los santos. Allí comenzó la catástrofe. Los velones comenzaron a caer uno sobre otro, quemando el mantel de las mesas y todo lo que iban encontrando a su alrededor. El humo negro empezó a salir del cuarto. A todas estas, Javier, sin percatarse del olor a humo. Las primeras llamas empezaron a salir del cuartico; siguieron hacia un baño que tenía cerca y llegaron a la cocina, saliendo de allí como pequeñas bailarinas en su fiesta terminal, para tomar la sala donde Marián del Carmen, permanecía desmayada en el piso.

Por fin, Javier, quien, se presume, había esperado hasta el último momento para hacer acto de presencia en la sala, llegó a ésta y vio el cuerpo tirado de su esposa de espaldas en el suelo, cubierto de humo y un poco de sangre cerca de la cabeza debido al golpe con la caída inicial. Allí estaba la mujer que había vivido con él más de 50 años, como su esposa, quince años mayor que él, por cierto. Allí empezó el teatro. ¿Estaría viva todavía? se preguntó. No lo sabía, pero tampoco estaba dispuesto a averiguarlo porque, al fin había llegado su oportunidad de oro. El temblaba, sudaba, estaba aterrado con las llamas que provenían del cuartico de los santos, cuidando mucho que no lo alcanzaban a él. Los santos quizás ya estaban hartos de ver y oír tanto maltrato psicológico aplicado por años por parte del brujo hacia su mujer. Además, los santos sabían que él había dejado la ventanita abierta ≪sin querer ≫, claro. Esto es lo que he estado esperando por años, pensó: que se volteara un bendito velón. El rojo o el verde, no importaba, y se llevara por delante, santos, fotos, cuadros, trabajos de brujería y, de paso, a su mujer. Esta mujer que, aunque parezca incoherente, lo había amado toda su vida, quizás como el hijo que nunca tuvo. Javier tenía que empezar su obra de teatro de inmediato. Comenzó a gritar ¡auxiiiiilioooo! Ya los vecinos se habían percatado que el incendio provenía de la casa de los Álvarez. Ya habían llamado a los bomberos, pero, como de costumbre, aunque estaban a 10 minutos del sitio del siniestro, ya había pasado más de media hora y no llegaban. Tenía que actuar rápido porque él también estaba enfermo de cuerpo y alma. Enfermo de maldad, de odio, frustrado; la perversidad de su espíritu lo había convertido en un verdadero animal salvaje. Ni los santos buenos y malos, ni las brujerías y la lectura de cartas sirvieron para nada. Él era una bestia.

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⏰ Last updated: Aug 27, 2022 ⏰

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El principio del fin.Where stories live. Discover now