La caricia de una mano fría sobre la piel me hace abrir los ojos y girar, a donde me encuentro con un rostro parecido al tuyo. Existen ligeras diferencias que me causan un picor en la piel; como si me hubiese acostado con tu mejor amiga o tú hermana. Sus dedos me recorren el abdomen y bajan hasta rozarme la entrepierna. Trato de recordar su nombre para pedirle que se detenga; no lo logro, porque a esta hora de la mañana solo pienso en ti. Siento que la cabeza me va a estallar, así que solo la tomo de la mano y la aparto de mí.
—Puedes irte —digo al tiempo que me levanto de la cama. Jazmín, así era como se llamaba. Jazmín se levanta poniéndose sobre la rodillas y arrastrándose hasta mí. Sus uñas rosadas me llevan de vuelta a la noche anterior. Tomé tanto como para perderme un momento, pero no lo suficiente como para olvidarme de ti. Jazmín tiene tus ojos, sin el brillo y sin las largas pestañas. Sé que está aquí por eso, porque tiene ese cabello rubio, ojos amielados y los labios gruesos. Quería besarte a través de ella.
—La siguiente hora será por mi cuenta —me dice, usando una voz aterciopelada que acaricia mi oreja, antes de que sus dientes la tomen desde el lóbulo y jalen un poco. Me causa un estremecimiento que cubro negando y me levanto para dejarla abrazada a la nada.
—No me interesa.
En el camino recojo sus ropas, arrojándolas sobre la cama junto al dinero por sus servicios, más una generosa propina
—Sal de aquí. Tengo cosas que hacer.
No quería ser un cretino, pero, como le estaba tomando demasiado tiempo, opté por ayudarla dándole el bolso y abriéndole la puerta. Ella se queja pero luce complacida mientras cuenta el dinero de camino a la salida.
—También para mí fue un placer. Destapa un lápiz labial y antes de salir me dedica un guiño que me lleva a otro recuerdo de ti. El primer día, después de mudarnos juntos, cuando despertamos por la mañana y te resistías a dejar la cama a pesar de que se te hacía tarde para el trabajo. Tu primera falta en cinco años. Me guiñaste de la misma manera, después de hacerme saber que te quedarías conmigo y tendríamos una segunda ronda bajo las sábanas.
Cierro la puerta de un golpe.
Mi mamá decía que una buena ducha caliente siempre arregla todo. Mi papá decía que jugar contigo mismo es liberador. Se divorciaron después de cuatro años de casados, pero eme aquí tomando sus consejos como si jalármela en la ducha fuera a arreglar todos mis problemas. Pienso en ti, ¿Qué estás haciendo ahora? Me atormentas. Siento el agua caliente en la espalda y me toma un minuto entero darme cuenta que soy yo quien arde. Me detengo de golpe sin terminar. No he podido hacerlo solo desde que te marchaste ¿Dónde estás?
La ducha no arregló nada; cuando salgo del baño, me encuentro con la habitación tal y como la dejé. Me meto en la misma ropa del día anterior y del anterior a ese. La olfateo para asegurarme de que no necesito lavarla todavía y por un momento quiero llamar a recepción, pedirles que pasen por ella y la devuelvan limpia, meterme de vuelta en la cama y seguir durmiendo para soñar contigo, pero cambio todo ese pensamiento por un whisky en el bar del hotel, en la misma ropa mal oliente. Al final pierdo la cuenta de los vasos y del tiempo.
Decido que voy a buscar un nuevo par de pantalones y otra camisa a la tienda de enfrente. Le sonrió a unas chicas al cruzar la calle, pero me hacen mala cara y susurran algo que no logro entender. Me hago una imagen de mi mismo en la cabeza. Me veo mal. Me veía bien contigo. Nos veíamos bien juntos, incluso cuando peleábamos solíamos robarnos la escena. Éramos dos máquinas de palabrotas y reproches que terminaban envueltos en la cama.
—¿Puedo ayudarte? —me dice una joven en la tienda. Noto lo mucho que le cuesta darme su mejor cara, así que niego y le digo que buscaré por mí mismo. Ella parece aliviada y la entiendo.
—¿Puedo ayudarle?
Escucho la misma pregunta a mis espaldas, y, compadeciéndome de ella, le doy una mirada para ver si sufre de la misma manera con ese pobre diablo que conmigo, pero no es así.
Resoplo tomando un par de lentes y poniéndolos en el mostrador más cercano. Le entrego a la chica tu tarjeta de crédito. Tu pagas. Ella la desliza y la máquina no la rechaza. Estoy esperando el día en el que sea lo suficientemente molesto para ti como para tomarte el tiempo de pedir la cancelación.
Salgo de la tienda y camino tres calles hacia arriba y dos a la izquierda.
—Aaron.
Se aproxima tu maldito héroe cuando me escabulló con las gafas puestas dentro del edificio donde trabajas. Estoy tan cerca para hacerlo mucho más fácil, y, aún así, no he logrado verte ni una sola vez. Me sorprende como me llama, solo tú me llamas así, lo que me dice que han estado hablando de mí.
—Tyler —respondo, puedo sentir una sonrisa de burla hacia él, o hacía mí, formándoseme en los labios. Puedo verte en él: en la sonrisa de satisfacción con la que contesta la mía, en el morado en su cuello y en el brillo en su piel. Si me acerco lo suficiente, probablemente voy a ser capaz de olerte, ¿Ahí es donde estabas está mañana? Siento ganas de vomitar y no hacen más que intensificarse cuando descubro la mancha en su camisa, la misma que tú le hiciste cuando dejaste la plancha mal puesta y se cayó encima de la manga. Quiero arrancarle el estúpido suéter de punto para ver si le queda mejor que a mí. No debería estar comprando ropa nueva mientras la vieja pasa a tu nuevo amante.
—¿No puedes dejarla en paz? —pregunta. Ahogo el impulso de cerrar el puño y estamparlo contra su mandíbula—. Emily se ve bien. El divorcio le ha sentado muy bien—se burla y transcurre un segundo entre que quiero dejar pasar sus palabras para verte y mi derrota. Termino por hacerlo; lo empujo contra la pared y estampo el puño en todo lugar posible y el maldito no se defiende. Golpéame, golpéame, golpéame. No lo hace, en vez de eso, busca mis muñecas y las aprisiona hasta que llega otro tipo y me lanza afuera del lugar. Aún me queda adrenalina, me deshago de ella dando un par de puntapiés contra la pared, antes de volver al estúpido hotel donde tengo que vivir, porque me sacaste de mi casa para meter a ese maldito cobarde.
Atravieso la recepción y al subir las escaleras tengo otro recuerdo tuyo. Usabas ese vestido rojo que te hacía lucir preciosa. Te presentaste con él y le estrechaste la mano.
—Este es Tyler —dijiste—, es el nuevo líder de publicidad. Un genio.
Lo supe en ese momento. Algo me lo dijo: "ese será tu remplazo" fue una voz en mi cabeza cuando debiste ser tu quien lo dijera.
Aviento los lentes encima de los otros pares. Me lavo la cara, me dobló las mangas y me peino. Casi luzco bien, casi.
Retrocedo en mis pasos y, antes de salir del hotel, reviso mi teléfono en busca de tu nombre. No hay llamadas, no hay mensajes. Dos calles hacia abajo y tomo la misma mesa y pido la misma bebida y me pierdo un momento, pero no bebo lo suficiente.
Si llamaras, si te disculparas, quizá mañana todo cambiaría, pero no eres de las que llaman y mucho menos de las que dicen lo siento.
Curvo la sonrisa y con el índice le hago un señal a Jazmín, ella se acerca y estamos por comenzar todo de nuevo.
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From the Dining Table (short story)
Short StoryUn escrito basado en la canción From the Dining Table de Harry Styles.