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9:46p.m

La justicia no siempre significa hacer lo bueno,
Puede ser solo otra forma de admitir que los únicos que pueden hacer algo al respecto
Somos nosotros.

Había una pequeña radio en la esquina del cuarto que, en un intento fallido, estaba sintonizando una canción ochentera.

—¿Podrías bajarle? —Hanna levantó su mirada de la libreta, con el brazo a medio trazar de dibujo—. Es tormentosa.

Su madre, Hilaria, estaba reclinada hacía el espejo intentando hacer un delineado a sus ojos; maldijo al equivocarse y mancharse por la repentina charla de la chica.

Hanna reprimió una risa al notarlo. Su madre ya era una experta en hacer dicho maquillaje, pero cuando se sentía fea consigo misma todo le salía mal. Cómo si el mundo se alineará en su contra.

Retomó su dibujo y se podía sentir en el aire la próxima pregunta, así que Hanna se adelantó.

—Esa ropa no te favorece —De reojo notó como una mueca se apoderaba de las expresiones de su madre—. Ese color no queda bien con tu piel.

Sus dedos se movían suavemente por la hoja, haciendo trazos delicados pero notables. Mordió sus labios al notar que no estaba quedando como ella quería. Decidió continuarlo después.

Guardó el lápiz en el lateral de espiral, y se giró hacia su madre. Recostando su espalda de la pared, con las piernas flexionadas y aún con la libreta en el pecho; abrazándola con sus manos.

—Ese delineado, aunque queda con la ocasión, no queda con la ropa. Cómo consejo deberías colocarte una chaqueta, o al menos cambiar de blusa.

La madre se volteó hacia el perchero con desesperación, lanzando las prendas descartadas; la ropa volaba por el cuarto haciendo caer algunas cosas. Un pantalón logró pegarle en la cabeza a Hanna, haciendo un pequeño malestar en su frente por la correa que estaba atrapada entre si.

—¡Joder, mamá, cálmate! —se levantó y fue hacia la cocina, sintiendo el suelo frío contra sus dedos descalzos, tomó un poco de agua. Y para cuando regresó al cuarto casi había dejado de ser cuarto.

Se recostó del umbral de la puerta, visualizando desde allí el desastre provocado por su madre.

—Hoy no puedes salir —anunció la mayor aún sin conseguir un cambio adecuado de vestimenta.

Le relación entre este par no era exactamente la mejor. Había dejado de existir relación, está se desmoronó con el pasar de los años.

La menor se zafó de las cadenas que le habían impuesto, que le impedían ser y hacer; desde ese entonces dejó de ser débil.

Y la mayor, la madre, luchaba con los recuerdos de aquellos años atrás. Ella no se atrevería nunca a decirlo a voz pública, pero sabía que le había causado daño a su propia hija. No solo físico, sino también emocional.

Pero lo peor era que no sentía culpa alguna. Incluso en las noches en vela se dejaba llevar por los pensamientos y sonría al recordar el llanto y las súplicas de aquella niña indefensa.

Pero esa niña había dejado de existir.

—¿Y según tú, por qué no? —su voz sonó desafiante.

—Porque necesito que estés aquí, Hanna, necesito que cuides la casa.

—Oh, claro, genial —su lado sarcástico salió a la luz—. La reina puede salir a su merced sin quejas ni réplicas pero yo me tengo que quedar como una sirviente de mierda esperando que la señorita llegue y tenga la camita calentita.

Hanna © [✓] En Proceso. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora