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Brillo lunar de media noche, que alumbra su pálida y putrefacta piel.

Sereno nocturno que manoseaba su espíritu, recordándole que no debieran estar junto a él

Canticos de cuervos y grillos, que graznan y componían el último réquiem del odio que pudo sentir.

Una triste noche, en un convento alejado de los llanos, por allá donde ningún santo te ampara. Murieron tres vírgenes devotas que abrazaban con fuerza sus crucifijos, tanta, que sus manos se habían rotó y manchado de sangre.

Se cuenta por las lenguas muertas y de poco fiar.

Que la perdida de una de las monjas más queridas, una mujer devota, pulcra y digna de escuchar.

Trajo a aquel alejado convento, un infernal despertar.

Decían los vecinos que maullidos y lamentos viajaban con el viento lunar hasta pueblos más allá de donde los llanos podían alcanzar.

Una de sus aprendices, recién inculcada en el catolicismo, llegó hasta el pueblo de enfrente, para contar lo que aconteció más allá de donde recuerda la mente.

Narrando, cantando y hasta orando su relato. Pues dice que la soledad del convento fue tan sofocante y melancólica, que las monjas querían traer de vuelta, aunque sea un pequeño susurro de su amiga que negaban a creer que estaba muerta.

Pero su terquedad y tristeza, término por alimentarse de sus penas, pues contó: que bajo un ritual impuro y demente, evocaron del suelo una voz oscura y silente, que les arrancó del pecho sus pecados, sus más inhóspitos secretos; como pago para poder traer sin rodeos a la vida a quien tanto quieren.

Trayéndole al ser, el cuerpo de la monja que no había sido sepultado, esté, invadió los ojos de la misma, profanando aquel cuerpo de ojos ahogados, haciendo que se levantara sobre sus débiles y rígidos tobillos, vociferando con un volumen impropio de aquel cuerpo arrugado, blasfemias he insultos durante un tiempo prolongado, recordándole lo ingenuas que fueron por dejarlo salir, o eso dijeron las monjas más viejas, pues aquella entidad gritaba en latín con tanta virtud y fluidez que incluso ellas se veían abrumadas al intentar retratar lo que narraba.

La hermana contó, que de sus ojos salieron gusanos, que le saltaron a ella y otra monja, que si no le creían, ella extendía la mano y mostraba las marcas; porque que el gusano regurgitó las tripas en su brazo, dejando un camino de venas negras que recorría su antebrazo, donde se había cortado abruptamente con un cuchillo para cerrarle el paso.

Y con el mismo desespero. Dijo: que a quién le cayó el otro ojo, no tuvo tanta suerte, pues sus chillidos y graznidos eran insoportables, y que podrían tirarte al suelo entre temblores y escalofríos si tan solo lo escuchases. Pues aquellas venas negras cubrieron sus brazos hasta sus axilas, extendiéndose a sus senos y de ahí, saltando a sus ojos, los cuales reventaron en sangre, manchando a las demás hermanas, que gritaron desfavorecidas. Los senos de aquella monja crecieron como globos de agua, rompiendo su hábito para revelar enormes dientes afilados con una lengua larga como lombriz, y de ellos, la voz del mismísimo Satanás salió, repitiendo múltiples veces varios versos de algún cantico que según la hermana "No se podían escuchar o retratar". Y de los ojos de aquella monja, manos rojas y escamosas salieron, reventando su cráneo, manchando el techo y las paredes de aquella habitación del convento con su materia gris.

El demonio, que de pronto se sintió debilitado al entrar en un cuerpo devoto a Dios, tiró a su huésped a los pies del cuerpo que comenzó todo, la cual empezó a gritar y maldecir a las demás hermanas, pues aquel sacro lugar lo estaba matando por dentro. Sin deseos de quedarse a escuchar los lamentos de la persona que tanto respetaron, corrió cada una a sus habitaciones, tomando biblias, crucifijos y aguan bendita de donde pudieran. Uniéndose todas ellas para derrocar a aquel espíritu del cuerpo de sus compañeras. Oraron, recitaron y cantaron cuantos versos se sabían, echándole agua bendita ocasionalmente, apuntándole con los crucifijos. Y los días que les acontecieron, hubieron lluvias, temblores y relámpagos que las intentaron detener, pero aun deshidratadas y hambrientas, su voluntad nunca flaqueó.

Brillo lunar de media noche, que alumbra su pálida y putrefacta piel.

Sereno nocturno que manoseaba su espíritu, recordándole que no debieran estar junto a él

Canticos de cuervos y grillos, que graznan y componen el último réquiem del odio que pudo sentir.

Cuando la última gota del agua bendita tocó su cuerpo profano, el demonio gritó con horror, aturdiendo a las hermanas, quienes permanecieron firmes recitando sus canticos sin equivocación, pues de un momento al otro, el cadáver que se mantuvo flotando durante días sin descanso, cayó al suelo. Dejando el convento en silencio.

Pero el relato de la hermana no había terminado, pues luego, chilló al narrar: Que las manos rojas que colgaban del cerebro abierto de la otra monja se empezaron a mover, intentando salir. Sacando enormes cuernos, patas de cabra y cola de serpiente del rígido cadáver de la monja presente. El mismo Satanás se había levantado frente a ellas. Una de las monjas la tomó y le dijo que corriera en busca ayuda para poder salvarlas, que Dios no iba a dejar que fieles siervas murieran en manos de tal horripilante ser. Y sin desobedecer ni un segundo, corrió con sus pies descalzos por la helada tierra hasta llegar por la mañana a aquel pueblo, donde vocifero su historia.

Por suerte, aquella mujer fue llevada a un internado.

Justo ahora, se encuentra ingresada en el mejor psiquiátrico.

Donde ya ningún demonio la podrá lastimar, o sermonear.

Y tras contarme aquella historia, por décima vez, la tomo de la mano con firmeza.

Tranquila, después de todo, ya estas internada.

Y no tienes que pensar en aquel convento.

Donde nunca pasó nada.

Nunca ocurrió nada.

Y nunca dirás nada.

Después de todo ¿Quién te creerá? 

El convento psicóticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora