Prologo

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Imperio Japonés, Período Heian 987 d.c

Gritos se escuchaban desde la habitación. Las jóvenes sirvientas, que ayudaban en la tarea, entraban y salían con toallas blancas bañadas de sangre —y sudor— de la mujer que ejercía el labor de parto.

Tres hombres se encontraban recargados en las paredes del pasillo, mientras que el más joven de ellos miraba fijamente a la puerta, donde su segundo hijo estaba llegando al mundo. En sus ojos verdes se podía ver un ligero temblor en sus pupilas, detonando un nerviosismo.

El mayor, en cambio, se mantenía paciente. Con ambos brazos cruzados en su pecho, y mirada al frente.

Los gritos cesan, pero un llanto, pequeño y chillante, se presenta. El menor se reincorpora, y puede sentir como su respiración se vuelve irregular.

—Tranquilo, Takashi —calmó a su hermano —. El niño no irá a ningún lado.

Takashi solo le dio una mirada de reprimenda.

—Me preocupó por Alyssa.

La puerta se deslizó con cuidado y de ella salió la partera, con sus prendas blancas con manchas de sangre, algunas secas y otras recientes. Su mirada, cansada, se dirigió al mayor.

—Endō-sama —le saludó con el debido respeto, mientras hacía una perfecta reverencia —, Endō-san —ahora se dirigió al padre. El cual ya impaciente, con un movimiento de su barbilla, le incitó a la mujer a hablar.

»Nació, en perfectas condiciones, una niña. Sana y fuerte.

Takashi arrugó su nariz y un chasquido de lengua salió de su boca, volteó su cabeza al lado contrario de su hermano, evitando su mirada —tan autoritaria como dominante—.

El mayor soltó un pesado suspiro, pues le resultaba una lástima. La reputación de su medio hermano no estaba a niveles virtuosos, aunque sea un buen hechicero, era de suma importancia la línea de sangre, y la de él no era pulcra.

Que sea una niña, no le ayuda a restablecer la reputación de su familia, no sería más que una simple sacerdotisa, que —probablemente— se case con un buen soldado o hechicero. Nada en especial.

Takashi alzó otra vez la vista, mirando a la partera, esta vez con una preocupación distinta.

—¿Como está mi mujer? —le interrogó, con fuerza.

—El parto se complicó bastante, ella se encuentra bien, por ahora —le explicó —, pero me temo que no podrá soportar otro alumbramiento.

Takashi asintió con la cabeza, comprendiendo la gravedad de la situación, y soltó otro chasquido de lengua, frustrado. Ya no había otras oportunidades.

—No hay nada que hacer, Takashi —habló, por primera vez, el tercer hombre —. Solo te queda preparar a la niña a que sea una buena mujer —le decretó la mano derecha del jefe del clan, Hirata Isamu.

—Bien... —se incorporó el mayor —, nos veremos en la reunión de mañana, Takashi —este asintió con su cabeza.

Al ver a su hermano, dar media vuelta para retirarse, una duda le carcomió.

—Katsumoto —el aludido detuvo su paso, y lo miró sobre su hombro, esperando a que continuara —, Takeo... ¿cumplirás tu palabra?

—¿De entrenarlo con mis hijos? —el menor asintió —Mencione que si Takeo demostrará estar a la altura, el estaría luchando al lado de mis hijos.

—Lo estará —le aseguró. Katsumoto rio, irónico.

—Ahora tienes otros asuntos que tratar —le recordó mientras que, con su mentón, señalaba la puerta que tenía enfrente. Dicho esto volvió emprender su camino, dejando a su medio hermano solo, en la oscuridad del pasillo que apenas era alumbrado por un par de lámparas.

Volvió a escuchar aquel llanto, de la niña. Apretó sus labios, impotente,  y se fue a dirección contraria de la que se fue su hermano. Lejos de aquella tragedia. Lejos de la pequeña criatura que, ya en los brazos de su madre, su llanto cesó.

Lejos de la pequeña luz que Alyssa encontró, y se juró proteger. Ajena a lo que los hombres de su clan pensaban de su niña tan bonita, tan acendrada.

Tan pura...

Su amada Kara.

Aeternus - Ryomen SukunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora