Mis piernas se movían, mi cuerpo avanzaba, pero mi mente y corazón no.
Caminaba de regreso a mi hogar.
La lluvia estaba presente.
El cielo era gris.
Estaba nublado.
Mis amigas hablaban entre ellas, intentaban incluirme en la conversación, pero yo me negaba, preferí mantenerme callado.
Una vez llegando a mi hogar, mis amigas se despidieron de mí y continuaron su camino.
Introduje las llaves en el picaporte de la puerta para poder entrar a casa, entré y no había nadie, simplemente oscuridad, el frío y un enorme vacío.
Solo había soledad.
Aventé mi mochila entré alguna parte de las penumbras de la sala.
Respiré hondo y me deje caer en el sofá.
Me sentía mal, me sentía solo, vacío, durante el día me habían tachado de muchas cosas que no soy, trato de ser una persona amable y atenta para mi gente, cuando ellos me lo regresan de esa manera; una persona a la que consideraba mi mejor amigo me traicionó y eso fue lo que más dolió.
Algunas cuantas lágrimas brotaron de mis ojos, lágrimas de coraje, dolor y decepción.
Mismos ojos se centraron en un objeto brillante, filoso y pulsante.
Tomé el cuchillo, y en mi desesperación y nubladez mental comencé a rebanarme la garganta.
Me quería morir, ya que, ya estaba muerto, ya nadie me necesitaba.
Comencé a tragarme mi espesa sangre, ese ferroso y amargo sabor tiñó enteramente mi vestimenta y sofá.
Ese dulce color rojo, ya no era yo, solo era un cadáver más, un objeto más en ese vacío de mi hogar.