I. Introducción

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Si existía un ejemplo perfecto para describir un mal día, definitivamente era el suyo.

Lain miró su cuenta de ahorros encontrando nada más que un par de dólares. Ese día cortaron el personal de la empresa, sacándolo de allí con una pequeña caja de sus pertenencias.

El auto, un vejestorio ruidoso, colapsó soltando humo. No podía arreglarlo, apenas le alcanzaba para sus gastos básicos sin pago de horas extras, ese mismo día dejó su auto en la carretera y tomó el bus a su departamento. Fue ahí cuando dos asaltantes le amenazaron, aprovechando de toquetearlo por “ser tan bonito como una chica” y finalmente robarle su billetera que solo tenía la foto de su madre, un chicle y no más de cinco dólares.

Fue cuando le cortaron la luz por no pago que finalmente no aguantó más y salió de allí decidido a embriagarse. Vestía bien aunque tenía sólo un traje de oficina, distintas corbatas baratas y tres prendas caras informales.

Sweater ajustado con cuello ya que odiaba el frío del invierno en esa ciudad, su chaqueta larga, pantalones negros ajustados y zapatillas. Recorrió las calles céntricas bajo las luces de neón de restobares y pubs. No conocía ninguno, nunca tenía tiempo de salir o divertirse. Entró a uno que le llamó la atención, era una mezcla muy extraña entre clásico, elegante con una presentación de mal gusto y pésima música. Ya había entrado, no se iría. Después de todo lo único que quería Lain era embriagarse y olvidar ese día.

Caminó entre el humo y las luces fosforescentes, evadiendo a las personas de la pista de baile. Al parecer era una “fiesta alternativa” hombres besándose con hombres y chicas acariciandose en los rincones. Le dio igual, al menos se sentía a gusto una vez se sentó en la barra mientras se sacaba su saco por el calor del lugar, casi sofocante, pero le servía.

Si, se sentía a gusto por que le gustaban los chicos, aunque luego de su primera vez, prefirió guardar el secreto y su corazón roto, sin volver a experimentar su sexualidad. Suspiró viendo a un hombre al otro lado de la barra que lo miraba interesado. Desvío su mirada enseguida, canoso y barbudo, quizás en treinta años más sería una posibilidad.

Lain era un chico de cara bonita y cuerpo delgado. Su cabello era liso y corto en la nuca aunque pequeños mechones caían en su frente apartándoselos constantemente al acomodarlo hacia atrás con su mano.

Llegó su trago dulce mirándolo ido. Se preguntaba cuánto tardaría en embriagarse probándolo. Se sentía suave, pero no lo era. Un pequeño engaño para pedir el segundo trago en menos de media hora.

Se miró en un reflejo de la barra, sonrojado por el alcohol y el calor. Honestamente sintió lástima por la persona que veía en frente, su reflejo. No se reconocía, todo el ánimo y energía que tenía cuando salió de su carrera desaparecieron una vez empezaron a llegar las cuentas, cuando descubrió también que a pesar de haber estudiado ingeniera comercial, repartiría cafés en la oficina y se encargaría del trabajo sucio que los peces gordos no estaban dispuestos a hacer. Tres años había pasado así, trabajando horas extras sin paga, contando con el sueldo mínimo y finalmente siendo parte del personal que cortaron ese día. Se sonrojó más por la rabia pasando una mano por su frente y su rostro. Cada vez que se cuestionaba “qué haré ahora” tomaba un sorbo de su trago esperando engañar su mente con la música fuerte retumbando en sus oídos, era todo lo que quería escuchar.

Había recibido un dato. Su hermana mayor le había recomendado aplicar a una de las empresas más poderosas de la región, teniendo contactos ahí. Pero su orgullo se lo impidió. Después de todo, ella era una de las que había dicho que no sería capaz de llegar lejos, en sus propias palabras adornadas, según Lain. Hizo una mueca pidiendo el tercer trago ya algo mareado.

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