―...pero entonces me pide que vaya a ver a mis padres, los cuales estoy cien por cien segura de que, si pudieran, me matarían con la mente en cuanto abriese la puerta y me viesen allí plantada. Bueno, sobre todo mi madre, pero no puedo decirle que no voy a hacerlo porque me sentiría fatal, o sea, literalmente me dijo que soy su última esperanza, como en aquella película en la que una princesa...
―Cariño, he venido aquí a que me peguen, no a que me torturen.
―Ah, perdón, perdón ―se disculpó. Un cliente no era la persona más adecuada para sacarse de encima sus barruntos―. Es que todo este tema me... ah, claro, los golpes, disculpe.
Le descargó un par de buenos puñetazos en el hígado para después agarrarle de la camisa, atraerle hacia ella y propinarle un rodillazo en el estómago. Cuando el cliente pudo recuperar el aire le recordó que también le había pedido una copa antes de tener que escuchar sus problemas, con lo que se disculpó una vez más y se acercó a la barra a por ella, entró, cogió una copa, sirvió el licor, luego el hielo, después se dio cuenta de que lo había hecho en el orden que no era y, por último, recordó el limón, esa rodaja de limón que se le pone a todo, da igual el refresco o la bebida, si no lleva limón una copa no es una copa, así que tomó un cuchillo para cortar un limón. Mientras lo hacía, vio cómo Hemolelekeakua, de pie en extremo de la barra vigilando el bar, ahora la observaba, haciendo como que no se daba cuenta de todos sus fallos.
―Veo que le estás cogiendo el gusto a esto ―le dijo con una sonrisa el hombretón, una de esas sonrisas que pueden escucharse y que claramente dicen «soy guapísimo y sabes que lo soy».
―Yo no diría el gusto, pero mi trabajo es bastante mecánico; pegar fuerte y ver reacciones. Ni siquiera es un servicio de lujo como el de Saaz.
―Puedes saber hacer tu trabajo, pero eso no significa que estés cómoda. Mucha gente no lo estaría en tu lugar.
―Je, yo no soy esa gente ―dijo mientras cortaba el limón―. ¿Pegar a los clientes raritos? Joder, debe ser el sueño de todo trabajador de cara al público.
―Ja, ja, ja, ja. ―Rio el hombre con ganas―. Me encanta cuando sacas a relucir toda tu sabiduría.
Damaris le dirigió una sonrisa socarrona a modo de contestación, pero al mirarle, el hombre dirigía su mirada, ceñudo, al salón. Entonces, oyó un grito.
―¡Joder, pero si eres un tío!
―Entiendo la confusión, señor, pero le aseguro que no tengo nada de hombre ―trató Yǒnghéng de tranquilizar al cliente. Damaris apenas había coincidido con ella, pero en uno de los turnos le dio una chocolatina, con lo que se ganó su alma para siempre en palabras de la propia mestiza.
―¡Que no me mientas a la cara! ¡Se te nota el bulto entre las piernas, asqueroso!
―Señor ―llamó Hemo con voz potente, acercándose desde la barra―, por favor, tengo que pedirle que se tranquilice.
La señora Charmfist salió de su despacho al oír el comienzo de la discusión y miró con frialdad, esperando.
―¿Que me tranquilice? ¡Yo estoy muy tranquilo, a mí no me digas que me tranquilice! ¡Vengo cada semana aquí, me atiende siempre ella y ahora resulta que es un maromo! ¡Me habéis estado engañando!
―Nadie le ha engañado. Sentimos que le haya causa tanta impresión, pero ahora necesito que deje de gritar ―le dijo Hemo mientras se acercaba despacio, calibrando las posibilidades de que tendría que llegar a reducir al hombre. Mientras tanto, Yǒnghéng respiraba de forma entrecortada. Damaris no sabía si el rojo de su rostro era producto de la iluminación del local o de la ira latente que le brotaba.
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Ciudad Azarosa
FantasyDamaris es una mestiza de demonio cuya vida lleva descarrilada lo bastante como para pensar en sentar la cabeza. Mientras hace un trabajo para su jefa (el trabajo es robar) se queda con una pequeña caja roja. No sabe por qué, pero tiene que hacerlo...